La sociedad que está moldeando el coronavirus

La cuarentena obligatoria cambió la vida de todos. Ahora, en medio del caos, comienzan a perfilarse cambios tecnológicos, políticos y sociales que marcarán nuestro futuro inmediato.

Nicolás Marín Navas - @nicolasmarinav
26 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
Las  relaciones entre parejas han adoptado nuevas dinámicas, sobre todo virtuales, a raíz de la cuarentena.  / / Gustavo Torrijos - El Espectador
Las relaciones entre parejas han adoptado nuevas dinámicas, sobre todo virtuales, a raíz de la cuarentena. / / Gustavo Torrijos - El Espectador

En medio de la crisis sanitaria provocada por el nuevo coronavirus, varios de los grandes pensadores coinciden al afirmar que el mundo cambió. Si bien puede parecer una conclusión apresurada, es verdad que las esperanzas, las promesas políticas, la percepción de nuestros miedos, de la libertad, del trabajo, de la igualdad, han comenzado a transformarse adquiriendo nuevas formas y significados. En épocas de desesperanza, el filósofo esloveno Slavoj Žižek asegura que se debe tener el coraje para “admitir que la luz que hay al final del túnel probablemente es el faro de otro tren que se acerca en la dirección contraria”.

El ejemplo del miedo es uno de los mejores para entender lo anterior. Hasta hace unos meses, el principal temor del mundo occidental era el terrorismo o la migración. La ultraderecha llegó al poder en varios países prometiendo seguridad frente a un enemigo externo que muchas veces fue pintado como un monstruo que en realidad estaba lejos de serlo.

En palabras del historiador Yuval Noah Harari, “en la guerra convencional el miedo no es más que un subproducto de las pérdidas materiales, y por lo general es proporcional a la fuerza que causa las pérdidas. En el terrorismo, el miedo es el argumento principal, y existe una desproporción asombrosa entre la fuerza real de los terroristas y el miedo que consiguen inspirar”.

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Ahora, los focos de miedo dieron un vuelco hacia la pandemia y las reacciones frente a este sentimiento se han bifurcado. Por un lado, salió a flote el instinto de supervivencia de algunos, que desabastecieron mercados y agotaron productos sanitarios. Gregory Cohen, un ciudadano estadounidense de 51 años que cayó en esta conducta afirmó al periódico argentino La Nación: “Es mi manera de ejercer cierto control sobre la incertidumbre de la situación actual”.

Como él hay millones de personas en el país, de hecho, según Adobe Analytics, las compras online de papel higiénico se duplicaron y la demanda de alimentos no perecederos aumentó un 70 % entre enero y abril.

En contraposición, muchos otros apelaron a la solidaridad colectiva, permaneciendo en casa, comprando únicamente lo necesario y reflexionando. En Italia, un país que ya supera las 26.000 muertes por el virus, según la Universidad John Hopkins, el sentimiento está más latente que nunca. En diálogo con este diario, Laura Useche, estudiante colombiana en Bolonia, afirmó: “El único modo de evitar que la situación se alargue es evitando las salidas y el contacto, porque para muchos, como yo, el miedo no es contraerlo, sino contagiar a alguien que no tenga mi mismo sistema inmunológico o simplemente porque no hay espacio en los hospitales”.

Muestras de solidaridad han aparecido en todas partes del mundo, desde rondas de aplausos al personal sanitario que está atendiendo a los infectados hasta recolecciones de equipos médicos o alimentos para el que lo necesita. Justamente esto es lo que Harari asegura que puede sacarnos de la crisis: cooperación y solidaridad. No solo a nivel individual, sino aprovechar la interconexión global para compartir la información entre gobiernos, por ejemplo.

Algo similar afirma Žižek en su último ensayo sobre la pandemia: “Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de Kill Bill y podría conducir a la reinvención del comunismo”, publicado en Russia Today el pasado 27 de febrero. “Quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”.

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Manifestaciones de colaboraciones inéditas se han presentado en las últimas semanas, como el envío de ayuda sanitaria por parte de Rusia a Estados Unidos, que sobre el papel son países divididos desde muchos frentes, y que ha sido visto por algunos como una forma del presidente Vladimir Putin de mejorar su imagen internacional. “Esas críticas siempre están presentes, (...) pero sin cooperación internacional ni un solo país puede combatir en solitario y eficazmente el coronavirus”, aseguró el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov.

Desigualdad, ¿un virus peor que el COVID-19?

 

La promesa del siglo XXI de que la humanidad se encuentra en la senda hacia la igualdad parece desvanecerse para muchos durante la cuarentena. La existencia de la abismal brecha de riqueza en el mundo no es nueva, de hecho, desde el 2018 la organización Oxfam advirtió que el 1 % más rico del mundo posee la mitad de las riquezas en el mundo. El virus, sin embargo, la puso en evidencia en una de sus formas más viscerales y crudas.

Al ser preguntado al respecto por el medio brasileño Gauchaz, el filósofo camerunés Achille Mbembe afirmó: “Este sistema neoliberal siempre ha funcionado con un aparato de cálculo. La idea de que alguien vale más que otros. Los que no tienen valor pueden ser descartados. La pregunta es qué hacer con aquellos que hemos decidido que no valen nada. Esta pregunta, por supuesto, siempre afecta a las mismas razas, las mismas clases sociales y los mismos géneros”.

Las palabras del filósofo podrían no estar muy lejos de la realidad. A principios de este mes una conversación televisada entre Camille Locht, un investigador del Instituto Francés de Investigación Médica (Inserm) y Jean-Paul Mira, el jefe de servicio de un hospital de París en la cadena LCI, provocó una ola de indignación cuando insinuaron que estaría bien realizar pruebas en ciudadanos africanos, dado que en ese continente no hay equipo médico suficiente, como en otros lugares.

Una de las voces que manifestó su rechazo fue Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS): “Este tipo de declaraciones racistas no hacen avanzar nada. Se oponen al espíritu de solidaridad. África no puede ser y no será un terreno de pruebas para ninguna vacuna”.

Queda claro, además, que tener un techo bajo el cual resguardarse es un lujo que solo una parte de la población mundial se puede dar. Solo en Estados Unidos, según un informe del gobierno de ese país citado por la Universidad de Yale, se estima que por lo menos 150 millones de personas, es decir, el 2 % de la población mundial, no tienen hogar. A este grupo los llamados “sin techo”, son extremadamente vulnerables frentes al virus y, lastimosamente, un transmisor potencial.

Por eso, gobiernos de todo el mundo, incluído el de España, Estados Unidos, Francia y Reino Unido, han empezado a delimitar edificios y espacios definidos para estas personas. Y aunque los activistas han visto con buenos ojos las propuestas de los gobiernos locales para ayudar a esta comunidad en riesgo, también critican el hecho de que la asistencia solo llegara cuando el mundo enfrentó una pandemia.

Por otro lado, nuestra vida posiblemente será moldeada en los próximos meses por la hiperconectividad del mundo en el afán y la necesidad de relacionarnos unos con otros. Basta pensar que del 18 al 24 de marzo de este año la aplicación House Party, que permite realizar videollamadas de hasta ocho personas, acumuló 390.000 descargas solo en la GoogleStore de España. En Zoom, la otra gran plataforma de videollamadas se puede hablar con hasta 100 personas pagando el paquete más avanzado.

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Blanca Majem, una mujer que está realizando un posdoctorado en la Harvard Medical School (Boston), explicó a El Mundo: “Hay días en que tengo reuniones en Zoom que duran hasta cinco o seis horas. Todos los miércoles hacemos la Zoom Lunch Meeting, para comer todos juntos”.

Nuevas formas del amor y la muerte

 

La forma que tenía hace unos meses el amor ha comenzado a cambiar, por mucha o poca distancia, de ambos hay millones de casos. Hace unas semanas, por ejemplo, en la ciudad china de Xi'an un funcionario afirmaba: “A causa de la epidemia, muchas parejas han estado juntas en casa durante más de un mes, lo que sacó a la superficie conflictos que permanecían escondidos”.

Mientras tanto, en Japón, la empresa Kasoku, competencia local de Airbnb, promueve ahora sus viviendas amuebladas como “refugios temporales” a disposición de quienes quieren escapar por un tiempo de sus familias, ya sea para trabajar con más calma o para ventilar la mente. Todo esto bajo el lema de “Antes de considerar el divorcio, llámenos”.

“Sí o sí habrá momentos difíciles a nivel emocional. La frustración y la impotencia son respuestas naturales en situaciones de incertidumbre”, afirmó a La Vanguardia Isabel Moreno, psicóloga y sexóloga. Francesc Núñez, sociólogo y profesor de la UOC, explicó a este medio que el hogar ya no es considerado como un espacio ideal de bienestar, sino como “un espacio de competición, y por tanto de tensiones. Se compite porque ambos miembros de la pareja valoran su carrera profesional o por ver quién dedica más tiempo al cuidado de los hijos”.

La otra cara de la moneda, en la que nace el amor a distancia, también está llena de casos. Uno de los más conocidos es el de Jeremy Cohen, un fotógrafo de 28 años que vive en Brooklyn (Estados Unidos), y Tori Cignarella, su vecina. En las últimas semanas empezaron a conocerse, su primera cita fue utilizando Facetime y tomando vino, y ahora caminan por las calles de Nueva York con él dentro de una burbuja de plástico para evitar un posible contagio.

En conversación con El Espectador Cohen señaló: “No creo que sea imposible sentir amor durante la cuarentena, la distancia hace que el corazón se vuelva más cariñoso. Es bueno no tener ninguna presión antes de conocer a la persona con la que estás saliendo. Todo entre Tori y yo ha sido genial, nos llevamos bien y los dos lo hemos tomado con tranquilidad, así que realmente no puedo imaginar algún problema con ella en el corto plazo”.

Por último, el ritual y el vínculo que teníamos con la muerte, y el duelo que esta trae consigo, ha cambiado radicalmente. En algunos lugares, como Nueva York o la región italiana de Lombardía, la pandemia ha sido especialmente fuerte, obligando a las autoridades a recurrir a métodos escalofriantes como las fosas comunes. En Guayaquil (Ecuador), por ejemplo, ciudad que ya suma más de 530 muertos, la alcaldesa Cynthia Viteri señaló: “No hay espacio ni para vivos ni para muertos”.

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Durante toda esta semana familiares que llevan esperando más de veinte días para conocer el paradero de sus seres queridos seguían buscando sus cuerpos en las morgues de la ciudad. El caso de Carlos Martillo es desgarrador. Su madre, Rosa Elena Alvarado, falleció el 30 de marzo en el hospital Guasmo Sur y hasta la fecha no tiene noticias del cadáver. “El día en que iban a entregarnos su cuerpo llegó un contingente de la Armada y desalojaron a todos. Desde ese momento no sabemos dónde está”, denunció a Efe.

“El funeral es el acto social que dedicamos a esa persona que se va. Si consideramos que no ha tenido una despedida digna esto también lo recordamos siempre”, afirmó a El Confidencial la profesora de la Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud de UIC Barcelona, Xusa Serra.

El testimonio que deja Andrea Cerato, quien trabaja en una funeraria en Milán, deja al desnudo la profundidad del drama que rodea la crisis: “Esta pandemia mata dos veces. Primero te aísla de tus seres queridos justo antes de morir. Después no permite que nadie tenga un cierre emocional”, señala.

Por Nicolás Marín Navas - @nicolasmarinav

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