COVID-19: La vida en un alojamiento temporal en Medellín

Estos espacios les han permitido tener comida y un lugar para dormir a las personas que se quedaron sin techo durante la cuarentena. Para muchos ha sido la oportunidad de pasar tiempo con sus familias sin la incertidumbre a la que estaban acostumbrados.

Santiago Cembrano - Especial para El Espectador
20 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
El Coliseo ha recibido familias en Medellín que quedaron sin techo para afrontar la cuarentena durante la pandemia del coronavirus.  / Liberman Arango Quintero
El Coliseo ha recibido familias en Medellín que quedaron sin techo para afrontar la cuarentena durante la pandemia del coronavirus. / Liberman Arango Quintero

El Alojamiento Temporal del Coliseo de Florencia es como una pequeña sociedad. Las familias que tienen más hijos se agrupan hacia el centro; los que tienen menos, se ubican en los extremos. Hay algunos bafles y las familias, varias de ellas venezolanas, se agrupan alrededor de la música. Los niños corren por todos lados. Hay grandes pantallas con buen sonido en las que reproducen temas de interés común, como películas y, por la mañana, programas para niños. El Coliseo ha recibido familias en Medellín que quedaron sin techo para afrontar la cuarentena durante la pandemia del coronavirus.

Juan Pablo Ramírez, secretario de Participación Ciudadana de la Alcaldía de Medellín, ha sido el encargado de coordinar la estrategia para las personas a las que la cuarentena las encontró en la calle. El Alojamiento Temporal de Florencia y el Centro Colectivo del Coliseo Carlos Mauro Hoyos hacen parte de esta estrategia. El Carlos Mauro Hoyos funciona también como un centro de derivación: ahí llegan primero las personas que no tienen dónde estar. Si son familias, pasan al Alojamiento de Florencia. “La idea es, en muy corto tiempo, poder generar una oferta de alojamientos temporales, donde las personas ya pasen a una forma de confinamiento frente a la cuarentena”, dice Ramírez.

Estos lugares son amplios y cuentan con médicos y distintos funcionarios. Algunas personas llegan a pie, otras, acompañadas por la Policía o por trabajadores de Derechos Humanos que los llevan ahí cuando los encuentran en la calle. No hay solo habitantes de calle: hay desplazados, profesionales y más ciudadanos que se quedaron sin techo a la hora de la cuarentena.

Al Carlos Mauro Hoyos, en Belén, llegan las personas que necesitan refugio. Si están enfermas o presentan síntomas de coronavirus, pasan a un centro de salud. Varias de las personas que pasan allí la cuarentena son consumidores. Para evitar o mitigar los efectos de la abstinencia durante los días de confinamiento, el Instituto de Deportes y Recreación de Medellín hace presencia para que participen en actividades de fútbol, ajedrez y hasta para que jueguen Play Station.

Para combatir la ansiedad también se hacen brigadas de limpieza: 12 personas que pasan el día limpiando, trapeando y barriendo su hogar temporal. El reciclaje también ha sido una alternativa para darle un propósito al tiempo y combatir la ansiedad. En todo caso, se respira en el aire una lógica individual en la que cada uno lucha por lo suyo, por sobrevivir. Es difícil apagar ciertos instintos que te mantienen vivo en la calle.

Aquí el aislamiento es más individual. Como el de Nerio José, un venezolano médico cirujano, de 63 años, que asegura haber trabajado con el presidente del vecino país, pero que tuvo que “huir después de muchos años de servirle a mi patria”, explica con el tono y el porte que da la experiencia castrense. Le gusta ser escuchado, pero se detiene antes de llegar al final de sus historias: es contenido clasificado.

Quintero oscila entre el agradecimiento con Colombia por haberlo recibido y el dolor por la discriminación que ha sufrido. “Esta vida dolorosa no se la deseo a nadie. A cada rato viene un colombiano a maltratarlo a uno verbalmente. Eso me ha dolido, porque en Venezuela ayudé a muchos colombianos a obtener su casa y sus papeles. La frontera debería eliminarse, somos países hermanos”, se queja. Habla con la certeza de que se ha ganado estar en una situación mejor: “somos funcionarios de jerarquía. Hemos estado en combate. Presidente de Colombia, le pido que nos ponga en el sitio donde deberíamos estar. Para cualquier servicio especial o de inteligencia estamos a la orden”.

Cuando Quintero cuenta más de cómo llegó al Centro Comunitario, lo hace sin revelar mucho. Relata que lo sacaron de donde había estado viviendo porque decían que no iba a pagar el arriendo. Habla en plural, quizás mayestático. Tuvo un problema del corazón y lo operaron, cuenta, y cuando salió le dijeron que fuera al “albergue”. “Yo entré una tarde y me dieron ganas de llorar. Tanto esfuerzo para ser lo que uno es… Le pido a Dios que todo esto se aclare”. A la vez, admite, “Gracias a Dios, me están atendiendo muy bien. Me tomaron en cuenta y acá estoy. Tenemos seis comidas y también hay juegos. Debemos tener activa la mente”.

Las personas y las familias son libres de irse, pero no pueden volver a entrar, a excepción de citas médicas, por ejemplo, para las que el centro facilita el transporte. Hay algunas quejas sobre la comodidad y la ropa por parte de las familias que pasan ahí la cuarentena. También reconocen que hay buena atención, un médico disponible las 24 horas y una ambulancia para cualquier emergencia.

Una de las familias que pasa la cuarentena en el Alojamiento de Florencia es la Hincapié Landaeta, compuesta por Carlos (35), Angie (23) y sus tres hijos: Dilan Stiven (7), Narem Manuel (4) y Edison Samuel (2). Angie está embarazada y espera otro bebé, un niño, aunque querían una niña para que fuera la consentida de la familia. Puede nacer en cualquier momento. Se conocieron en Apure, Venezuela, de donde es Angie y a donde había ido Carlos a visitar a un tío. Migraron a Colombia porque “estábamos aguantando mucha hambre, los niños se me enfermaban cada minuto. Vinimos a buscar un futuro en Colombia”, cuenta Angie. La familia Hincapié pasa sus días jugando y haciendo deporte. “Nosotros no nos involucramos mucho con las personas, hay personas que son muy delicadas. Tratamos de mantenernos aisladitos para evitar problemas”, dice Angie, y resalta, con su esposo, que les dan cinco comidas al día y que están mejor que antes de la cuarentena y el coronavirus.

Trabajaban vendiendo dulces en las calles. Vivían en una pieza que pagaban por día. Apenas se anunció la cuarentena, los echaron. Luego de deambular por el centro de Medellín, funcionarios de la Alcaldía los llevaron a donde están. “Estaba muy preocupada porque no teníamos nada pa’l bebé, no sabía yo en qué condiciones me iba a tocar el parto. Gracias a Dios aquí en este albergue me han brindado apoyo. Si no estuviéramos acá la estaríamos pasando mal. Estamos muy contentos, los niños tienen todo y están felices”, resalta Angie, con un agradecimiento que también se percibe en su sonrisa y ojos. Tanto así, que esperan que la directora del Centro, Lorena Patiño, sea la madrina de su cuarto hijo.

Cuando ingresaron al Centro les explicaron, como a todos los que entran, que apenas acabe la contingencia, vuelven a lo habitual. “Después de que pase esto nos gustaría ubicarnos. Es muy difícil, con los niños y con el bebé que va a nacer, andar en la calle. Queremos tranquilidad. Es muy duro pa’ uno como madre poner a sus hijos a sufrir así”. Es el mismo deseo que expresan varias personas: que no tengan que volver a su situación precaria una vez pase la cuarentena, que puedan seguir recibiendo apoyo para llevar una vida más digna. Mientras tanto, una ambulancia adicional espera, lista para actuar cuando Angie vaya a tener a su bebé en cualquiera de estos días.

Por Santiago Cembrano - Especial para El Espectador

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