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                                                                                                                              Sin químicos ni violencia: la marihuana hecha en casa

                                                                                                                              Aunque el autocultivo de cannabis en Colombia no es una práctica tan extendida como en Uruguay o Argentina, se asoma como alternativa sostenible, sana y legal para sus usuarios. La ley colombiana permite sembrar hasta 20 plantas en el hogar.

                                                                                                                              Paulina Tejada Tirado @PauliTejadaT

                                                                                                                              Adriano Fontecha tiene su propia huerta de cannabis en Bogotá. Para él, el manejo de la planta es casi una alquimia. / Fotos: Óscar Pérez

                                                                                                                              Olor a mango biche y a lluvia de septiembre. Verde claro, verde oscuro, verde limón, verde seco. Las plantas de cannabis están floreciendo. Hay algunas en su punto, los pequeños pelitos pegados en sus hojas lo indican: están cafés. Adriano Fontecha las huele, las mira; es hora de cortarlas. En unas semanas, luego del secado y el curado, esos cogollos gordos estarán listos para su consumo, quizá en el aroma de un té, dentro de la mantequilla, como pomada o en forma de porro.

                                                                                                                              Adriano cultiva su propia “medicina”, como llama al cannabis. Lo hace en la terraza de doña Paulina, la mamá de un amigo suyo. Ella tiene unos 60 años, vive con tres de sus cuatro hijos y con Pepita, una gata chismosa. El tercer piso de su casa, ubicada en el barrio Bosa Villa Clemencia, en el sur de Bogotá, es una huerta rebelde en la que nacen marihuana, acelga, caléndula, rúgula, tomate, breva y lulo, entre otras hortalizas y frutas. Un “cultivo familiar”, lo define Adriano, que les da alimento a sus allegados y a unos cuantos vecinos.

                                                                                                                              Lea: Así camina América Latina en políticas de drogas

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                                                                                                                              Lea también: Marihuana medicinal, la industria para mejorar la calidad de vida

                                                                                                                              Al proyecto fueron uniéndose cada vez más personas y así se fundó Huerta Rebelde, una iniciativa que busca incentivar la jardinería comestible en el hogar a través de la agricultura urbana biointensiva. “Trabajamos en temas de sostenibilidad y ecología con el fin de que la gente en entornos urbanos aproveche sus espacios y produzca comida orgánica para sus familias o su comunidad”, explica Romero. Los miembros de Huerta Rebelde no sólo cultivan juntos, sino que han puesto en marcha talleres en la capital en los que comparten información práctica para que las personas puedan replicar el ejercicio de sembrar en casa. Como la terraza de doña Paulina ya hay varias, especialmente en las localidades del sur de la ciudad.

                                                                                                                              En esta apuesta, la pedagogía sobre el autocultivo de cannabis tiene un papel importante. Para Romero, “esta es una herramienta importantísima que tienen los usuarios de marihuana para hacerle frente al narcotráfico, una de las peores consecuencias del consumo de sustancias psicoactivas. Aprendiendo a cultivar las propias plantas es posible autoaprovisionarse sin incurrir en ninguna escala de comercialización ilegal, en las dinámicas de explotación laboral de campesinos, ni en la delincuencia y violencia que hay a su alrededor”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Le puede interesar: En Colombia se arman porros con nueve híbridos de marihuana

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                                                                                                                              Entre los dos comienzan a quitarles las hojas de mayor tamaño hasta dejar únicamente las flores maduras, proceso llamado “manicura”, para que sus componentes psicoactivos, como el THC, bajen y se concentren en los cogollos, mientras la planta continúa secándose por otras dos semanas. Pepita, la gata, espía todo el proceso.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Le puede interesar: El laberinto jurídico frente a la dosis personal

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                                                                                                                              Romero agrega: “Siempre me han pedido que venda, pero jamás le he vendido una flor a nadie. Más bien enseño a cultivar lo propio. Ahí está la magia: en que no se trata de poner una matera y ya, sino de cuidar, aprender y entender el proceso del cannabis y, en general, de todos los cultivos. Esto es un tema de comunicación y pedagogía, no de criminalidad”.

                                                                                                                              Son los terpenos de las plantas, combinados con el aguacero, los que inundan de olor a mango biche la azotea de doña Paulina. La señora aprovecha para llenar con agualluvia las canecas con las que luego regará su jardín. Adriano y Kathe terminan la manicura del día. “Esto es casi una alquimia”, resalta Fontecha.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Adriano Fontecha tiene su propia huerta de cannabis en Bogotá. Para él, el manejo de la planta es casi una alquimia. / Fotos: Óscar Pérez

                                                                                                                              Olor a mango biche y a lluvia de septiembre. Verde claro, verde oscuro, verde limón, verde seco. Las plantas de cannabis están floreciendo. Hay algunas en su punto, los pequeños pelitos pegados en sus hojas lo indican: están cafés. Adriano Fontecha las huele, las mira; es hora de cortarlas. En unas semanas, luego del secado y el curado, esos cogollos gordos estarán listos para su consumo, quizá en el aroma de un té, dentro de la mantequilla, como pomada o en forma de porro.

                                                                                                                              Adriano cultiva su propia “medicina”, como llama al cannabis. Lo hace en la terraza de doña Paulina, la mamá de un amigo suyo. Ella tiene unos 60 años, vive con tres de sus cuatro hijos y con Pepita, una gata chismosa. El tercer piso de su casa, ubicada en el barrio Bosa Villa Clemencia, en el sur de Bogotá, es una huerta rebelde en la que nacen marihuana, acelga, caléndula, rúgula, tomate, breva y lulo, entre otras hortalizas y frutas. Un “cultivo familiar”, lo define Adriano, que les da alimento a sus allegados y a unos cuantos vecinos.

                                                                                                                              Lea: Así camina América Latina en políticas de drogas

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                                                                                                                              Lea también: Marihuana medicinal, la industria para mejorar la calidad de vida

                                                                                                                              Al proyecto fueron uniéndose cada vez más personas y así se fundó Huerta Rebelde, una iniciativa que busca incentivar la jardinería comestible en el hogar a través de la agricultura urbana biointensiva. “Trabajamos en temas de sostenibilidad y ecología con el fin de que la gente en entornos urbanos aproveche sus espacios y produzca comida orgánica para sus familias o su comunidad”, explica Romero. Los miembros de Huerta Rebelde no sólo cultivan juntos, sino que han puesto en marcha talleres en la capital en los que comparten información práctica para que las personas puedan replicar el ejercicio de sembrar en casa. Como la terraza de doña Paulina ya hay varias, especialmente en las localidades del sur de la ciudad.

                                                                                                                              En esta apuesta, la pedagogía sobre el autocultivo de cannabis tiene un papel importante. Para Romero, “esta es una herramienta importantísima que tienen los usuarios de marihuana para hacerle frente al narcotráfico, una de las peores consecuencias del consumo de sustancias psicoactivas. Aprendiendo a cultivar las propias plantas es posible autoaprovisionarse sin incurrir en ninguna escala de comercialización ilegal, en las dinámicas de explotación laboral de campesinos, ni en la delincuencia y violencia que hay a su alrededor”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Le puede interesar: En Colombia se arman porros con nueve híbridos de marihuana

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Le puede interesar: El laberinto jurídico frente a la dosis personal

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                                                                                                                              Son los terpenos de las plantas, combinados con el aguacero, los que inundan de olor a mango biche la azotea de doña Paulina. La señora aprovecha para llenar con agualluvia las canecas con las que luego regará su jardín. Adriano y Kathe terminan la manicura del día. “Esto es casi una alquimia”, resalta Fontecha.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Por Paulina Tejada Tirado @PauliTejadaT

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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