Que es el último tren de Lionel Messi y de Cristiano Ronaldo. Que iniciará el reinado de Mbappe, que Dinamarca será la Croacia de este mundial, y Brasil renacerá como el ave fénix.
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Muchas expectativas florecieron al comienzo de Catar 2022, pero los partidos achatados y deslucidos son como glifosato regado masivamente, al punto de querer ver más posts en redes sociales relacionados con el mundial que la pelota rondando, frotada por magos descoloridos.
Es difícil encontrarle explicación al bajo nivel. Una puede ser el país organizador: fijar una copa del mundo en Catar es como traer a Colombia el mundial de hockey sobre hielo. Muy lindos los estadios, muy próspera es Doha, pero esta parece más una ciudad del metaverso que una sede paralizada por el fútbol.
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A pesar de mi desdén, no puedo dejar de reconocer el triunfo japonés ante los alemanes ni la sorpresa que dio Costa Rica al ganar su segundo cotejo tras perder por goleada ante España. Esos resultados, más del mundo de los videojuegos, insinuaron un mundial loco y entretenido, pero es evidente que a estas alturas nos estamos empachando con más de lo mismo, en mi caso anhelando que se acabe pronto para ver a Luis Díaz en la Premier League.
Brasil, España o Francia…cualquiera que se consagre campeón, que por favor lo haga rápido, liquidando de entrada al rival. No nos pongan a ver partidos interrumpidos por el VAR, ni a esperar los penales. Está más emocionante ver a Independiente Medellín en el FPC que a la descafeinada Bélgica.
Lo único que podría hacer inolvidable a Catar 2022 es que lo gane una selección que no esté entre las favoritas. Hablo de Países Bajos, Croacia, Senegal o los canguros de Australia. Una copa del mundo antiapuestas sería preciosa, picante, justificable para dejar de pronosticar esta fiesta como la peor de la historia.
Autor de la columna: Alberto Ochoa Mackenzie.

