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Haciendo País

Recordar, renovar y reconciliarse para la paz, las enseñanzas de Irlanda del Norte

Dejusticia
26 de abril de 2018 - 05:30 p. m.

Por Diana Isabel Güiza Gómez*

El pasado 10 de abril, Irlanda del Norte conmemoró dos décadas de la firma del Acuerdo de Belfast o de Viernes Santo, que terminó el conflicto armado interno que, por tres décadas, enfrentó a dos comunidades profundamente divididas: los republicanos (católicos) que aspiraban a unirse a la República de Irlanda y los unionistas (protestantes) que buscaban mantener el vínculo con el Reino Unido. Mientras los primeros actuaron políticamente a través de Sinn Féin y tuvieron fuertes lazos con el IRA (Irish Republican Army); los segundos conformaron grupos políticos, como el DUP (Partido Unionista Democrático de Ulster), y fueron cercanos a varias organizaciones armadas como el UVF (Fuerza Voluntaria de Ulster).

Veinte años después, las marcas de la guerra subsisten en el país. En Belfast, algunas zonas continúan segregadas, a pesar de que los muros que las dividían fueron derrumbados. En las paredes permanecen los retratos de los guerreros que fueron pintados en medio del conflicto, quienes aparecen con armas y usando pasamontañas y camuflados. En un mural de la sede de uno de los partidos políticos que emergió de la desmovilización del UVF todavía se lee: “preparados para la paz, listos para la guerra” (prepared for peace, ready for war).

Más aún, nuevos problemas sociales han surgido asociados al consumo de drogas y la salud mental. Según el profesor Mike Tomlinson, las tasas de suicidio aumentaron significativamente en la década siguiente al acuerdo de paz: mientras que 3.983 suicidios fueron registrados entre 1965 y 1997; 3.709 casos han sido reportados entre 1998 y 2014. Una cifra equivalente a las 3.600 muertes violentas causadas en los años de guerra. Los estudios de los profesores Mike Tomlinson y Siobhan O’Neill demuestran que los adultos que han tenido comportamientos suicidas vivieron su infancia durante el periodo más violento del conflicto interno.

El escenario que dejó la guerra es prácticamente el mismo, pero las relaciones e identidades sociales sí se han transformado gradualmente, gracias a que la violencia política prácticamente se acabó. Hoy es usual que tanto católicos como protestantes marchen pacíficamente en las calles, sin temor a ninguna represalia violenta por expresar sus tradiciones religiosas, mientras la policía los escolta. Ahora cualquiera puede cruzar libremente la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, lo que era impensable en los años de la guerra. Además, la percepción sobre la convivencia social es más favorable que aquella de hace dos décadas. Así lo evidencian los resultados de una encuesta que Sky News realizó a 1.440 personas hace unas semanas: el 61% de los encuestados se sienten más seguros ahora que hace 20 años; el 69% apoya la educación integrada entre católicos y protestantes; y el 51% considera que la sociedad está menos dividida.  

Estos cambios sociales han tomado tiempo y han sido graduales. Es por eso que los irlandeses ven el Acuerdo de Belfast como el punto de partida en la ruta hacia la paz y no como el punto de llegada a la paz. En esa travesía, tres actitudes han sido cruciales para sostener el postconflicto: recordar, renovar y reconciliarse.

Los irlandeses intentan recordar las dimensiones del conflicto armado y los impactos físicos, sociales y sicológicos que dejó en sus vidas. Sus historias perviven en muros de la memoria, películas, exposiciones de arte y música. Este mes, por ejemplo, se estrenó el documental Hear My Voice, que recoge la voz de distintas víctimas y sus rostros retratados por el famoso pintor Colin Davidson.

Ante las adversidades que parecen insuperables, Irlanda del Norte ha renovado su compromiso político con un nuevo inicio como sociedad. En los primeros años del postconflicto, la naciente asamblea funcionó interrumpidamente por los tropiezos que tuvo el progresivo desarme del IRA que, aunque había decretado un cese al fuego desde 1997, sólo renunció totalmente a la violencia armada hasta 2005, cuando una comisión internacional verificó que todas sus armas habían sido entregadas y destruidas. Es decir, la dejación de armas del IRA duró 8 años mientras que la de las FARC-EP tomó en Colombia algunos pocos meses. Para resolver las crisis, las partes renovaron el pacto por la paz con el acuerdo de St. Andrew (2006), Stormont House (2014) y Fresh Start (2015).

El imaginario de la rebelión se ha desvanecido gracias a los intentos de reconciliación. Un pueblo que construyó su identidad alrededor de la violencia armada ha encontrado que esa no es la opción para vivir y convivir. Paulatinamente, los lazos sociales se han restaurado no a través del perdón entre víctimas y victimarios, que es inexigible en la vida democrática, sino por medio del reconocimiento del otro como ciudadano. Es el acercamiento entre unos y otros para escucharse, disentir y no eliminarse.

El caso irlandés ejemplifica que la construcción de paz es un proceso largo y turbulento. Las dificultades no son necesariamente muestra del fracaso de la paz, sino parte de la misma, pero solo son superables con voluntad política. Incluso hoy, dos décadas después, el postconflicto irlandés enfrenta grandes desafíos por la segregación geográfica que podría causar la salida de Reino Unido debido al Brexit y el vacío de poder interno por la fractura de la fórmula de gobierno compartido, que ocurrió hace un año. Con todo, los irlandeses consideran que el postconflicto ha sido exitoso. Su punto de comparación no es entre la paz imperfecta del presente con la paz perfecta de un mundo ideal, sino con la guerra y el dolor del pasado.

Hoy, cuando los colombianos le apostamos a la superación del conflicto, recordar, renovar y reconciliarnos pueden ser las estrategias para caminar por la larga y resbaladiza travesía hacia la paz. Sin voluntad política, el final de nuestra historia sería el doloroso fracaso y no la reconciliación democrática. En últimas, el acuerdo de paz es el inicio y no el final.

*Investigadora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad- Dejusticia y profesora de la Universidad Nacional de Colombia.

 

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