Opinión: Delicias del coronavirus, por Fernando Vallejo

El escritor enumera desde Medellín "los muchos beneficios mundanos y espirituales que le debo a la cuarentena".

Fernando Vallejo * / Exclusivo para El Espectador
20 de abril de 2020 - 03:50 p. m.
Fernando Vallejo dice: "Los dos malditos restaurantes de al lado de mi casa en Laureles, barrio de Medellín, Antioquia, los cerraron, ojalá que para siempre y que no los reabran jamás". / Archivo El Espectador
Fernando Vallejo dice: "Los dos malditos restaurantes de al lado de mi casa en Laureles, barrio de Medellín, Antioquia, los cerraron, ojalá que para siempre y que no los reabran jamás". / Archivo El Espectador

¡Bendito seas, coronavirus, que tan feliz me has hecho! Más que a Jeff Bezos el de Amazon quien, para decirlo a la gringa, "vale" 125 mil millones de dólares. Como quien dice cinco veces Colombia. Antes de tu llegada valía tres veces más, tú le subiste dos y quedó valiendo ¡cinco Colombias! Él tiene una empresa de entregas rápidas, como la Rappi de aquí pero en grande. Ah, pero eso sí, en última instancia él solo tiene billete verde y yo tengo la paz del alma, por obra tuya, coronavirus mío, que me la diste. Vencí el insomnio y duermo a pierna suelta como un bendito. Me entrego en brazos de Morfeo contando billete verde y a veces llego hasta los mil millones. Sigue como vas, a toda máquina, poniendo humanos en cuarentena, la cual en Colombia, después de ti, se la debemos a nuestro presidente Duque y a nuestra alcaldesa mayor Claudia López. Más devotos a sus gobernados y más laburadores que este par de servidores públicos no conozco. Les voy a dedicar una crónica coronavírica de alabanzas para ambos, pero mañana, esta es solo para ti solo. (Otra columna de Fernando Vallejo: Crítica desde los titulares de prensa).

Te hago la lista, coronavirus, de los muchos beneficios mundanos y espirituales que le debo a la cuarentena que gracias a tu intervención nuestros dos mandatorios estrellas pusieron. Te los enumero numerados para que te queden más claros:

1) Los dos malditos restaurantes de al lado de mi casa en Laureles, barrio de Medellín, Antioquia, los cerraron, ojalá que para siempre y que no los reabran jamás. Quebraron. No van a tener sus dueños con qué pagar la luz, el agua, el teléfono, prediales, Sayco, Industria y Comercio, Uso de Espacio Público, Tablero y Avisos, UNE, nómina y Seguridad Social para los empleados, vigilancia privada para que no los atraquen, alquiler y administración del local y lo que se ofrezca. Se jodieron, entraron en bancarrota. Qué alegría la que me da, qué dicha la que siento, me siento lesbiana en alcaldía mayor mandando y haciéndome tomar fotos y fotos y fotos con gafas o sin gafas viendo a ciegas. Los dos restaurantes, mis atropelladores mayores después de Hacienda y su DIAN, murieron. Que dure la cuarentena hasta el 2021 para que no resuciten.

2) Los del trapito rojo no me van a seguir estacionando carros como los que llegaban a los dos restaurantes infames bloqueándome el garaje y la entrada a Casablanca la bella, mi casa sobre la que escribieron un libro hermoso. No más carros de traquetos y semitraquetos estacionándoseme enfrente. Muy empoderados llegaban con sus putas a los dos restaurantes-bares tirándome en la acera de Casablanca o en mi antejardín al bajar de sus limusinas de vidrios humosos para que no los vean sus enemigos (otros traquetos armados de metralletas) la basura que sacaban de ellas, a saber: colillas de cigarrillo, cáscaras de plátano, botellas de cerveza importadas o de trago fino vacías, cajas de cartón, bolsas de plástico... Eso sí, como la verdad hay que decirla entera para no mentir uno con ella, reconozco, coronavirus mío, que nunca me dejaron frente a mi casa embriones ni fetos. Y ni un solo cadáver. Muy limpios ellos.

3) Los del trapito rojo que te digo, son acomodadores de carros pero no limpiadores porque el trapito les sirve únicamente para identificarse y no para limpiar, ni cuidadores tampoco ¡porque quién les confía los bienes móviles de uno para que los cuiden unos desconocidos inciertos! Lo único que hacen es decirle a gritos al que llega, para ayudarlo a parquear: "Dele, dele, dele. Más, más, más. Ahí está bien". Y por eso cobran. Mientras más plata les dé uno más seguro está de que no le vayan a tomar inquina y matar. Hay que comprarles su protección y benevolencia. Falsos como político colombiano.

Bajan de las comunas de la montaña a Laureles a ayudarles a los conductores en la ardua labor del parqueo de carros. Y se apoderan de cuadras enteras, de un lado y del otro. Las sienten propias, como ganadas con el sudor de sus frentes, y las defienden a cuchillo limpio de quien se las quiera quitar. Antaño las calles eran bien común, propiedad del municipio y de todos. Hoy son de ellos. Se las apropiaron. Muy territoriales. Orinan aquí y donde orinaron nadie más puede orinar. Marcan territorio como los perros.

Yo de generoso y loco les dejé a los del trapito rojo la entrada del garaje de mi casa para que en la superatestada calle sus clientes pudieran parquear. ¿Y qué me dieron en pago? Sobrados de lo que comían en el murito de mi antejardín vuelto mesa de comedor, donde me los dejaban: huesos de pollo, bananos mordisqueados, pedazos de yuca, media arracacha medio escupida o vomitada... Bien podían haber tirado sus sobrados a media cuadra, en el botadero público de basura de la Avenida Nutibrara. No, ellos no caminan, gastan calorías y se cansan. Así es como el pueblo colombiano agradece a sus benefactores.

4) Entre las azaleas y los geranios de mi antejardín, ocultos a la vista pública por mis tupidos árboles, los desechables que surgen de las alcantarillas invadiendo a Laureles en  las noches de músicos espontáneos con atronadores equipos de sonido acompañándolos, hacen sus muy humanas necesidades, tras lo cual se van, dejando sobre el rastrojo como un pasquín de la canalla sobre un muro de Casablanca sagrada la muestra de su desprecio. ¿Hacia mí? ¿Hacia  el que aquí escribe y al que la Facultad y la Academia tratan de "maestro"? Eso lo llamo yo profanación y odio de clase. No sé por qué el papa, que es tan bueno y tiene plata, no acoge a esta gente en el Vaticano. Por lo pronto los desechables y los acomodadores de carros y los cantantes espontáneos con su rap y reguetón desaparecieron, se esfumaron, mi amado virus con su cuarentena los acabó. Se fueron con su música a otra parte y con sus necesidades. Gracias, coronavirus. Gracias, cuarentena. No sé cómo agradecerles tantos favores. Ustedes son como el Espíritu Santo.

Le pedí protección a la Secretaría de Salud de Medellín por los atropellos contra mi salud e integridad personal de mis vecinos restauranteros: ruido de sus extractores de humo contra mis oídos, y humo contra mis narices. A los tres meses vinieron unos  científicos de la Universidad Nacional a medir el ruido, y su reporte fue: "Ruido infernal, el señor no duerme y da la impresión de que ya está loco". A los seis meses volví a la Secretaría de Salud a preguntar qué había pasado con mi denuncia y me mandaron a la Inspección de Policía Urbana de Primera Categoría de mi barrio. En la mencionada dependencia del Poder Ejecutivo respondieron que esperara la respuesta en mi casa. Seis meses la esperé hasta que llegó un citatorio de la mencionada Inspección conminándome a presentarme seis meses más tarde, el 20 de Marzo de 2020 exactísimamente a las 2 P.M. sin un minuto de más o de menos, "a responder por el presunto comportamiento contrario a la convivencia establecido en el artículo 92 numerales 12 y 16 de la Ley 1801 de 2016, Código Nacional de Policía y Convivencia, donde usted es el afectado". ¿"Presunto"? Hijueputas. Un comportamiento real e indebido y avalado por un peritaje de científicos de la Universidad Nacional, eso no es "presunto". Es real. La realidad no es presuntiva.

El 20 de marzo, un año y tres meses después de haber incoado el proceso que en mala hora incoé, feliz porque por fin había llegado el día de mi venganza contra los restauranteros, caminé rumbo a Inspección de Policía y rumbo a la hora fijada con todos los documentos en la mano. Encontré la Inspección cerrada con el siguiente letrero: "Cerrada por COVID-19 hasta nueva orden". Entendí muy claro que la nueva orden sería hasta el sol de hoy. Y cuando volvía caminando a mi casa un policía me detuvo y me quería poner un comparendo por salir a la calle violando la cuarentena. ¡Donde no hubiera llevado los documentos!

¡Cómo no va a ser una delicia el coronavirus! Se acabó el humo, se acabó el ruido, se acabaron los acomodadores de carros, se acabaron los desechables cagajardines, se acabaron los músicos reguetoneros, se acabaron los restaurantes y sus restauranteros, duermo bien, sueño con angelitos, vivo en paz conmigo y con todos, ¡y que reviente el mundo! Bendito seas, coronaviritus mío, quedate un poquito más, tan siquiera hasta diciembre del 2021. ¡Viva Duque! ¡Viva Claudia! ¡Viva la cuarentena! ¡Prolónguenla hasta donde ustedes consideren prudente para que salven muchas vidas y muchas almas, o hasta donde les dé la necesidad de sus cuerpos y su puta gana!

* Autor de La tautología darwinista y otros ensayos de biología, obra publicada por la UNAM de México y el sello Taurus de España.

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