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Salvando los viejos molinos de trigo

Entre 1950 y 2011, el consumo de trigo en Colombia se incrementó en 318%. Un equipo de investigadores se propone rescatar la tradicional molinería en Boyacá.

María Luna Mendoza
06 de marzo de 2014 - 04:16 a. m.
La producción campesina de trigo ha disminuido considerablemente desde 1950. / Pierre Raymond
La producción campesina de trigo ha disminuido considerablemente desde 1950. / Pierre Raymond

Además de haber sido la principal herramienta para el procesamiento del trigo, los molinos fueron durante varias décadas un punto de encuentro donde los habitantes de diversos pueblos y veredas de Boyacá tejieron un particular sistema de relaciones sociales. En 1935 había aproximadamente 300 molinos hidráulicos en el departamento. Hoy sólo quedan siete. El acelerado crecimiento de las industrias agropecuarias, sumado a un modelo de desarrollo que privilegia la extracción de recursos minerales, ha puesto en detrimento todo un sistema de producción tradicional.

Un equipo de investigadores de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana se ha propuesto rescatar del olvido las prácticas culturales y sociales que surgieron alrededor de la economía familiar campesina en Boyacá. El primer paso será la recuperación de los molinos hidráulicos en los municipios de Socha, Socotá, San Mateo y Tópaga, a través de tres estrategias fundamentales. Primero, la generación de una red de comercialización de harinas de trigo integrales; segundo, la construcción del “museo de los cereales” y, tercero, la proyección de una iniciativa de ecoturismo rural para dar a conocer a todos los colombianos el patrimonio cultural, económico y arquitectónico de los molinos.

“Probablemente las nuevas generaciones no lo sepan, pero los molinos de trigo constituyen un aspecto significativo de la historia rural del país”, dice Pierre Raymond, especialista en economías campesinas y uno de los líderes del proyecto.

A partir del siglo XIX hubo un gran proceso de expansión del consumo de trigo en lo que, por entonces, era la Nueva Granada. Hasta mediados del siglo XX, la economía familiar campesina jugó un rol indispensable en la producción y el abastecimiento del cereal en los mercados. “Entre 1950 y 2011, el consumo de trigo en Colombia se incrementó en 318%”, explica Francisco González, fundador del Instituto de Estudios Ambientales de la Javeriana y miembro del proyecto investigativo.

Paradójicamente, los niveles de producción campesina de trigo disminuyeron de manera dramática. “En los últimos 72 años se pasó de producir 127.400 toneladas anuales a 12.754”, señala González.

La integración de Colombia al mercado mundial y la consecuente introducción de tecnologías y prácticas foráneas de industrialización de la agricultura no sólo pusieron en detrimento la producción nacional, también alejaron al campesino de técnicas agrícolas ancestrales como los molinos hidráulicos de Boyacá, que han sido sustituidos lentamente por pequeños molinos motorizados y por las grandes empresas molineras de la ciudad.

Alrededor de estos molinos existe todavía un pequeño sistema de producción de harinas de excelente calidad que se comercializan a nivel local. “Nuestro objetivo —expresan los investigadores— es potenciar esa visión tradicional de desarrollo rural y recuperar el patrimonio natural y cultural en el que se sustenta”.

“A pesar de lo abrumadoras que puedan resultar las dinámicas de la economía de mercado, estamos a tiempo de recuperar ese patrimonio”, señala Francisco González, y añade que “todavía hay personas conocedoras del oficio de la molienda; además, ha surgido una nueva demanda de productos tradicionales. Numerosos sectores de la sociedad colombiana se han referido a la necesidad de volver la mirada hacia el pasado para proyectar nuestras raíces hacia el futuro”.

En ese sentido, el grupo de investigadores considera que la mejor manera de lograr sus objetivos es a través de la generación de redes locales y regionales de comercialización de harinas de trigo producidas “a la antigua”.

“No queremos entrar a competir con las grandes empresas molineras. Tampoco creemos que esta sea la redención del campo colombiano. Nuestra principal aspiración es consolidar una dinámica de producción de trigo alternativa y sostenible”, aclara Francisco González.

Asimismo, los investigadores esperan que la construcción de un museo del trigo y el fomento del ecoturismo rural contribuyan a cerrar la brecha entre el campo y la ciudad.

Otro de los objetivos del proyecto tiene que ver con la preservación de los ecosistemas en los que se desenvuelve la economía familiar campesina en Boyacá, gracias a los cuales los molinos de trigo pueden funcionar.

“La idea es fomentar la apropiación, por parte del campesinado, del sistema natural como elemento fundamental de cualquier actividad productiva”, dice Pierre Raymond.

De esta manera, los investigadores pretenden reivindicar el concepto de nueva ruralidad, que cobra cada vez más importancia en países europeos como España, Italia, Francia y Alemania, en donde se ha procurado reivindicar los usos y costumbres campesinas como una alternativa de desarrollo viable.

Para Francisco González, resulta indispensable que Colombia comience a proyectarse hacia el futuro con base en un modelo de desarrollo multidimensional donde quepan las industrias agropecuarias, los medianos y pequeños productores y, sobre todo, los distintos modelos de sociedad y desarrollo. “Un modelo de desarrollo que contemple a las grandes empresas, pero también los molinos de trigo, los cultivos de pancoger y la pesca tradicional”, reflexiona González.

“Nos equivocamos al pensar que existe un único modelo de desarrollo posible. Colombia es étnica, geográfica y culturalmente diversa. Tenemos que aprender a construir país en consecuencia con esa diversidad”, concluye.

 

 

mluna@elespectador.com

Por María Luna Mendoza

 

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