Adultos mayores: población que se aferra a la esperanza, en tiempos de Coronavirus

Los sectores públicos y privados en Bogotá hacen un esfuerzo significativo para atender a esta población durante la emergencia sanitaria, por lo que llevan a cabo programas de protección y donaciones para garantizar su bienestar.

Hárold Cortés
13 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
Al menos 2.500 adultos mayores se beneficias de los programas del Distrito.  / Hárold Rodríguez
Al menos 2.500 adultos mayores se beneficias de los programas del Distrito. / Hárold Rodríguez

“Esto es como una pesadilla”, dice Ilda Aurora Molina, de 78 años, cuando se le pregunta por el drama que vive el mundo por el coronavirus. Y no es que esta mujer, de hablar vertiginoso y espíritu enérgico, esté atemorizada; todo lo contrario. En su charla se tejen palabras de esperanza y optimismo, pues, pese a la incertidumbre que ronda los pasillos del hogar geriátrico donde vive, una cosa tiene clara: “Hay que tener esperanza, porque es lo último que queda”.

Molina es una de los 2.500 adultos mayores que se benefician del programa de Protección Social del Distrito. Como a muchos, la noticia de la pandemia la tomó por sorpresa. El 11 de marzo, cuando se decretó la alerta amarilla en Bogotá, los enfermeros reunieron a los 174 huéspedes del centro de protección Bosque Popular, para decirles las rutinas de autocuidado: lavarse las manos cada tres horas, cubrirse al toser, reportar señales como fiebre y dificultad para respirar y que se acostumbraran a ver a sus familiares de forma virtual (impensable en su juventud).

Quizá la tarea parezca sencilla, pero para una persona con más de 70 años podría ser desgastante. “Me he sentido normal. Vemos que los compañeros no están desesperados o enfermándose. Solo ven la televisión, pero nos sabemos controlar. Se oyen rumores, pero no hay que hacerles caso, porque aquí en Colombia oramos y eso nos favorece”, explica Ilda a través de una videollamada, porque el acceso al hogar geriátrico está restringido.

Aunque en los centros de protección cuentan con suministros, el principal desafío es protegerlos. El enfermero Richard Olaya cuenta, por ejemplo, que se redujo a la mitad el personal en la institución, por el aislamiento. “Solo viene enfermería, servicios generales y alimentación, pero los profesionales en psicología, trabajo social, terapias y expresión artística no pueden. Es el bagaje acumulado por los adultos mayores en las prácticas anteriores el que están aplicando”, explica.

Agrega, incluso, que los trámites médicos se han reducido 95 % desde que inició la cuarentena, para priorizar los que, a juicio del personal médico son urgentes. “Los programas de acompañamiento a enfermedades crónicas y las mismas redes de hospitales del Distrito están limitando el acceso a los servicios, porque están atendiendo la pandemia”, comenta el enfermero Olaya.

A pesar de esto, Ilda Aurora explica que la clave está en tener tranquilidad y orar. “Entre más uno ora, más se siente relajado. Así se va olvidando uno que sucedieron todas estas cosas”, dice con firmeza. Para apresurar las agujas del reloj, ella y los otros abuelos realizan manualidades, trabajan en la huerta y hasta tejen hamacas para venderlas una vez acabe la emergencia. Este es el caso de Afranio, un hombre de 70 años, oriundo de Villa Rica (Tolima), quien aprendió a tejer cuando tenía 13. Orgulloso de su talento, dice a la cámara: “Le vendo la hamaca, ¿cuánto me da por ella?”. Al final, como dijo el novelista francés André Maurois, “el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”.

 

La otra cara de la moneda

Según la Secretaría de Integración, en Bogotá hay casi 500 hogares privados, para adultos mayores, que dependen de donaciones y del pago de mensualidades. El Distrito, como indicó Sonia Tovar, subdirectora para la Vejez, ha recibido solicitudes de hogares que necesitan ayudas. Una vez identificados los que tienen problemas, el Distrito los conecta con empresas privadas que les brindan ayuda.

Pero este no es el caso de Jehová Sama, ancianato del barrio Normandía. Allí, los problemas empezaron con el aislamiento preventivo. Ese día su director, Víctor Montiel, llegó a un supermercado a comprar los alimentos de la semana, para los 17 adultos mayores y los cuatro trabajadores de su hogar, cuando en la caja una mujer le dijo que no podía llevar más de tres productos de la misma referencia, dadas las restricciones que la Secretaría de Desarrollo dictó, para evitar desabastecimiento.

Desde ese momento, este hombre, de acento caribeño, se ha visto obligado a salir cada dos días a realizar compras, a pesar de ser consciente de que cuanto más tiempo pasa fuera mayor es el riesgo de contraer el virus y contagiar a sus adultos mayores. “Hemos ido y nos venden solo lo del diario, y así no nos sirve. El mercado de hoy (6 de marzo) no lo hemos hecho. Además, no hemos comprado más, porque no nos venden”, explica. Es enfático en que no está pidiendo al Distrito que le “compren el mercado”, sino a que solucionen estos casos.

Montiel carga a su espalda, además, el peso de no poder trasladar a los abuelos a los controles médicos. “Prácticamente nos dijeron en Integración Social: ‘Abuelo que sale, abuelo que no entra más’, para evitar contagiar. Añade que una de las mujeres del ancianato no pudo recibir su medicamento, porque desde marzo su EPS cambió la política. Ahora, quien va a reclamarlo debe llevar su cédula, documento de identidad del adulto mayor y un poder autenticado en notaría.

“Fui hasta la notaría y estaba cerrada por la cuarentena. Tocaba por internet, pero no me pude comunicar con ellos”, dice Montiel. A pesar de la difícil situación, este hombre de 54 años sabe que “Dios está allí”, tal como traduce en hebreo el nombre del hogar geriátrico: Jehová Sama. “Esperamos la ayuda de la Secretaría de Salud. Si ellos han dicho que nos van a ayudar, les creo”, dice.

A pesar de todo esto, el coronavirus ha dejado ver una virtud del ser humano en épocas de crisis: la solidaridad. Desde que se decretó la alerta amarilla en la capital, el 11 de marzo, han sido muchas las acciones ciudadanas y los esfuerzos del sector público por atender la emergencia. El 3 de abril, por ejemplo, se puso en marcha una campaña de recaudación de fondos que tiene como meta brindar un mercado a casi 600 abuelos.

Liliana Mosquera, una de las líderes del programa, explicó que la meta es recolectar $60 millones para entregar mil mercados en la última semana de abril. “Creemos que es una población muchas veces olvidada por sus familias y requieren apoyo. Ellos han aportado a la sociedad y ahora merecen que se les devuelva algo”, dice, optimista, esta ingeniera industrial.

Por otra parte, el Distrito ha entregado cerca de 6.500 paquetes alimentarios, que permiten el abastecimiento de adultos mayores vulnerables. Además, según reportes de la Secretaría de Integración, más de 129.000 abuelos recibieron un subsidio económico en especie en sus casas, para cumplir la cuarentena, mientras que otros 250 lograron ingresar a los centros noche, con los que cuenta la Alcaldía, cifra que se queda corta teniendo en cuenta el alto número en situación de calle.

Y allí, en medio de una ciudad que se esfuerza por evitar el contagio masivo de sus habitantes, las palabras de Ilda Aurora Moreno, la carismática abuela del centro de Protección del Bosque Popular, hacen eco del sentimiento colectivo de muchos: “Yo pido para todo el mundo que, así como apareció ese virus, así queremos amanecer un día, radiantes, llenos de felicidad; que se oiga que ya se está yendo esa enfermedad”.

 

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Por Hárold Cortés

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