Cada cierto tiempo suele salir a la luz pública un ranking, según el cual Colombia es el segundo o tercer país más alegre del mundo, a lo cual muchas personas, dentro de las que se encuentra el suscrito, nos preguntamos: ¿Cómo funciona el sentido del humor de los colombianos? Si nosotros somos de los más felices, ¿cómo será el resto del mundo? ¿Cuál es el criterio que se utiliza para elaborar ese curioso escalafón?
Y las preguntas resultan, no por los macro-problemas que nos agobian de toda la vida (corrupción, desigualdad, violencia, narcotráfico, discriminación, etc.), sino por cosas, de pronto más banales, que ocurren en el día a día y que francamente a cualquiera lo ponen a dudar de que realmente seamos una sociedad al menos medio contenta. Para ilustrar el porqué de la incredulidad, a continuación se citan algunos eventos, que increíble y tristemente ya se volvieron algo absolutamente normal, de tal forma que vistos así, con crudeza, no nos reflejan muy simpáticos que digamos. Algunos ejemplos son:
-¿Cómo se puede ser feliz cuando hay compatriotas que hurtan las tapas de las alcantarillas, convirtiendo las calles y andenes en trampas mortales, sin que ninguna autoridad haga nada y el remedio quede a cargo de un desconocido buen samaritano que pone un chamizo como señal de alerta? ¿Cómo se puede estar alegre ante tamaña atrocidad?
-¿Cómo se puede ser feliz cuando la mascota de un ciudadano hace sus necesidades junto a un aviso que dice “Por favor recoja lo que hace su perro” y el dueño, muy horondo, se voltea y luego sigue caminando?
-¿Cómo se puede ser feliz cuando los funcionarios de inmigración de un aeropuerto reciben a los viajeros que llegan al país a patadas?
-¿Cómo se puede ser feliz cuando el tráfico vehicular, en los cruces más congestionados, es manejado por espontáneos ciudadanos, que a cambio de unas monedas van dando el paso, mientras a su lado está la autoridad de tránsito, que recostada en su motocicleta, chatea sin cesar?
-¿Cómo se puede ser feliz cuando una calle que está llena de huecos es pintada y señalizada con una cantidad increíble de conos y topes reflexivos, que no sirven para absolutamente nada, salvo para llenar los bolsillos del contratista encargado de la obra?
-¿Cómo se puede ser feliz cuando la frecuencia del transporte público es controlada por otros espontáneos ciudadanos, que arriesgando su vida entre buses y busetas, y por otras monedas, les informan a los choferes cuanto tiempo hace que pasó su competencia?
-¿Cómo se puede ser feliz cuando los agentes de policía transitan en sus motos, con los bombillos fundidos y en contravía, por andenes y ciclovías, y los oficiales de la misma, en sus lujosas camionetas seguidas por sus guardaespaldas, por el carril del Transmilenio?
Y así, como estos, hay muchos otros casos, que nos hacen preguntarnos si será que como nación nos pasa como a las personas que padecen algún grado de afección mental, que ríen permanentemente sin que haya razón para ello, por lo que quienes elaboran el escalafón de la alegría creen que somos felices. ¿O será que a dichos estudiosos habrá que recordarles que las hienas, a pesar de lo que aparentan, no viven riendo?
*Abogado consultor