La fragilidad de la economía colombiana en tiempos de coronavirus

Hay un punto clave de la política económica al que poco se le ha puesto atención en esta crisis y es el frente externo. Gracias a choques internacionales y a dinámicas interiores, el peso colombiano ha sido la moneda que más ha perdido valor en el mundo desde finales de 2012. Urge pensar en un control de capitales.

Diego Guevara y Manuel Martínez *
07 de abril de 2020 - 03:58 p. m.
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Hoy los profetas de la austeridad fiscal en el siglo XXI han tenido que guardar sus recetas temporalmente y aceptar, tal vez con resignación, que las reformas de disminución del gasto se aplazarán en un escenario de incertidumbre.

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Sin embargo, hay otro punto clave de la política económica al que poco se le ha puesto atención en esta crisis y es el frente externo. Siendo uno de los principales precios macroeconómicos y termómetro del sector externo, la tasa de cambio ha mostrado con crudeza su debilidad en esta emergencia.

El peso colombiano ha sido la moneda que más ha perdido valor en el mundo desde finales de 2012 hasta hoy, con una depreciación de 40 %. Tan sólo en las últimas tres semanas, el tipo de cambio se elevó de un nivel alrededor de los $ 3.500 pesos a una tasa histórica, por ahora alrededor de los $ 4.100 pesos por cada dólar. Esto evidencia una fuerte salida de dólares, típica de una parada súbita en los flujos internacionales de capital.

Lo más dramático es que el IIF (Institute of International Finance) proyecta una mayor salida de capitales de las economías emergentes para el segundo trimestre de 2020 y a este tema ni académicos locales o autoridades de la política económica le están dando la importancia respectiva. Bajo este escenario entonces se hace un llamado al control de capitales de manera urgente.

La devaluación intensa del peso refleja las características de inserción dependiente y subordinada de Colombia en el sistema monetario internacional, en un contexto de globalización financiera. Estructuralmente, Colombia cuenta con una moneda periférica e inconvertible internacionalmente dentro de un sistema monetario jerarquizado, en el que el dólar se encuentra en la cúspide de la pirámide, dado que funciona como reserva de valor y medio de pago en casi todas las transacciones financieras y comerciales del mundo.

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Dicha característica estructural de Colombia la hace más vulnerable ante los ciclos internacionales de capital. Las políticas monetarias no convencionales (relajamiento monetario o QE por sus siglas en inglés) aplicadas en Estados Unidos y seguida por los demás países centrales para contener los efectos de la crisis de 2008, derivó en una abundancia de liquidez de dólares en los mercados internacionales. Esto configuró diferentes procesos problemáticos: en primer lugar se dieron más operaciones especulativas (conocidas como carry trade) con el peso colombiano, las cuales se aprovechan de los diferenciales entre las tasas de interés (bajas en el centro y altas en la periferia) para obtener altas rentabilidades, teniendo como consecuencia una elevada volatilidad cambiaria.

En segundo lugar, se dio un excesivo endeudamiento en dólares por parte del Estado, las corporaciones financieras y las grandes empresas en los mercados de bonos. En efecto, el saldo de deuda externa público era cerca de US$30.000 millones en 2008 y a diciembre de 2019 subió a US$74.000 millones, es decir, sin contar los impactos de la crisis del coronavirus y la devaluación causada. El saldo de la deuda externa privada, por su parte, pasó de US$17.000 millones a US$65.000 millones. Sumadas, en términos del PIB, pasaron de 19,1 % a 42,2 %. Sin duda, los datos con esta crisis serán más aterradores.

Finalmente, se ha venido dando una acumulación de déficits en la cuenta corriente (flujo), la cual subió de 2,6 % del PIB en 2008 a 4,5 % del PIB en 2019, y de pasivos externos (stock), que pasaron de 48 % del PIB en 2008 a 110 % del PIB en 2019. Este escenario incentivó la expansión del crédito y las importaciones, ambas financiadas con endeudamiento apalancado en préstamos internacionales denominados en dólares.

De esta manera, se configuró un cuadro de alta vulnerabilidad externa y fragilidad financiera, que pone en evidencia las corroídas bases en las que se asentaba el PIB que más crecía en la región.

La crisis del COVID-19 ha puesto esta fragilidad en evidencia, pues precipitó una parada repentina de capitales y una caída en picada de los precios internacionales del petróleo, lo que motivó una estampida hacia el dólar como refugio seguro. La crisis internacional se transmite a nuestra economía por medio del canal cambiario, impactando tres esferas: la financiera, que se da por medio del encarecimiento de las deudas y pasivos externos; la macroeconómica, por medio de un aumento en el riesgo país y restricción de financiamiento de los desequilibrios externos y finalmente la distributiva, por medio del incremento de la presión inflacionaria, la reducción del salario real y el crecimiento del desempleo.

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En este sentido, consideramos que debe existir un control de capitales orientado a contener el tipo de cambio y reducir el contagio financiero de la crisis internacional. Para ello se propone actuar en tres frentes: en el mercado primario de flujos comerciales y financieros, por medio de la regulación de entrada, en el mercado interbancario (o secundario), por medio de la intervención directa del Banco de la República como regulador y en el mercado de derivados (o futuros), por medio de una regulación estricta sobre el tipo de operaciones y de agentes participantes.

En esta coyuntura el control de capitales se convierte en una herramienta clave para garantizar el poder adquisitivo del salario real y evitar aumentos súbitos de la deuda pública externa que al final sacrifican los derechos sociales de la población por el cumplimiento de las obligaciones crediticias.

* Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas e investigador del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional de Colombia.

* Economista y Estudiante de Doctorado en Desarrollo Económico, UNICAMP. Brasil.

Por Diego Guevara y Manuel Martínez *

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