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Elvis Zuluaga, de testigo de la violencia contra la población LGBT a activista por sus derechos

Cuando Apartadó se quedó sin ataúdes, la vida de la familia Zuluaga tomó otro rumbo. Encargarse de una funeraria no fue tarea fácil y esto se complicó cuando, en la región del Urabá, se agudizó la guerra. Elvis Zuluaga Machado tuvo que atender las masacres que dejó la violencia, y vivió de cerca cómo grupos armados asesinaron sistemáticamente a personas LGBT de la región. Él mismo los vistió.

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Valerie Cortés Villalba
27 de junio de 2020 - 10:09 p. m.
A finales de febrero de 2020,  Elvis asistió a un taller de “Construyendo Pais” en Apartadó, en el que solicitó al Gobierno “luchar contra la corrupción, empezando desde casa, desde el Estado mismo. Con ejemplo”. (Tomada de Twitter / @karenabudi)
A finales de febrero de 2020, Elvis asistió a un taller de “Construyendo Pais” en Apartadó, en el que solicitó al Gobierno “luchar contra la corrupción, empezando desde casa, desde el Estado mismo. Con ejemplo”. (Tomada de Twitter / @karenabudi)
Foto: Tomada de Twitter / @karenabudi
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De niño, Elvis Zuluaga Machado, jamás se imaginó que su padre, Sigifredo Zuluaga García, un reconocido ebanista de Apartadó (en la región del Urabá antioqueño), se convertiría en el funerario del municipio. La madera que trabajaba don Sigifredo para construir muebles pasó a ser utilizada para ensamblar ataúdes. “Esto ocurrió en el año 70 o 71, cuando apareció el primer muerto por violencia en Apartadó, picaron a un moreno en la Plaza la Martina y no encontraban donde enterrarlo. Entonces fueron al negocio de mi padre, desde ahí, viene la formula 4:16, es decir, cuatro tablas y 16 puntillas por cada ataúd”, narra su hijo.

No es gratis que el municipio requiriera más ataúdes que muebles. Desde 1960 empezaron a tener presencia en la región del Urabá, el Ejército Popular de Liberación (EPL) y las extintas guerrillas de las Farc, quienes en 1973 oficializaron la creación del quinto frente en San José de Apartadó. Durante esta época se dio también la expansión territorial que llegó con la industria bananera. De acuerdo con Clara Inés Aramburo, docente de la Universidad de Antioquia, “la fuerte presión por la tierra cultivable desastó los desalojos en el centro del eje bananero (Turbo, Apartadó, Chigorodó y Carepa)”. Estos son solo algunos de los gérmenes de la ola de violencia que marcó esta región y que tuvo que vivir, en carne propia, la familia Zuluaga.

Elvis tiene 51 años, cuenta con una memoria de esas que algunos historiadores envidiarían y un timbre de voz fuerte que no se molesta en disimular. Relata que vivió una infancia feliz pero que fue difícil. “Ahora lo llaman bullying, pero en mi época fue muy duro por lo que yo tenía el pelo largo y facciones de muchachita”. Cuando terminó el bachillerato no tuvo la posibilidad de ir a la universidad, “porque me gradué al mismo tiempo que mi hermano y él era el masculino, a los ojos de los demás, el que tenía futuro”, recuerda.

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Sumado a esto, la profesión de su padre le hizo cargar una doble discriminación. A medida que iba creciendo la violencia, también lo hacía el número de familiares que necesitaban donde enterrar a sus muertos y evidentemente, crecía el negocio de su padre. “Él fue muy discriminado por ser funerario. Llegó un punto que le tocó salir del local que tenía en el centro y trasladarse. Finalmente la funeraria quedó más alejada del pueblo que el mismo cementerio”.

Cuando el hermano de Elvis se fue de Apartadó, él asumió su lugar y le tocó abandonar su puesto como maquillador y estilista, para convertirse en funerario como su padre. Durante años, su rutina consistió en ofrecer el servicio de sepelio, acompañar a los familiares a la morgue y embalsamar a los muertos, que dejaban la vida y la guerra. “Para mí eso fue lo más duro y difícil en mi vida, tener que ofrecer un servicio funerario en medio de tanto dolor”, asegura.

Según recuerda, hubo días en los que alcanzaron a recoger entre 12 y 13 cadáveres diarios. Sin embargo, no contó que ahora era él quien tendría que enterrar a sus seres queridos. “Estamos hablando del 1990, un año después empieza el problema, porque el 2 de abril de 1991 el quinto frente de las Farc mata a mi hermano porque él denunció ante la cabeza principal de esta organización extorsiones que estaban haciendo a nombre de ellos. Seguidito, a Sigifrido, mi padre, lo matan un 29 de noviembre, siete meses después de haber denunciado el asesinato de mi hermano”, cuenta Elvis.

Como si fuera poco, a finales de los años ochenta ya se registraban las primeras incursiones de grupos paramilitares en la región del Urabá, al servicio de Fidel Castaño y conocidos como “Los Tangueros” o “Parascos”, este último grupo considerado como el antecedente del Bloque Bananero de las Auc. A esto se le sumó la militarización de las fincas bananeras. Uno de los primeros antecedentes del recrudecimiento de la violencia que desató la presencia paramilitar, fue la masacre de 20 obreros en las fincas Honduras y La Negra, en Currulao, Turbo, a solo 13 kilómetros de Apartadó. Además de las condenas a Fidel Castaño y Henry de Jesus Pérez por estos hechos, en la investigación de esta masacre también estuvieron vinculados militares y Luis Rubio Rojas, exalcalde de Puerto Boyacá.

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La disputa violenta por el control territorial de la región del Urabá y el afianzamiento de los paramilitares terminó de instalar el terror en la región. Ajusticiamientos y asesinatos de líderes sindicales, desplazamientos forzados y despojo de tierras en zonas de influencia insurgente y de alto valor comercial o empresarial, fueron parte del repertorio paramilitar. En aquella época, recuerda Elvis, un jefe paramilitar se le acercó y le preguntó: “Si a su padre y a su hermano los mató la guerrilla ¿entonces a usted lo dejaron vivo porque es guerrillero?”.

Salvando el dolor, y viviendo en medio de la reorganización de grupos armados y el control paramilitar, Elvis siguió adelante con el negocio familiar y recuerda los vejámenes y los cuerpos violentados de personas LGBT, que él mismo tuvo que subsanar para enterrarlos. ”Durante aquella época, el pueblo se llenaba de panfletos de grupos ilegales que amenazaban con matar maricas, y yo que debía hacer el sepelio, sabía que estaban cumpliendo. Recuerdo a unos cuantos, tal vez ocho, que fallecieron de muerte violenta. Cuando llegó el virus del SIDA, la cuestión fue más fuerte, hacían a las personas que estaban infectadas contar una historia de con quienes se habían acostado y eso no se quedaba en lo privado. Luego, empezaron a matar a los maricas que tenían SIDA”, recuerda.

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En Apartado, entre 1983 y 2013, ocurrieron 71 masacres, de las cuales el 66 % (es decir, 47 de ellas) ocurrieron en la década de los noventa, según el Centro Nacional de Memoria Histórica. Una de ellas, la que más recuerda Elvis, fue la masacre de La Chinita, el 23 de enero de 1995. “A mí me tocó atender esa masacre. Ese episodio fue muy bravo, nos levantamos muy en la mañana porque se escuchó una balacera impresionante. Cuando nos dimos cuenta fue que había habido una masacre en medio de una fiesta y ahí fue cuando bajó las Farc y prendió todo a candela. Aquel día mataron a 35 personas”. Y su memoria no le falla.

La violencia y la discriminación que seguía sufriendo por ser él, lo agotó y decidió buscar suerte en el exterior. “Yo me fui y jamás reclamé mis derechos como víctima del conflicto armado, a mí nadie me reparó, me mataron a mi papá y a mi hermano, mi vida destruída…”, se le quiebra la voz mientras lo narra. Estuvo ocho años fuera del país, “por recurrir a lo que muchos que no tienen que comer, hacen cuando están fuera del país” asegura.

Recogiendo los pasos

Cuando Elvis volvió a Apartadó en 2006 le tocó empezar de cero porque la funeraria San Nicolás, que había heredado, ahora pertenecía a la madre de sus tres hijos. Hoy, está en curso una tutela de impugnación con la que busca recuperar la herencia que le dejó su padre. El proceso empezó en 2007 y Elvis cree que este retraso no responde únicamente a los tiempos ordinarios de la justicia colombiana. Actualmente, el pleito legal le ha costado cerca de 180 millones de pesos.

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Fue justamente en 2006 cuando se desmovilizó el último bloque de las Auc con injerencia en el Urabá: el Bloque Elmer Cárdenas (BEC). Es clave mencionar que después de la desmovilización del BEC resurgieron nuevas estructuras armadas, ya que uno de sus miembros más importantes, conocido como “Don Mario” se distanció de este proceso para reincidir en el narcotráfico y reclutar antiguos miembros de las Auc, entre ellos a los hermanos Úsuga David. Fue entonces cuando se creó el Bloque Héroes de Castaño, que finalmente, se autodenominó Autodefensas Gaitanistas de Colombia (Agc) en octubre de 2008. La ocupación de las áreas rurales y urbanas por parte de las Agc en las zonas donde operaban el BEC y el Bloque Bananero, afianzó las prácticas violentas: continuaron los homicidios selectivos, la intimidación de procesos sociales, el reclutamiento de jóvenes e intensificó los desplazamientos y el despojo de tierras.

En Apartadó, Elvis ya no viste a los muertos. A la espera de que surta el proceso alrededor del negocio familiar, volvió a ser estilista y ahora le dedica más tiempo a su labor como líder LGBT en la región. Fue presidente de la Red Diversa de Apartadó y ahora es vicepresidente de la Junta de Acción Comunal del barrio Loma Verde. En 2019, además, lideró la marcha del orgullo LGBT en el municipio. Asegura que “todos los seres humanos somos iguales y nadie, ni las instituciones, tienen derecho a discriminarnos ni por nuestra raza, orientación o identidad sexual”.

Mientras está a la espera de que la justicia resuelva su caso y que la pandemia no acabe con su peluquería, Elvis continúa su labor como líder comunitario. Desde que comenzó este mes una bandera LGBT, tendida desde el techo, es ahora la fachada de su casa. Asegura que la va a dejar ahí.

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