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Grabar en la memoria, la transformación del dolor de las Madres de Soacha

Diez mujeres del colectivo están reconstruyendo los recuerdos de sus hijos antes de que fueran asesinados por miembros del Ejército en 2008, en los casos conocidos como “falsos positivos”. A través del grabado en madera están sanando heridas de once años de ausencias.

Carolina Ávila - @lacaroa08
13 de octubre de 2019 - 01:00 p. m.
Cristian Rojas, Zoraida Muñoz, Angie Huertas e Idalí Garcerá, grabando sus cuadros. / Fotos: Gustavo Torrijos
Cristian Rojas, Zoraida Muñoz, Angie Huertas e Idalí Garcerá, grabando sus cuadros. / Fotos: Gustavo Torrijos

Todos los miércoles, a la una de la tarde, las mujeres van llegando al taller de grabado de la Universidad Pedagógica Nacional. Se internan en el salón de clases y, en medio de risas y conversaciones, se dedican a tallar los rostros de sus hijos en grandes trozos de madera. No importa que se haga de noche y terminen enredadas en los atascos del tráfico bogotano. Al final del día se van felices. Este es el espacio en el que el dolor por la pérdida de sus hijos desaparece o se apacigua por unas horas. Hace siete meses que las diez mujeres pertenecientes al Colectivo Madres de los Falsos Positivos de Soacha y Bogotá cumplen esta cita sagrada.

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En 2008 comenzaron a alzar sus voces, a reclamarle al Estado y al Ejército colombiano para que les dijeran la verdad. “¿Por qué mataron a nuestros hijos? ¿De dónde vino la orden para asesinar a estos jóvenes inocentes y hacerlos pasar como guerrilleros muertos en combate?”. En once años no han obtenido esa respuesta . “Llevamos una década en esta lucha y en esta tristeza, hablando siempre de lo mismo. Es un dolor que llevamos sobre nosotras siempre; pero no podemos seguir con eso, no más. Este ejercicio, por el contrario, nos ayuda a sanar”, dice Blanca Nubia Monroy, madre de Julián Oviedo.

Están cansadas de repetir la misma historia ante estrados judiciales y medios de comunicación. A pesar de esto, saben que no pueden desfallecer en la búsqueda de justicia y verdad. El próximo 17 de octubre serán escuchadas por la Jurisdicción Especial para la Paz en una audiencia pública. Allí, por primera vez, ellas confirmarán o negarán las versiones que han entregado los militares sobre su responsabilidad dentro del caso 003, llamado “Muertes ilegítimamente presentadas como bajas en combate por agentes del Estado”.

Al lado de 16 estudiantes del semillero de investigación Creación Arbitrio, de la Licenciatura en Artes Visuales de esta universidad, están aprendiendo xilografía, una técnica de impresión a partir de una plancha de madera. En estos meses han aprendido a sacar bocados de madera con las gubias, instrumentos para dejar en relieve la imagen que después van a imprimir sobre papel.

Cada una ha construido piezas de madera con los recuerdos que tienen de sus hijos o hermanos antes de ser asesinados. “Quisimos establecer una relación directa entre arte y memoria histórica con las Madres de Soacha y Bogotá”, afirma el profesor Alexánder Ruiz, artífice del encuentro entre los estudiantes de la Pedagógica y las madres. “Ha sido un espacio extraordinario porque ellas pueden contar su historia de otra manera distinta al discurso oral y les permite reconciliarse con su propia historia, que tradicionalmente ha sido de dolor y que aquí deja de serlo”.

El proyecto se llama “Grabar en la Memoria” y se realiza en el marco de la cátedra de Educación y Cultura de Paz-Unesco. Cada una de ellas, a comienzos del primer semestre de este año, escogió a dos estudiantes del semillero con los que han trabajado desde entonces. Ellos hacen sus prácticas y así de estudiantes pasaron a ser los profesores de grabado.

El coordinador de Arbitrio, Andrés Barrera, también profesor de la Licenciatura en Artes Visuales, cuenta que los alumnos que trabajan con las madres son catalogados como “los marginados” dentro de la universidad, por sus promedios académicos o por ser conflictivos, pero insiste en que son seres humanos muy sensibles a la realidad de estas mujeres y al conflicto armado en Colombia.

Precisamente, el Colectivo Arbitrio viene funcionando desde hace tres años en la Universidad Pedagógica como una iniciativa de romper la estructura jerárquica entre el profesor y el estudiante. En todos los trabajos que desarrolla el colectivo hay procesos de autonomía y circulación horizontal del conocimiento, de manera que los estudiantes son los mismos profesores. 

Flor de nomeolvides

Juan Carlos Lemus comenzó siendo el compañero de trabajo de Carmenza Gómez y hoy son grandes amigos. Los dos hijos de Carmenza, John y Víctor, fueron asesinados por el Ejército en agosto y febrero de 2008 y 2009, respectivamente. Cuando Juan Carlos escuchó que ella quería hacerles un homenaje con sus retratos, pero que no tenía fotos de John, él le propuso reconstruir su rostro digitalmente. “Le dije que se trajera todas las fotos que tuviera en su casa e hicimos la reconstrucción”, cuenta Juan Carlos.

“Nos engomamos con el proceso, es mucho más que una calificación. Empezamos a entender que al país le hacen falta profesores, abogados, ingenieros y otros profesionales que vean la realidad desde las víctimas, no desde el victimario”. Al cuadro de Carmenza todavía no le han pintado las flores de nomeolvides pequeñas, de cuatro hojas azules y centro amarillo; pero esas flores estarán presentes y conectarán todos los cuadros.

La obra de Ana Páez es, tal vez, una de las que más trabajo requiere. Junto a sus compañeros, Yeferson y Cristian, están pintando un mausoleo donde estarán enterrados, simbólicamente, todos los hijos del Colectivo que fueron víctimas de ejecuciones extrajudiciales. Arriba de las bóvedas va a decir: ‘Asesinados por el Ejército Nacional de Colombia’, porque ellos [los militares] nos iban a construir un mausoleo como medida de reparación y nunca cumplieron, dice Ana.

Idalí Garcerá, madre de Diego Alberto Tamayo, está tallando un cuadro repleto de flores de nomeolvides y en el centro, los ojos de su hijo. Doris Tejada está retocando todavía su fotografía sosteniendo la foto de Óscar, el único de los jóvenes al que no han podido encontrar. Beatriz está pintando las caras de su madre, su hermana, su sobrino Edward y su hijo Weimar. Ambos fueron víctimas del mismo delito. “A mi hermana y a mí nos quitaron a nuestros hijos, por eso este cuadro será la memoria de la mujer luchadora, la mujer columna de un hogar”, explica. La madre de Julián, Blanca, lo está pintando en medio de un jardín y una noche estrellada: “Acá no queríamos contar historias tristes, entonces me acordé de que a él le gustaba regar las matas”. Cecilia Arenas pintó también a su madre, Cecilia, quien murió luchando por encontrar el porqué de la muerte de su hijo; a su esposo, Mario, quien falleció de insuficiencia renal, a su hermano, Mario Arenas, víctima del Ejército, y a John, su hijo, asesinado en medio de un atraco.

Debajo de los rostros hay una enredadera pintada, una mariposa y un tronco. “Ellos eran la fuerza de la casa, el tronco que sostiene. La enredadera es porque todo lo que agarra no lo suelta, es el apego que yo tenía hacia ellos y la representación de sostener su memoria viva. Y la mariposa, porque cuando salga delante de todo esto volaré libre”.

Jackeline, quien ha sido la principal vocera de las Madres de Soacha en los últimos años, decidió grabar las imágenes de años de lucha del colectivo. “Escribí: ‘Las madres no se rinden, carajo’, para mostrar nuestra resistencia para que esto no quede en el olvido. Ha habido intimidaciones y amenazas, pero tampoco nos han doblegado”

“Grabar en la Memoria” va por mitad del camino. Cuando terminen de grabar las imágenes, pintarán con ayuda de los estudiantes y los dos profesores todos los cuadros con tintas litográficas para luego imprimirlas en un papel fino de tamaño grande. La idea, como cuenta el profesor Alexánder, es que estas imágenes construyan una exposición que quieren exhibir en la Comisión de la Verdad y en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Para eso, piden el apoyo de alguna entidad que quiera colaborarles con la instalación del proyecto, la aplanadora que necesitan para imprimir las imágenes en gran escala y el papel de impresión.

Este proyecto ha sido enriquecedor para todos. A los estudiantes los ha acercado a una realidad que tal vez era muy distante para ellos, como lo asegura Juan Carlos: “Ellas nos enseñan más a nosotras que lo que nosotras les enseñamos grabando. Tenemos la técnica y cualquiera lo puede aprender, pero vivir el proceso con las víctimas nos hace muy afortunados como estudiantes”. Y para las Madres de Soacha y Bogotá, que incluso han llevado a sus hijas y otros familiares a que participen en los grabados, ha sido una forma de alivio. Ninguna falta a las clases de los miércoles, así tengan que cancelar trabajos y asuntos pendientes. El 13 de noviembre, cuando hayan terminado el proyecto, se graduarán en grabado en madera para conservar la memoria de este país.

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Por Carolina Ávila - @lacaroa08

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