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Haciendo País

Paz y democracia en el trabajo

Juan David Cabrera Arocha*
07 de diciembre de 2020 - 09:19 p. m.

¿La democracia y la paz se pueden llevar a instancias laborales? La lógica empresarial está sujeta a que un trabajador promedio gane mucho menos que su empleador, abriéndose así una amplia brecha de desigualdad y pobreza entre distintos sectores productivos. Sin embargo, existen mecanismos que pueden encabezar los mismos empleados para mejorar sus condiciones laborales y de vida. Existe un extenso debate en torno a la consolidación de una democracia radical que pueda consolidar una paz real. ¿Hasta qué punto esto es posible?

Creo que una verdadera paz necesariamente implica la ausencia de formas de violencia que constantemente ignoramos: la pobreza, la desigualdad, el hambre. Pero la paz y la democracia están estrechamente relacionadas: cuando una está en peligro la otra también. ¿Acaso tener elecciones periódicas, en un sistema con división de poderes, significa que tenemos democracia? Yo creo que no. Creo que esa visión, propia de la democracia liberal, es insuficiente. Siguiendo al profesor Richard Wolff, creo que necesitamos una versión más radical de la democracia para tener una paz real. Creo que esa democracia radical debe empezar en nuestros trabajos.

Wolff, sugiere que no podemos hablar de democracia cuando la mayoría de trabajadores no tiene capacidad de decisión (o ésta es muy limitada), sobre lo que sucede con su trabajo. El empleado va a la empresa, seguramente mal remunerado, y no tiene voz alguna sobre lo que sucede con las utilidades que se obtienen con la venta de los productos o servicios que ayudó a crear. Al contrario, las utilidades son apropiadas por los propietarios de las empresas, quienes deciden qué hacer con ellas. El trabajador no tiene voz ni voto cuando se asignan los salarios de las compañías, lo que ha llevado a la vergonzosa desigualdad salarial que solo ha aumentado con el neoliberalismo.

Para poner un ejemplo, en 1965 un presidente de empresa ganaba 20 veces lo que ganaba un trabajador promedio. En el 2018 esta relación aumentó a 278 veces el salario del trabajador promedio. Las decisiones las toman en las empresas, en últimas, los accionistas mayoritarios y la junta directiva, lo que Wolff compara con el poder que tenía el señor feudal y su séquito en la edad media. Nada democrático por supuesto.

La propuesta de Wolff es que las empresas se reformen radicalmente de manera que cada trabajador tenga un voto, y que los trabajadores decidan conjuntamente, por democracia directa, qué se hace con las utilidades de la empresa o cómo se asignan los salarios. Cómo se organiza la empresa, en últimas. Esto no implica que todas las decisiones las tengan que tomar todos los trabajadores, pues por supuesto, habría empleados expertos en su ramo, que pueden tomar decisiones operativas sin consultar a todos.

Con democracia en el trabajo, los trabajadores no decidirían que un minúsculo número de personas se quede con las utilidades, como sucede en el sistema económico vigente, sino que estas se podrían repartir entre los trabajadores. Mucho menos permitirían que un presidente de empresa gane 300 veces lo que gana un trabajador; habría mayor equidad salarial. Esto ha sido realidad en empresas como la Corporación Mondragón, en España, o en la zona de Emilia Romagna, en Italia, donde el 40% del PIB de la región lo producen las cooperativas de trabajadores.

Los trabajadores también podrían optar por disminuir su jornada laboral, manteniendo buenos salarios y productividad, de manera que la proliferación de trabajos inútiles, que abundan en el capitalismo moderno, disminuiría.

Pero para que esto realmente funcione, debería suceder a gran escala, pues difícilmente una empresa manejada por los trabajadores puede competir con una en la que el incentivo, de los pocos dueños, es pagar el mínimo salario posible a sus empleados, para aumentar sus utilidades. En últimas, para que realmente funcione, la economía debe dejar de basarse en el crecimiento.

Creo que la democracia en el trabajo contribuiría enormemente a reducir la desigualdad y la pobreza que afligen a nuestra sociedad. Creo que la democracia radical es necesaria para una paz real.

* Investigador de Dejusticia

Por Juan David Cabrera Arocha*

 

Hincharojo(87476)08 de diciembre de 2020 - 07:41 p. m.
Una propuesta demasiado irreal e impráctica. Ni Noruega ,ni Suecia tienen esa forma de administrar empresas.Aclaro que soy pensionado ,devengo el mínimo.
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