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El excombatiente de las Farc que le toma fotos a la Colombia olvidada

Se vinculó a la guerrilla cuando estudiaba en la Universidad del Atlántico y en 2013, cuando se cocinaba el Acuerdo de Paz en La Habana (Cuba), decidió irse “al monte”. Nunca disparó un arma y su labor fue enseñarles a otros exguerrilleros sus pasiones: la fotografía y el dibujo. Hoy cuenta su historia.

Marcos Guevara*
20 de enero de 2020 - 06:00 a. m.
El excombatiente Óscar Elías Tordesillas o “Chilapo”, como lo conocían en la guerra. Lo vio en Bogotá una vez y le contó que pasó 14 años en la cárcel. Recuperó su libertad tras la firma del Acuerdo de Paz. / Fotos: Marcos Guevara
El excombatiente Óscar Elías Tordesillas o “Chilapo”, como lo conocían en la guerra. Lo vio en Bogotá una vez y le contó que pasó 14 años en la cárcel. Recuperó su libertad tras la firma del Acuerdo de Paz. / Fotos: Marcos Guevara

“Mi nombre prefiero no revelarlo. Mejor les digo mi nombre artístico: Marcos Guevara. Marcos lo elegí en honor a mi padre y mi abuelo. Y Guevara, obviamente, por el Che. Fue mi primera influencia para encarrilarme por el camino de la izquierda. Nací en el último cuarto de mi casa, en el barrio La Manga, en Barranquilla (Atlántico). Tengo treinta años. Mi mamá trabajó en la casa. Mi padre es vendedor de mango. Yo también lo fui antes de irme, primero, a la Universidad del Atlántico, y luego a las filas de la guerrilla de las Farc. Fui uno de los pocos integrantes de mi familia que pisó la universidad, pero no la terminé.

(Lea también: Luces, cámara, ¡reincorporación!)

Me gusta ir por Colombia tomando fotos. A la fotografía llegué por el dibujo, que me enseñó a retratar. Pero quería más y así fue como un día me dieron ganas de comprar una cámara, pero no tenía plata para comprarla. Un compañero que estudiaba cine me dijo que si quería aprender lo hiciera con fotografía análoga. Me compré entonces una Pentax y cinco rollos de 35 milímetros a color. Con eso empecé a entender y me enamoré de esto, hace seis años.

En la universidad milité en el Partido Comunista Clandestino Colombiano, conocido como PC3. Ahí empecé a tener contactos con los del monte, o sea con la guerrilla. En 2013, cuando inician los diálogos de paz entre las Farc y el Gobierno, veo que hay un momento histórico que va a vivir el país y pues decido ingresar a las filas de la organización.

¿Por qué decido ingresar tarde? Lo hago por dos razones: la primera, yo quería conoc er la vida en el monte. Mi trabajo siempre fue convocar a los campesinos en la ciudad. Pero había muchos mitos que yo quería saber si eran ciertos o no del otro lado, el del campamento. Así que decidí arrancar.

La segunda es que la organización se preocupaba mucho por quienes estábamos en las ciudades. Yo era un chico de la Universidad del Atlántico y ahí me atrapó el mundo de la droga. Estaba perdido. Me declararon fármacodependiente y yo les pedí a los camaradas que me sacaran de la ciudad, porque no tenía fuerza de voluntad para salir de la drogadicción. Creo que por eso puedo decir que lo más importante que me pudo haber pasado fue ingresar a las filas de la insurgencia.

En un principio me iba a quedar seis meses, pero a los dos yo supe que ese era mi lugar. Ingresé a la escuela de Efraín Guzmán, luego al Bloque Martín Caballero y finalmente pasé al Frente 41, en el departamento del Cesar. Al principio la abstinencia fue dura, pero luego me olvidé de eso. Había otras cosas más importantes y aprendí disciplina y autocontrol.

Muchas veces la gente me pregunta sobre historias de guerra o qué armas disparé, y yo en realidad solo fui a la guerrilla a dar clases, alfabetizar. Enseñé dibujo, cartografía y fotografía. Además, profundicé mis conocimientos. Aprendí Photoshop, a ilustrar, diagramar libros, hacer videos. Allá no solo aprendí el arte de la guerra.

Con esto no justifico el camino de las armas. Por eso muchos estábamos contentos con los diálogos de La Habana (Cuba). Sabíamos que las Farc no podía ser más una organización armada y era necesario pasar a ser un partido político, entrar a la democracia. Fue una gran decisión vivir esos últimos tiempos de la guerrilla en armas y vivir el tránsito.

Actualmente, vivo en la vereda Tierra Grata, en la serranía del Perijá, en el Cesar. Es un lugar fundado por 162 hombres y mujeres que llegamos en armas hace tres años. Esto era una finca, después fue un Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) y ahora la convertimos en vereda. No sabemos cómo, pero hoy somos más de 200 personas.

Salgo a trabajar a otros espacios territoriales a fotografiar a otros compañeros y a víctimas de la guerra. Trabajo mucho con las comunidades. Esta es mi forma de reparar: a través de la fotografía, el documental, lo narrativo. No solo se trata de un tema monetario. Creo que se puede reivindicar a estas personas mostrando su cultura y su manera de resistir. Con la renta básica que me da el Gobierno adelanto mi proyecto.

No estoy interesado en tomarles fotos a modelos o productos. A mí me gusta el fotorreportaje, la fotografía documental y social. Este oficio tiene un papel crucial en esta coyuntura de posacuerdo que estamos viviendo. Me gusta mostrar la Colombia abandonada y perdida.

En mayo de 2018 hice mi primer viaje, al ETCR de la Macarena. Ahí comencé a fotografiar a los camaradas que fueron afectados por el conflicto armado. Wilson Mojica fue una de las primeras personas que retraté. Me contó que en menos de un año perdió a más de quince compañeros por enfrentamientos y bombardeos. En 2010 un disparo le provocó la amputación de la pierna izquierda.

También he intentado capturar imágenes de los militares, porque ellos son víctimas de la guerra, pero es más difícil. Me rechazan y yo entiendo por qué. Por ser un exguerrillero son precavidos. Logré tomarle una foto a Darío Loperena, quien en 2015 se fue a prestar el servicio militar. A los cinco meses de estar en el Ejército, su madre recibió una llamada: un cilindro cargado de explosivos cayó cerca de su paradero. Las esquirlas y la onda explosiva le destrozaron la pierna izquierda. Darío vive en Manaure junto a su familia, trabaja la tierra y le gusta pintar grafitis.

También me he encontrado con víctimas, como Dalia. Ella estaba en una mesa de trabajo de memoria que se adelantó en la Serranía del Perijá, en 2019, liderado por campesinos de la región y exguerrilleros de La Guajira y el Cesar. En este escenario me contó que a su hermano lo mataron los paramilitares. Mencionó que cuando a un miembro de la Defensa Civil lo asesinó el Ejército y luego lo presentó como un falso positivo (ejecución extrajudicial). Su cuerpo lo pasearon por arriba del pueblo, donde ella vivía. Estos son los absurdos de la guerra.

La gente en general me recibe bien, aunque también me encuentro con personas que hablan desde los prejuicios y piensan que tengo dinero por haber pertenecido a la guerrilla, como los vecinos del barrio en Barranquilla. Desconocen el Acuerdo de Paz y su espíritu. Por más que intento explicarles, tienen el imaginario de que los excombatientes son millonarios. No me han echado tomate, como al camarada Timochenko, pero a veces se siente un poco el recelo.

(Le puede interesar: El futuro de los excombatientes de las Farc)

Por ahora seguiré haciendo esto que me gusta. No sé si termine la universidad. Tengo una encrucijada, porque siento que puedo aprender leyendo, practicando y viajando. Me da miedo pasar cuatro años en la academia y perderme de esta oportunidad. También pienso que a los fotógrafos los contratan por la calidad de su trabajo y no por su título.

Por ahora seguiré trabajando con mi colectivo de artes gráficas llamado La Rotativa. Hacemos estampados, dibujos, fotos, ilustraciones. Tenemos una habitación en la vereda que hemos adecuado como oficina, porque a veces nos sale trabajo. Le echamos cielo raso, le pusimos piso, compramos estanterías. La idea es que a través de esto ofrezcamos productos que hablen de la paz y reconciliación, y vendamos nuestros servicios en el Cesar. Yo formo a los muchachos o traigo a más gente para que les enseñe sobre estas artes. Es lento el proceso, pero ahí vamos. Muchos son jóvenes y se han integrado en los últimos meses.

Tomé la decisión de quedarme en mi espacio territorial con los otros compañeros y compañeras, porque siento que son mi familia. Los he aprendido a apreciar mucho. Y lo que pude cambiar de mi vida lo logré gracias a esta organización. Además me gusta la sierra. No me siento preparado para dejar la tranquilidad del campo por la hostilidad de la ciudad. Tengo arraigo. Quiero que mis hijos nazcan en estas tierras abandonadas. Quiero mostrarle al mundo este lugar que fue invisibilizado en el conflicto. Aquí estamos tranquilos. No hay amenazas de grupos armados.

Claro que me preocupa lo que pasa en otras partes del país y con otros compañeros. Por eso le decía que mejor no publicar mi rostro. Pero ahí les dejo mis fotos. Ahora utilizo cámaras prestadas. Uso una Canon de la comunidad y dos análogas que sí son mías. Estoy ahorrando para comprar algo más liviano. Ojalá les guste mi trabajo... ¿Cómo me pueden ayudar? Me pueden seguir en mis redes. Cuanto más seguidores tenga, mejor. Bienvenidas las críticas y recomendaciones. En Instagram estoy como @marcosguevara10”

*Este texto fue reconstruido por la redacción de Colombia 2020.

Por Marcos Guevara*

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