“Lo que es insostenible tiene que parar”: Alejandro Gaviria

Para el rector de la Universidad de los Andes y exministro de Salud, la crisis ha revelado la precariedad de los equilibrios económicos y lo insostenible de muchas actividades humanas.

Laura Dulce Romero @Dulcederomerooo - Santiago La Rotta @Troskiller
04 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
Alejandro Gaviria, exministro de Salud y rector de la U. de los Andes. / Cristian Garavito - El Espectador
Alejandro Gaviria, exministro de Salud y rector de la U. de los Andes. / Cristian Garavito - El Espectador

La pandemia, y también la prudencia, empujaron a Alejandro Gaviria, rector de la Universidad de los Andes y exministro de Salud, a responder esta entrevista por escrito. Usualmente, se permite dar charlas más amenas y fluidas en los medios de comunicación, pero la incertidumbre le impide, como a muchos, replicar de inmediato.

Hoy prefiere la calma y unos minutos extra para enviar mensajes responsables, alejados del pánico. Quizá por eso hubo una sola salvedad antes de enviar el cuestionario: “No me pregunten sobre el futuro, porque no sé nada, ni quiero aparecer como un gurú”. Después de esa petición, la mitad de las preguntas fueron eliminadas. Y con justa razón: nadie sabe qué va a pasar, pero en medio de las circunstancias son inevitables las reflexiones. Las de Gaviria se han centrado, principalmente, en la academia, las estrategias para enfrentar el virus, el sistema de salud en Colombia, el dilema entre muertos por COVID-19 o por la crisis económica, las libertades y la literatura.

¿Cómo es su rutina en medio de la cuarentena?

Llevo dos semanas. Estoy encerrado desde el miércoles 18. Sólo he salido a pasear al perro, lo saco tres o cuatro veces al día. En los días de trabajo, me levanto temprano, me baño (con afeitada y todo) y empiezo mi larga jornada de reuniones virtuales. Trato de hacer un poco de ejercicio y recurro a esas terapias tradicionales de lavar los platos, tender la cama y preparar algo de comida. En un mensaje a los estudiantes les dije —suena un poco condescendiente, pero puede ser verdad— que el orden en la agenda diaria genera tranquilidad.

(Lea también: "Se nos olvidó que lo fundamental es el ser humano": Carlos Arturo Calle)

Usted fue ministro de Salud. ¿Cómo ve el escenario actual?

Antes del confinamiento, estudié escenarios apocalípticos de cientos de muertos semanales y los servicios de cuidados intensivos sobrepasados en varios órdenes de magnitud por las necesidades previstas. Eran aterradores. La aritmética básica sigue siendo perturbadora: si se infecta el 60 % de la población y suponemos una tasa de letalidad de la infección del 0,9 % (un estimativo razonable), estamos hablando de casi 300.000 muertos.

Ahora con el confinamiento, las cifras pueden ser menores o podemos estar simplemente aplazando el problema. Yo no veo un colapso en cuestión de días, probablemente sí en cuestión de semanas. ¿Qué tan grave va a ser? Hay mucha incertidumbre. No sabemos, por ejemplo, el grado de cumplimiento de las medidas, el de transmisión comunitaria, la capacidad que tendremos para ampliar los servicios hospitalarios, etc. El confinamiento, en todo caso, sólo nos compra tiempo; no es una solución definitiva.

Si mira el espejo retrovisor, ¿a qué se debe esa fragilidad de nuestro sistema de salud? Usted dice que ha sido considerado como uno de los más solidarios en el financiamiento de todo el mundo, pero no necesariamente uno de los más eficientes o eficaces…

Primero, me parece que algunos se han apresurado a sacar conclusiones sobre el sistema de salud colombiano. Dicen, por ejemplo, en un momento en que los sistemas de salud, públicos y privados, están colapsando en casi todo el mundo, que la gran enseñanza de la pandemia es que tenemos que estatizar todo el sistema. Eso es oportunismo, conclusiones espurias sin sustento alguno. Otros, con base en prejuicios, comparan el sistema de salud colombiano con el de Estados Unidos. En Colombia al menos hay cobertura universal y protección financiera. Aquí a nadie le va a llegar una cuenta a la casa de varios millones por la atención médica del COVID-19, como ya está ocurriendo en los Estados Unidos.

Claro que tenemos debilidades, algunas ya evidentes: las secretarias de salud están mal dotadas y financiadas en muchas regiones, la coordinación en un sistema tan complejo y transaccional es casi imposible, las desigualdades regionales son muy grandes y, por supuesto, las camas hospitalarias son insuficientes; han aumentado en las últimas dos décadas, pero son insuficientes.

Entramos en una nueva etapa de la pandemia: la de mitigación. ¿Qué nuevos retos implica esto para el sistema de salud?

Yo creo que estamos entrando en el momento de la aceleración. Ya seguramente hay sectores, clusters, aquí y allá donde el virus se está expandiendo muy rápidamente. El mayor reto es identificarlos e intervenir oportunamente. Ese fue el secreto de Corea, donde fueron capaces de identificar y aislar esos clusters.

En un artículo que usted compartió se habla de que el aislamiento como medida única no funciona...

La mayoría de los modelos epidemiológicos sugieren que la cuarentena no resuelve el problema, lo aplaza. La semana pasada repasamos varios ejercicios de modelación en la Universidad: todos mostraban lo mismo. Mientras tanto, localmente, debemos, como ya se está haciendo, expandir la oferta hospitalaria en cuidados intensivos y demás, y, globalmente, seguir buscando alguna salida farmacológica, una vacuna o un antiviral parcialmente eficaz. El panorama es complejo. Las cuarentenas, repito, no son una salida; sólo son un refugio transitorio que tiene, además, muchos costos sociales.

El autor de ese artículo cierra con esta frase: “La salud pública depende de la confianza pública”, pero, ¿cómo se teje esa confianza en medio de la incertidumbre?

Con transparencia, veracidad plena, datos y comunicación permanente.

¿Tiene que desaparecer la ley 100 después de esta pandemia, como hoy piden algunos políticos?

Los sistemas de salud tienen que reformarse todo el tiempo. Yo soy partidario del reformismo permanente, basado en el conocimiento y el estudio, no en simplificaciones o prejuicios. Destruir sin haber construido siempre será el peor error de un reformista.

¿Cree que es necesario cubrir los servicios y el arriendo de los más vulnerables en medio de la pandemia? ¿Se puede?

Creo que es un imperativo. La Alcaldía de Bogotá dio un buen ejemplo esta semana. Me preocupan, en todo caso, dos poblaciones: los migrantes que no están en el Sisbén ni en los instrumentos tradicionales de focalización y la población vulnerable, los trabajadores independientes que no alcanzan a recibir subsidios, pero no están recibiendo ingresos. El Estado no puede compensar a todo el mundo. No tiene los recursos ni la capacidad operativa. Las consecuencias económicas de esta crisis pueden ser devastadoras.

(Vea: Análisis: ¿Cuál es la estrategia de salida de la cuarentena?)

¿Qué reflexiones lo han acompañado en este momento, por ejemplo, sobre nuestros sistemas social y económico?

La crisis ha revelado la precariedad de los equilibrios económicos, las desigualdades globales y locales y la insostenibilidad de muchas actividades humanas. Desde antes de la crisis, los mismos analistas financieros estaban hablando de la necesidad de “resetear” el capitalismo. Me gusta repetir una obviedad que le leí alguna vez a un economista gringo: lo que es insostenible tiene que parar.

De otro lado, no me gusta, debo reconocerlo, esa tendencia, acentuada por estos días, a presentar algunos regímenes autoritarios como un paradigma. Muchos aplauden a Putin y al presidente húngaro, por ejemplo. En una pandemia prima lo colectivo sobre lo individual por razones obvias; pero yo soy un liberal que piensa todavía que la restricción a las libertades y la supresión de la democracia requieren un debate intenso. Sea lo que sea, la libertad de expresión y la transparencia son virtudes democráticas irreemplazables.

En estos días pareciera que tuviéramos que hacer un equilibrio entre cuidarnos y cuidar la economía. ¿Cómo hacemos para que no sean tensiones opuestas?

Incluso yo creo que, en los países en desarrollo, sobre todo, el dilema es más complejo: es entre muertos por COVID-19 o afectados seriamente e incluso muertos por la crisis económica. Es un dilema trágico. Puede aliviarse en el margen con algunas acciones estatales, pero no puede resolverse plenamente. Nuestras democracias mediatizadas aborrecen los dilemas éticos o los resuelven de manera superficial, privilegiando a las víctimas visibles sobre las invisibles.

Algunos han dicho que toca parar 18 meses mientras llega una vacuna; eso es imposible. Otros hablan de abrir después de Semana Santa, lo que también es un exabrupto. Pero seguramente tendremos que ir encontrando un equilibrio que se parecerá a algo como abrir y cerrar por partes, soltar y recoger parcialmente, hacer pruebas masivas para saber dónde y cuándo dotar a la población de instrumentos de protección. En esas vamos a estar por un año o más. Viajar nunca será lo mismo. Ya ciertos países comienzan a exigir pruebas serológicas, el mundo puede empezar a dividirse entre quienes tienen anticuerpos y quienes no.

Algunos científicos aseguran que parte de lo que estamos viviendo viene de nuestras prácticas para relacionarnos con el mundo, de la crisis climática. ¿Cómo podemos empezar a acercarnos a una senda de desarrollo sostenible?

En parte tienen razón, no me gustan las interpretaciones misantrópicas, pero sí tienen razón. Estos días, en medio de la incertidumbre, he estado leyendo frenéticamente a Aldous Huxley. Hace 60 años escribió algo que parece ganar importancia día a día: “La moral de la conservación no concede a nadie una excusa para sentirse superior ni para reclamar privilegios especiales”. “No hagas a tu prójimo lo que no quieres que te hagan” rige para la forma de tratar todo tipo de vida en todas partes del mundo. Se nos permitirá vivir en este planeta sólo mientras tratemos a toda la naturaleza con compasión e inteligencia.

Habría, entonces, que cambiar radicalmente nuestras formas de consumo...

Yo creo que, por lo menos, se debe gravar fuertemente a los productores de combustibles fósiles, limitar la financiación a ciertas industrias por parte de los fondos de pensiones y el ahorro público, disminuir el consumo de ciertos alimentos, propiciar una conversación sobre el consumo individual y la crisis climática; en fin, todo esto daría para otra entrevista.

A propósito de las libertades, una de las estrategias que tuvo China para lograr disminuir los contagios fue la extrema vigilancia de sus ciudadanos: saben todo de nosotros, se acaba la privacidad, pero se escudan en que pueden controlar estas emergencias. ¿Usted qué opina sobre eso?

Que para salir de la epidemia probablemente tendremos que operar en un contexto de libertades acotadas. Sigo pensado, en todo caso, que la libertad de expresión no debe nunca restringirse y que la carga de la prueba está siempre en quien busca restringir las libertades. La democracia liberal no es la solución a todos los problemas, pero menos lo son las dictaduras.

¿Cómo define la solidaridad?

De manera obvia, como pensar en el otro e ir más allá de los intereses o deseos propios. Pero yo prefiero hablar de compasión. La compasión rescata el sentido de lo trágico en todo esto; un sentido que no puede perder. “Somos voces de la misma penuria”, decía Borges.

¿Cómo lidia con la incertidumbre de estos días? ¿Tiene miedo?

Sí, he sentido miedo, tristeza incluso. Hace unos días escribí en una red social que no podía dejar de pensar en que todo esto parece una despedida.

(Lea también: Así se vive la inestabilidad laboral en Colombia en medio de una pandemia)

¿Por qué ver esto como despedida y no como un renacer? ¿No cree que el mundo vaya a cambiar después de la pandemia?

Pienso por momentos que sí, que tenemos que cambiar; pero no estoy seguro. Escribí hace un tiempo que los pragmatistas de la suficiencia (me cuento entre ellos), que nos invitan a parar nuestro afán consumista, nunca han logrado atraer multitudes. Ojalá tengan ahora más audiencia.

¿Qué poema o autor lee para la tranquilidad?

Varios. Me cuesta concentrarme por estos días. Ayer abrí al azar un libro del poeta venezolano Eugenio Montejo y me encontré con esta frase: “Lo que nadie imagina es lo más práctico”. Pero quiero terminar la entrevista con Kundera: “Liberar los grandes conflictos humanos de la ingenua interpretación de la lucha entre el bien y el mal, entenderlos bajo la luz de la tragedia, fue una inmensa hazaña del espíritu; puso en evidencia la fatal relatividad de las verdades humanas, hizo sentir la necesidad de hacer justicia al enemigo”.

¿Qué lo hace sonreír o sentirse bien en medio del aislamiento?

La música, sentarse a la mesa con la familia y conversar calmadamente, el Zoom con mi mamá y mis hermanos, sacar al perro sin afanes, los libros, me gusta abrirlos al azar y encontrar lo que no estaba buscando.

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Por Laura Dulce Romero @Dulcederomerooo - Santiago La Rotta @Troskiller

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