La guerra de las máscaras, otro episodio lamentable de la pandemia

Guantes, equipos de respiración y máscaras, elementos de protección que se han convertido en algunos de los bienes más preciados en este momento en el mundo, lo que ha llevado a algunas naciones a enfrentarse entre sí. Este es el reflejo de la desesperada lucha global por la protección y la falta de cooperación internacional.

Camilo Gómez Forero @camilogomez8
12 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
El presidente Emmanuel Macron visita una fábrica de suministros médicos en Francia.  / AFP
El presidente Emmanuel Macron visita una fábrica de suministros médicos en Francia. / AFP

El lenguaje también importa en la pandemia. Para la escritora de The Atlantic Yasmeen Serhan, como para muchos otros en diversas profesiones, es momento de abandonar la terminología bélica cuando se habla sobre el nuevo coronavirus. Tiene razón. La guerra es, explica, “por su propia naturaleza, divisiva, lo que no es particularmente útil en medio de una crisis que requiere cooperación global”.

Los términos militares además causan pánico y terror, y usadas por líderes como Donald Trump o Jair Bolsonaro, las palabras se convierten más en cuchillas ideológicas que en herramientas de ayuda. Sin embargo, cuando los Estados se enfrentan entre ellos es inevitable citar la palabra “guerra”, y eso es justamente lo que ha ocurrido desde hace poco más de una semana.

El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, fue uno de los primeros en advertir lo que estaba por venir el pasado 31 de marzo: una “guerra” por los suministros médicos para protegerse de la emergencia, dijo. El político neoyorquino se quejó de la falta de manejo de la crisis por parte del gobierno y denunció que la ausencia de un liderazgo en la crisis condujo a que cada uno de los 50 estados de la nación se abastecieran por su cuenta, convirtiendo la situación actual en una “guerra de ofertas” para asegurarse así suficientes equipos. El sistema médico estadounidense, que carece por naturaleza de una autoridad de compra centralizada, complica aún más el panorama.

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“Es como estar en el salvaje Oeste” o “como estar en eBay con otros 50 estados que ofertan por un ventilador”, dijo Cuomo indignado.

Mientras los gobernadores locales abogan por equipos médicos plagados por la confusión, también se ha denunciado un terrible juego político. Según The Washington Post, los estados con gobernadores aliados al presidente, como es el caso de Florida e incluso Oklahoma o Kentucky, tuvieron pocos problemas para solicitar suministros de reserva. Pero cuando se trataba de los demócratas opositores a Trump solo se obtuvo una fracción de la ayuda solicitada, como en Maine, Illinois y Massachusetts.

Pero esa escandalosa situación apenas fue un abrebocas local para un problema mucho más grande en el mundo, al que en Francia ya bautizaron como la Guerre des masques, (Guerra de las máscaras).

Dos funcionarios franceses denunciaron que Estados Unidos estaría arrebatando los cargamentos de máscaras que ya estaban destinados para algunas regiones de su país, según explican, “ofreciéndoles a los vendedores hasta tres veces más por el precio del producto”.

Uno de los denunciantes es Renaud Muselier, presidente de la región de Provenza-Alpes-Costa Azul, quien aseguró que había ordenado millones de máscaras para su territorio, pero quedó sorprendido cuando el avión con el cargamento que iba para su país desde Shanghái, en China, terminó en Estados Unidos. Según dijo Muselier en una emisora francesa, los estadounidenses compraron la orden francesa “en el asfalto”, aunque no nombró a la compañía o entidad que estaría detrás de la compra. El gobierno de EE. UU. tampoco ha dado información sobre la denuncia.

“La tensión es enorme. Los ladrones son muchos y variados. Y la guiñada del pastel es que hay un país extranjero que pagó tres veces por el precio de carga en el asfalto. El pedido que compramos y pagamos se desvió porque fue recomprado. No tenemos cómo competir, porque estamos obligados a pagar en tres cuotas, mientras que ellos pueden pagar en efectivo allí”, comentó Muselier. “Lo que está sucediendo con los estadounidenses es bastante terrible. Pueden recomprar en los aeropuertos cargas enteras pagando en efectivo”, agregó Jean Rottner, médico y presidente de la región del Consejo Regional del Este Grande.

La otra denunciante es Valérie Pécresse, la presidenta de la región de Île-de-France, donde se ubica París. Si para Cuomo la situación actual es “como estar en eBay”, para Pécresse se asemeja más a una “búsqueda del tesoro”, considerando lo difícil que es la carrera por encontrar las máscaras.

“Encontré un stock de máscaras disponibles y los estadounidenses, no estoy hablando del gobierno, nos superaron. Ofrecieron tres veces el precio y propusieron pagar por adelantado. No puedo hacer lo mismo. Estoy gastando el dinero de los contribuyentes y solo puedo pagar contra reembolso hasta verificar la calidad. Así que quedamos atrapados”, dijo Pécresse a una estación de televisión local.

Pero Francia no es el único país que denuncia malas conductas por parte de Estados Unidos. Alemania incluso acusó al gobierno de “piratería moderna”, luego de que este interceptara un pedido de 200.000 máscaras que habían hecho los alemanes a la empresa estadounidense 3M en Shanghái. El cargamento, con las miles de máscaras que estaban dirigidas a abastecer a los trabajadores de la salud que luchan contra el brote de COVID-19 en Berlín, salió de Shanghái y debía recargar combustible en Bangkok, Tailandia, antes de continuar su viaje hacia suelo berlinés. Sin embargo, en su lugar terminó en Estados Unidos. El gobierno asegura que no tiene información sobre este episodio.

“Consideramos que es un acto de piratería moderna. No tratas a tus socios transatlánticos de esta manera”, dijo el ministro del Interior alemán, Andreas Geisel. “Las acciones del presidente estadounidense no solo revelan una falta de solidaridad, sino que son inhumanas e irresponsables”, agregó Michael Müeller, el alcalde socialdemócrata de Berlín.

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Para Matthew Karnitschnig y Judith Mischke, periodistas del portal Político, esta situación sirvió para desenmascarar por completo los sentimientos que algunos de los aliados de Estados Unidos tienen hacia el gobierno Trump.

“Si los alemanes no confiaban en el presidente Trump antes del brote del coronavirus, la crisis los ha convencido de que su inquebrantable instinto de ‘Estados Unidos primero’ pone en riesgo a otros países y a sus ciudadanos. Y que tales acusaciones provengan de Berlín, una ciudad que Estados Unidos salvó de la dominación soviética, subraya la profunda desconfianza hacia el presidente estadounidense”, destacan Karnitschnig y Mischke.

Como bien explica Norbert Röttgen, presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Parlamento de Alemania y uno de los más firmes candidatos para suceder a la canciller Ángela Merkel, “esta no es la hora para que prevalezca la voluntad de los más fuertes, sino para la solidaridad y la cooperación”. Sin embargo, todo parece indicar que la administración Trump estaría dispuesta a renunciar a esa cooperación. El país no solo está involucrado en las dudosas transacciones en aeropuertos y el abastecimiento de suministros médicos por debajo de cuerda, sino que ha puesto en duda los canales para la ayuda mutua con sus vecinos.

El pasado fin de semana Trump prohibió a la compañía estadounidense 3M la exportación de máscaras protectoras N95 a Canadá y América Latina, amparándose en la Ley de Producción de Defensa de 1950. El republicano hizo oídos sordos a las advertencias de las implicaciones humanitarias y las posibles represalias que su decisión podría traer y, además, su tono fue visto por algunos como una amenaza.

“Necesitamos las máscaras. No buscamos que otras personas lo entiendan. Estamos instituyendo la Ley de Producción de Defensa. Podrían llamarlo una represalia, porque eso es lo que es: es una represalia. Si la gente no nos da lo que necesitamos para nuestro pueblo, vamos a ser muy duros”, sentenció en una conferencia de prensa.

Las reacciones no se hicieron esperar. Doug Ford, primer ministro de la región de Ontario, expresó su decepción por la noticia. “Es como uno de los miembros de la familia que dice: ok, te mueres de hambre mientras nos damos un festín con el resto de la comida. Estoy tan decepcionado este momento”, manifestó el sábado tras publicarse la decisión.

Algunos políticos canadienses salieron a recordar la ayuda que sus provincias les habían dado a los estadounidenses en tiempos de crisis, como en la Segunda Guerra Mundial o tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. “Terranova y Labrador nunca renunciarían a la humanidad. No dudaríamos ni un segundo. Si tuviéramos que repetir lo que hicimos el 11 de septiembre, lo haríamos nuevamente”, dijo Dwight Ball, primer ministro de esta provincia.

Otros, como el primer ministro Justin Trudeau, adoptaron un enfoque más diplomático, al decir que, a pesar de la prohibición, su país no tomaría represalias punitivas y que esperaba que el presidente recapacitara sobre su decisión al conversar con él. El político liberal dio también un sabio consejo para su vecino del sur: la relación entre los dos países es una “calle de doble sentido”, en referencia a los cientos de trabajadores de la salud que cruzan la frontera desde Ontario para llegar a trabajar a Michigan cada día a atender pacientes.

La diplomacia de Trudeau fue vital en estos momentos de caos, y de una manera u otra tuvo resultados positivos, pues Trump hizo un acuerdo para que 3M continuara exportando los respiradores y otros suministros que fabrica en el país. Sin embargo, este episodio, aunque superado, no deja de marcar un precedente terrible para las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados en tiempos de crisis.

“Nunca más en la historia de Canadá deberíamos estar en deuda con países de todo el mundo o compañías extranjeras por la seguridad y el bienestar de la gente de Canadá. No voy a confiar en el presidente Trump, no voy a confiar en ningún primer ministro o presidente de ningún país nunca más”, dijo molesto el primer ministro de Ontario, Doug Ford.

La lucha por las máscaras es cada vez más compleja y salvaje. Según Michael Crotty, director de Golden Pacific Fashion & Design en Shanghái, este es un “mercado de vendedores” en el que las fábricas ponen a los clientes que mejor pagan al frente de la línea de pedidos. Y además del dinero hay factores políticos de por medio. Luiz Henrique Mandetta, ministro de Salud de Brasil, dijo que muchas de las compras a China que esperaban completar para abastecer al país fueron descartadas por ese país luego de que se informara que aviones de carga estadounidenses iban a ser los que recogerían los equipos.

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Pero Estados Unidos no es el único país involucrado en disputas por los suministros clínicos, aunque sea el que tiene más denuncias en su contra.

Las autoridades españolas denunciaron que Turquía retenía un cargamento de respiradores que habían comprado los gobiernos de Castilla-La Mancha y Navarra supuestamente a China. Algunos políticos de Vox se apresuraron a tildar esto como un “robo”, pero simplemente se trató de un error comunicativo. El cargamento no era de China, sino de producción turca, que mantenía bloqueada la salida de este material debido a que se cruzaba con la decisión tomada hace un mes de restringir la exportación de todo material sanitario, por lo que estaba condicionada a una autorización expresa. Italia y Bélgica también han reportado retrasos en sus envíos provenientes de Turquía.

A medida que la crisis mundial empeora, los gobiernos han tomado decisiones drásticas para asegurar sus suministros, incluso los alimentarios. En Kazajistán, un productor de harina prohibió las exportaciones, mientras que Vietnam, el tercer mayor exportador de arroz, hizo lo mismo con su producto emblema.

“El alto nivel de sospecha mutua que se está gestando actualmente entre los estados hará que sea más difícil coordinar una respuesta internacional. Es difícil para los gobiernos ser generosos cuando sus ciudadanos están asustados y los suministros son escasos. Sin embargo, puede conducir a una espiral de miedo y represalias”, destacó el Havard Business Review a finales de marzo.

Sí, las fábricas de misiles, e incluso las de cortinas, pueden haberse volcado a la producción de los muy necesarios instrumentos para combatir el virus como si se tratara de una guerra de verdad. Pero estas denuncias revelan que la falta de cooperación a escala global en un momento tan crítico es una batalla perdida hasta el momento dentro de la llamada “guerra contra el coronavirus.

Por Camilo Gómez Forero @camilogomez8

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