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Daniel Arroyave ya sabe que su debut con el Education First será en el Tour de los Emiratos Árabes. También que vivirá en Girona con el ecuatoriano Jonathan Caicedo, que estrenará uniformes en España y que cuando lleguen las primeras veces no habrá afán de nada. Por eso repite lo que todos le repiten: “Voy es a aprender”.
Arroyave entrena con los planes que le manda Michele Bartoli, el mismo que se encarga de la preparación de Rigoberto Urán. Y cuando no lo hace escucha las historias de Mauricio Ardila, el exciclista que ya pasó por ese camino, que lo ha arropado en su casa en Santa Elena y que de cierta forma no se cansó de recomendarlo cuando le preguntaron por el campeón nacional de ruta sub-23.
Arroyave sonó para llegar al Astana por su amistad con Hárold Tejada, otro que vociferó sus condiciones cuando a Aleksandr Vinokúrov lo invadía la intriga por saber más del antioqueño. Sin embargo, la escuadra kazaja no tenía recursos y al final Giuseppe Acquadro, su mánager, arregló con el EF. “Tranquilo que por la pandemia se paró el proceso”, le dijeron cuando empezó la incertidumbre porque nada pasaba, porque no lo llamaban para firmar el contrato. Todo estaba listo desde la clásica de Rionegro, después de los Nacionales de Ruta de Boyacá en 2020. Todo se concretó antes de Vuelta a Colombia de ese año.
Daniel se levantó y, como siempre, se duchó con agua fría sin importar el clima de Tunja. Recordó que el día anterior le dio la pájara (la pálida) en la contrarreloj individual faltando nada para terminar. Y que después de que cruzó la meta se fue para el hotel a lágrima viva sin querer hablar con nadie. Pero en la prueba de ruta fue diferente, se sintió fuerte, con ganas. “Estuve pendiente de las fugas y de los cortes, y de ir siempre adelante”.
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Sin energía por el desgaste se metió en el grupo de punta. No hizo un solo relevo. “Ni loco iba a tirar, iba mamado”. Y en una especie de impulso, cuando pasaron por un viaducto, atacó solo, nadie lo siguió y ganó en la Plaza de Bolívar de Tunja. “Qué grito, qué desahogo tan berraco”. Aunque las gafas lo ocultaban, Arroyave ya venía con los ojos encharcados a unos metros de la llegada ya no por frustración, sino de felicidad.
En 2019, Arroyave fue quinto en la crono de los Nacionales Sub-23 con la camiseta del Orgullo Paisa (28,2 kilómetros entre Cumaral y Villavicencio). Tenía 19 años, iba punteando, pero al final Hárold Tejada, que corría para el Team Medellín, se quedó con el oro. “Usted va a llegar lejos. Siga así”, le dijo el huilense, que lo buscó luego de ganar. “Me quedé frío: este man, en vez de estar celebrando, fue a decirme eso. Otra muestra de su sencillez”.
En 2018 se impuso en la segunda etapa de la clásica de Rionegro. Se voló y la diferencia le dio para ser tercero en la clasificación general. Un año antes, en la Vuelta al Porvenir, yendo para Concordia, en el suroeste antioqueño, hubo una porracera (caída) y un montón de corredores se le fueron encima. Se fracturó la clavícula. Se dio cuenta porque cada vez que se paraba en pedales sentía que algo le traqueaba. Aún así cruzó la meta.
Arroyave ya estaba caminando con más facilidad, aunque sentía que de la rodilla derecha para abajo todo era de gelatina, que no había firmeza para dar un paso. Se iba contra el suelo en el colegio. Y cuando sentía que estaba mejorando y que podía dejar las muletas, se rodó por las escaleras de la casa. “Otra vez me jodí. Ya no voy a ser ciclista”.
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Duró mucho tiempo yendo donde una vecina para hacer terapias. Tres, cuatro horas, a veces cinco. También le dio apendicitis. Un día estaba haciendo la preparación física con el equipo de Yarumal, trotando en las montañas, se tropezó con un bahareque y cayó en un hueco. “El peso de todo el cuerpo se fue sobre la rodilla derecha”.
Arroyave compró su primera bicicleta de ruta gracias a una rifa. Recogió $15 millones. “Muy bonita. Las boletas eran a $20 mil. Eso sí, les decía a las personas que más allá del sorteo de los $3 millones, que era el premio, todo se trataba de una ayuda”. Vendió muchas en la peluquería de su hermana, que en realidad es su prima. “Las señoras de plata de Yarumal que iban a cortarse el pelo compraban unas cuantas, a veces muchas. Así logré recoger el dinero”.
Tuvo entrenadores buenos y severos como Dubián Pérez, Jairo Rueda y Pablo Pulido, y otros no tan buenos, un poco irresponsables. “No iban a la escuela y tocaba buscarlos en la casa para que nos entrenaran. Muy flojos”. Las peleas con su primo Juan José Arroyave, de niños, eran algo de la cotidianidad. Eran tan competitivos, que no soportaban que a uno le fuera mejor que al otro. De hecho, en una ocasión, cuando estaban haciendo yincanas en el coliseo del pueblo, Juan José se le coló en la fila a Daniel y este, sin medir fuerza, le estrelló la cabeza contra el manubrio de la bicicleta.
“Tremendo regaño de Dubián, los dos para la casa y suspendidos un mes de la escuela”. Pero lo que más dolió fue perderse el paseo del equipo, que cada 15 días iba a los charcos en Mallarino o en Campamentos a pasar la tarde.
Entrenamientos mentales antes de viajar a Europa con mi equipo 🧘🏼♂️🙏🏽🌲 @EFprocycling pic.twitter.com/R9maGvr2Qa
— Daniel ARROYAVE (@DanC1906) February 2, 2021
Puede que no tanto como los castigos de la mamá, que no es la mamá, pero que hizo las veces de mamá. Uno en especial: “Me dijeron que comprara algo de comer, me encontré con un amigo del colegio y nos fuimos a jugar Play Station. Nos dieron las 11 de la noche y, claro, cuando veo a mi ma’ entrando por la puerta del local, solté ese control de una y me puse pálido”. Una buena tanda de correazos, unas cuantas marcas y la lección de pedir permiso grabada para siempre.
Arroyave le mentía a su mamá. Se volaba del colegio y le decía que los habían dejado salir más temprano, o a la mañana siguiente que tenía que estar a las 9:00 a.m., cuando el horario de inicio de las clases era a las 6:00 a.m. Por eso perdió noveno. Daniel lleva los apellidos Arroyave Cañas, los mismos de su tía Eugenia, que para él es su mamá. “Me cuentan que fui un hijo no deseado y que mi mamá, la verdadera, me dejó en la casa de la hermana. Y ella me crió como uno más. Ahí crecí, ahí me formaron. Ellos son mi familia”.
Arroyave no nació en Yarumal, como muchos creen, sino en Medellín, cuando su mamá trabajaba como auxiliar de odontología. “De vez en cuando hablamos, le ayudo en lo que puedo, pero ella sabe que no hay amor, eso está reservado para Eugenia”. En cuanto al papá hay un recuerdo nublado, pero una sentencia bastante límpida: “El señor que dio el esperma nunca se interesó por aparecer”.
Por: Camilo Amaya - @CamiloGAmaya