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Haciendo País

Dos retratos de la violencia nacional

Detrás de la beatificación de los sacerdotes Jesús Jaramillo y Pedro Ramírez está la historia de toda la violencia que ha afrontado el país.

Redacción Judicial
08 de julio de 2017 - 11:52 a. m.
Padre Pedro María Ramírez y Monseñor Jesús Emilio Jaramillo. /Diócesis de Garzón y Archivo
Padre Pedro María Ramírez y Monseñor Jesús Emilio Jaramillo. /Diócesis de Garzón y Archivo

Colombia no ha sido tierra fértil en materia de santos. Hasta ahora, sólo la religiosa María Laura de Jesús Montoya, nacida en Jericó (Antioquia) y fundadora de una orden de misioneras, ha sido declarada como tal por el Vaticano. Es por eso que en el país del Sagrado Corazón fue tan bien recibida la noticia del Vaticano de que los sacerdotes Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y Pedro María Ramírez Ramos serán beatificados, en fecha aún por confirmarse. Según el decreto que firmó el papa Francisco, ambos hombres serán reconocidos como mártires de la Iglesia porque murieron por “odio a la fe”. Pero lo que en realidad retratan sus muertes es la historia de la violencia en el país.

En mayo del año pasado, cuando Jorge Perdomo ejercía como fiscal encargado tras la salida de Eduardo Montealegre, la Fiscalía anunció una macroimputación a los cinco integrantes del Comando Central (Coce) del Eln. La audiencia para endilgarles más de 15.000 delitos a alias Pablo Beltrán, Gabino, Antonio García, Ramiro Vargas y Pablito, anunciada con bombos y platillos, sigue sin realizarse. No obstante, quedó claro entonces que uno de esos cargos contra el Coce era el asesinato de monseñor Jaramillo, cometido en octubre de 1989 en zona rural entre los municipios araucanos de Fortul y Tame. Y algo más: que, como reveló este diario, la Fiscalía había declarado el crimen como de lesa humanidad.

Este asesinato fue una estaca en el corazón de la Iglesia católica: el Eln no sólo estaba dispuesto a reclutar sacerdotes, sino también a matarlos. Paradójicamente, el frente que retuvo al religioso mientras se desplazaba con el cura Élmer Muñoz por carretera fue el Domingo Laín, la “máquina de guerra” del Eln cuyo nombre hacía memoria de uno de los tres religiosos españoles que se unieron a su lucha a finales de los 60. El padre Muñoz vio que los guerrilleros del Eln increparon a monseñor Jaramillo por sus buenas relaciones con los militares y le pidieron que los acompañara. Antes de partir, el cura confesó a su obispo, cuyo cuerpo fue hallado al otro día en un paraje con signos de tortura.

Si la Fiscalía llega a imputarle este crimen al Coce del Eln, lo hará por tres delitos: secuestro, tortura y homicidio. En otro documento de acusación de la Fiscalía en contra de dos exintegrantes de esa guerrilla, alias Bairon y alias Gustavo, el asesinato de monseñor Jaramillo figura en la lista de “hitos delictivos”, junto a casos como la “voladura sistemática de la red de oleoductos”, la “utilización sistemática de explosivos y minas antipersona”, la masacre de Machuca (cuando los guerrilleros dinamitaron el oleoducto Central de Colombia en este caserío de Segovia, Antioquia, y le causaron la muerte a unos 50 habitantes) y secuestros masivos como el de la iglesia La María, en Cali, o el avión de Avianca.

Un documento para la historia

Recién cometido el crimen de monseñor Jesús Emilio Jaramillo, el frente Domingo Laín y la compañía Simacota del Eln divulgaron la edición número 28 de su periódico. El documento histórico, que conoció este diario, es una publicación casera de ocho páginas, compuesta por dos hojas dobladas por la mitad con textos en todas sus caras escritos en máquina de escribir. El tema era uno solo: ese asesinato. “Entre esa iglesia y esos cristianos burgueses está la jerarquía eclesiástica colombiana, con los cardenales (Alfonso) López Trujillo y (Mario) Revollo Bravo a la cabeza de los obispos y sacerdotes que han elegido la opción y la defensa de la clase capitalista”, decía la guerrilla al abrir el texto.

Enseguida, el Eln señaló que determinó el “ajusticiamiento” de monseñor Jaramillo “por delitos contra la revolución”. Para la guerrilla, la vida del obispo de Arauca debía apagarse porque él “hacía parte del sector más reaccionario de la jerarquía eclesiástica colombiana”, tenía una “abierta amistad y relación política y personal con el intendente militarote (sic) Fernando González Muñoz”, frente a comunidades y dirigentes populares “camuflada o abiertamente rabiaba y exponía contra la organización, contra la revolución”, defendió la “presencia saqueadora de las multinacionales Occidental y Shell” y no se pronunció ante crímenes de campesinos cometidos por las Fuerzas Militares.

El frente Domingo Laín del Eln cerró ese memorial de agravios señalando que observaba la “proliferación” de iglesias evangélicas en Arauca. A sus pastores los acusó de “desarrollar la acción de inteligencia informativa para el ejército y de tipo ideológico para colocar al pueblo contra la guerrilla”, y anunció que esos pastores quedaban “a disposición de la justicia revolucionaria en cualquier momento”.

La justificación del crimen, sin embargo, distaba de la manera como el obispo de Arauca era visto por otros religiosos. El jesuita Germán Neira escribió de él: “Este obispo, perteneciente a los misioneros de Yarumal, se caracterizó por su compromiso con los campesinos y por la organización de la pastoral social”. El jesuita Javier Giraldo, reconocido por sus denuncias de crímenes cometidos por las Fuerzas Militares, escribió también: “Si algo nos revela dramáticamente el cadáver ensangrentado de monseñor Jaramillo son los alcances deshumanizantes del dogmatismo, del maniqueísmo político y del militarismo de izquierda, cuyo ejercicio del poder puede llegar a confundirse con el del fascismo”.

El padre de Armero

Treinta y siete años antes de que Armero fuera borrado del mapa por una avalancha, y un día después de que Jorge Eliécer Gaitán fuera asesinado, el 10 de abril de 1948, la situación de orden público en ese pueblo tolimense era la misma que en el resto del país: agitada y peligrosa. Apenas se supo la noticia del magnicidio de Gaitán, la casa cural que dirigía el padre Pedro María Ramírez fue atacada. Según publicó Mariano Ospina en el periódico Shalom, de la Diócesis de Garzón (Huila), un hombre con un machete prometió frente a él que lo mataría. “Estoy preparado para morir”, dijo después el padre Ramírez.

Al otro día, con los ánimos bipartidistas exacerbados —el religioso era considerado conservador—, el padre Ramírez terminó en manos de una turba en la plaza del pueblo, que empezó a darle puñetazos y palazos. Uno de los hombres presentes tomó su machete e hirió mortalmente al cura en la cabeza. Murieron por “odio a la fe”, concluyó el papa Francisco. Y por eso los beatifica.

Por Redacción Judicial

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