Recursos intocables

Juan David Ochoa
18 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

El Gobierno Nacional parece no entender aún la dimensión de la catástrofe que arrasará con toda la agenda política hasta el final de su periodo. No podrán actuar ni invertir acorde a sus prioridades conocidas, ni dirigirse políticamente a otras promesas alternas a las urgencias inmediatas, ni respetar los viejos pactos que se hicieron en campaña con gamonales y caciques que presionarán afanosamente por la devolución multiplicada de sus aportes. No hay, hasta el final del cuatrienio, otras economías ajenas a la economía sanitaria. Pero sigue respondiendo el presidente a tientas, acorralado por las sospechas contra esa estrategia elusiva de consignaciones bancarias a poblaciones marginales. No saben aún como enfrentar la realidad avasallante de una pandemia que los ha dejado desnudos en el centro del desastre, negados a usar los recursos siempre intocables del paradigma feudal, reacios a atender la emergencia con las reservas asignadas desde tiempos coloniales para sus monarcas de tradición y costumbre. No lo han hecho nunca y no lo harán ahora. Desde la misma sombra de su impunidad siguen sugiriendo al nuevo ciclo servil de la presidencia las posibilidades del manejo y las sutilezas diplomáticas de la atención. Una retórica que hasta hoy sigue agigantándose al mismo ritmo de la hecatombe sin más efectos prácticos que una cuarentena extendida para el cuidado, pero ninguna maniobra efectiva que posibilite la asignación de otros recursos enormes de la nación a la emergencia. La inversión descomunal del ministerio de Defensa a sus bastiones de armas, helicópteros y municiones sigue teniendo las más altas cifras de un Producto Interno Bruto ya precario por los billones desfondados en desfalcos que han consumido la economía desde los tiempos ancestrales de la república y que se llevan aún más de lo que podría llevarse una catástrofe nacional. Pero los defensores a ultranza de la Defensa y de la paranoia que sustenta la teoría política del poder no permiten tocar esas reservas, ni hablar de lo que no debería hablarse por herejía y sacrilegio. Tampoco se ha hablado aun de los recaudos de la extinción de dominio que el Estado ha hecho en las últimas décadas en una guerra que aparenta seguir ganando sin que el recaudo de esos dineros ilícitos se vea invertido jamás. Justa y curiosamente se hicieron grandes adquisiciones estatales recientemente con los predios de un famoso narcotraficante conocido por el uribismo y asesinado en Brasil en un ataque sospechoso de relojeros de alcurnia. Entre los predios confiscados al “Ñeñe” Hernández y a Jesús Gnecco Vega “Mandarino” se asignaron en la extinción 18 establecimientos de comercio, 8 empresas, 8.000 cabezas de ganado y 96 vehículos que sobrepasan en su totalidad el billón de pesos, sin contar ni enumerar, por supuesto, las operaciones alternas a los cabecillas perseguidos por tradición sin que se hagan públicos tan fácilmente los recaudos sobre sus capturas.

Por ahora, las estrategias de atención de un gobierno atenazado por sus inversores primarios no tienen prioridades humanas más allá de los paños tibios de una campaña publicitaria de autocuidado y de extrañas operaciones bancarias sin pragmatismo. Los médicos siguen desprotegidos y el viejo negocio rentable de la salud se resquebraja en una implosión que no podían imaginar ni en sus mejores sueños de codicia.

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