El Magazín Cultural

La ciudad y la igualdad (Relatos y reflexiones)

Las ciudades mutan, pero el espacio físico de encuentro será siempre el más importante, el más buscado y el más enriquecedor. ¿Qué seguirá igual y qué cambiará en las ciudades después de esta pandemia? Aquí una reflexión.

Enrique Uribe Botero / especial para El Espectador
15 de abril de 2020 - 12:27 a. m.
La calle se verá fortalecida y enriquecida, y con ella, claro, sus parientes cercanos: los parques, las plazas, los cuerpos de agua y las alamedas. / Mauricio Alvarado / El Espectador
La calle se verá fortalecida y enriquecida, y con ella, claro, sus parientes cercanos: los parques, las plazas, los cuerpos de agua y las alamedas. / Mauricio Alvarado / El Espectador

Voltaire.[1]

Empiezo con este epígrafe de Voltaire porque lo encuentro muy ilustrativo y un excelente resumen de lo que les quiero decir, y se los voy a decir con la arquitectura; y en especial la arquitectura urbana: la ciudad es el lugar ideal para enseñar y aprender sobre la igualdad, de modo tal, que si algunos(as) de ustedes se quieren quedar en el epígrafe, bien lo pueden hacer, será también la conclusión de mi escrito.  

Los seres humanos tenemos básicamente las mismas necesidades, y ellas se deben satisfacer tanto en la privacidad de nuestras viviendas como, y más que en ellas incluso, en el espacio público, en la ciudad, puesto que es en ella, en las calles, en los parques, en las plazas, alamedas y riberas de nuestros cuerpos de agua entre otras, donde nos encontramos, donde nos encontramos con el distinto a mí, por su color de piel, por su procedencia étnica, por su edad, por sus costumbres, por su condición de género, por su procedencia en el globo terráqueo, por sus condiciones físicas, por sus gustos, por su formación, sus costumbres, por sus intereses, su situación económica, su profesión y por todo un etcétera de diversidad.

La diversidad nos enriquece, nos hace grandes, fuertes; es la base de la teoría darwiniana. A medida que el homo erectus fue conociendo otros mundos, otros frutos, otros climas y otras especies, fue llegando al homo sapiens que hoy habita nuestras ciudades y nuestros campos. Por fortuna, cada vez son menos las personas que viven en el campo. Bien lo dijo Le Corbousier en su Carta de Atenas, fechada en 1942, durante los pavorosos años de la segunda guerra mundial: “abandonado a sus propias fuerzas, solo construiría su choza y se llevaría, en la inseguridad, una vida de peligros y fatigas agravados por todas las angustias de la soledad. Incorporado al grupo, siente pesar sobre él la coerción de una disciplina inevitable, pero en cambio se encuentra seguro, en cierta medida frente a la violencia, la enfermedad y el hambre”.

Ahí el desafío de este maravilloso punto de encuentro llamado ciudad, cuyo nombre proviene del latín cívitas, que quiere decir civilización y que apareció justamente cuando el ser humano se sedentarizó gracias a la domesticación de la naturaleza. Tiempo después, en Roma, apareció la palabra urbe, también de origen latín, raíz de la palabra urbanidad.

Ya con estos conceptos, nada lejanos el uno del otro, civilización y urbanidad, nos vamos acercando a la importancia de la construcción y concepción de un espacio público en el que quepamos todos, en el que todos nos sintamos a gusto y aprendamos de quienes lo comparten conmigo. Es normal, “los que piensan distinto son quienes nos dan unas luces que no tenemos. Quienes piensan como tú, no pueden aportar mucho: lo que ellos tienen, lo tenemos ya…  Si me topo con mi imagen en el espejo, hago un monólogo con la excusa de que hablo con otro; nada aprendo y en nada mejoro”[2].

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Ahora bien, tenemos dos de los ingredientes fundamentales de este maravilloso lugar: la ciudadanía y el espacio público; nos hace falta un tercero, ¿quién lo regula? ¿Quién lo controla? ¿Quién vela por su adecuado uso y conservación? Una vez más, nos vamos a la etimología, en este caso la de la palabra política, que viene del griego polis que quiere decir ciudad. Ni más ni menos, las tres raíces idiomáticas presentadas, con una función distinta cada una, quieren decir lo mismo: ciudad. Lugar en el que se satisfacen las necesidades humanas, entre ellas la más emblemática en su origen, la de libertad. Palabra fundamental en el desarrollo humano y por ende de las ciudades. Bien fue hermanada en la revolución francesa con las palabras igualdad y fraternidad.

Para concluir el párrafo anterior, la equilibrada participación de este triángulo de responsables hace que el espacio público determine nuestras conductas, de ahí que desde nuestra posición como ciudadanos, como arquitectos constructores y diseñadores del espacio público, o como funcionarios para los que lo hayan sido, lo sean o quienes lo serán en un futuro, debe estar encaminada a representar y garantizar lo que somos y lo que necesitamos. Iguales en un lugar sano que propicie el encuentro, la comunicación, la discusión, el intercambio de visiones y de propuestas; la contemplación o la recreación entre otras actividades definitivas para la construcción de ciudadanos y ciudadanía, en el despliegue de la libertad de pensamiento y de palabra.

Siendo entonces la ciudad el espacio político por excelencia, por ser el punto de encuentro de una democracia, está llamada a satisfacer las necesidades humanas, derechos, participación, conflicto y nuevas formas de ciudadanía, estas últimas, manifiestas por estos días en el mundo entero, a tal punto que el lugar de encuentro ya no es un espacio físico con características y dimensiones definidas, sino lo que se ha dado en llamar el ciberespacio, del que sin duda, muchos(as) estamos aprendiendo y sobre todo descubriendo nuevos y enriquecedores puntos de vista sin ninguna prevención; al punto de que no tenemos ni idea, desde dónde nos están hablando y quién nos está hablando. ¿Mujer? ¿Hombre? ¿Viejo? ¿Joven? ¿Con alguna discapacidad? ¿Blanco? ¿Indígena? ¿Carpintero? ¿Ingeniero? ¿Médico? ¿Estudiante? Etc. Podemos fácilmente estar interactuando desde distintas habitaciones de la misma casa con un miembro de nuestra familia, sin que lo sepamos, como lo puede estar haciendo un esquimal en Groenlandia con un habitante de Sri Lanka, convencidos de que están en la misma ciudad.

Estamos abocados entonces a vivir un espacio común, o espacio público si se quiere, en donde la igualdad es el punto de partida. No necesitamos siquiera tener el mismo aparato para comunicarnos, uno lo puede hacer desde su teléfono móvil en un parque mientras su interlocutor está en un sofisticado centro de comunicaciones o en un café internet.

Éste nuevo punto de reunión, si bien puede estar más cerca de cumplir las condiciones de equidad o igualdad que deben ser características en el encuentro entre seres humanos, jamás tendrá la riqueza del encuentro personal. Seguramente si se nos hiciera una encuesta en estos días de confinamiento sobre qué es lo que más falta nos hace de la circulación sin límites, es posible que el encuentro con los demás, fuera una de las respuestas escogidas.

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El ciberespacio nos enseña la igualdad que debemos llevar al espacio público de nuestras ciudades y que Voltaire acertadamente vio como una quimera. Seguro lo es, estos casi tres siglos desde que lo dijo Voltaire nos lo han probado, pero bien lo repiten los padres a sus hijos, lo señalan con insistencia los libros de auto ayuda y lo dicen nuestras reinas de belleza a cada oportunidad: “tenemos que luchar por nuestros sueños.”

Mucho se ha hablado del cambio que la cibernética tendrá en nuestras vidas en todos los aspectos; de los que más se habla, por lo menos por estos días, son los del trabajo, la educación y el de las compras.

Ya no serán necesarias las grandes superficies de oficinas en las que se reunían a trabajar decenas, centenas y hasta miles de trabajadoras y trabajadores. Cada vez es más común el estilo de trabajo en sitios temporales, WeWork o el llamado teletrabajo o trabajo en casa. Esto cambiará sin duda la arquitectura de nuestras viviendas pues requeriremos en ellas de lugares dedicados únicamente al trabajo. Ahora se construirán menos edificios de oficinas y no pocos de los existentes se verán transformados en residenciales, lo que llevará a una composición urbana, tal vez más rica en diversidad y calidad de vida. Ya no se verán los centros urbanos, dedicados casi exclusivamente a albergar edificios para oficinas, lugares de la ciudad que en las noches y en los fines de semana se ven inhabitados, muertos en vida.

Tampoco veremos más hordas de familias comiendo helado en los centros comerciales y contemplando vitrinas, las mismas vitrinas, de las mismas marcas, con los mismos modelos que se ven en los mismos centros comerciales en cualquier parte del mundo. Volveremos tal vez al comercio de barrio, la panadería, la peluquería, la lavandería, la miscelánea y así. Las demás compras se harán por internet. Eso sí, que no desaparezcan las librerías, son toda una delicia. ¿Una quimera? ¿Un pensar con el deseo?

El número de estudiantes que hacen estudios profesionales o de especialización en universidades prestigiosas del mundo desde su casa es cada vez más grande. Cada vez menos se verá el caso de que un puñado de estudiantes con alto poder adquisitivo pague decenas de miles de dólares por asistir a un curso de un prestigioso catedrático mundial; ahora serán decenas de miles de estudiantes que paguen algunas decenas de dólares por asistir a la misma cátedra sin moverse de sus casas.

No hay duda, las ciudades mutan, incluso, no pocas desaparecen y surgen otras nuevas, pero en todas, el espacio físico de encuentro será siempre el más importante, el más buscado y el más enriquecedor. El lugar en donde la igualdad entre congéneres es la característica principal.

Habrá menos tráfico vehicular; en consecuencia, menos ruido, menos contaminación en el aire, incluso, menos contaminación visual. De ser así, el componente primario del espacio público, aquel que articula, une y descubre a los demás, la calle, se verá fortalecida y enriquecida, y con ella, claro, sus parientes cercanos: los parques, las plazas, los cuerpos de agua y las alamedas se beneficiarán. En consecuencia, nos acercaremos al encuentro y la igualdad entre ciudadanos. La ciudad será para vivirla, para gozarla, para recorrerla, para compartir y para enaltecer al ser humano. ¿Una quimera?

[1] Seudónimo de François-Marie Arouet Paris, 21 de noviembre de 1694, 30 de mayo de 1778 Escritor y filósofo francés.  

Por Enrique Uribe Botero / especial para El Espectador

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