El hombre que le pone el paso a Rigoberto Urán

Se conocieron cuando tenían 15 años, antes de una Vuelta al Futuro, en Boyacá. Hoy en día, es el hombre de confianza del corredor del Cannondale.

Camilo G. Amaya
11 de julio de 2017 - 11:44 a. m.
Cortesía
Cortesía

En 2015, Karol Torres puso pie en tierra. No abandonó el ciclismo; el ciclismo lo abandonó a él. Problemas con el equipo GW Shimano y la falta de oportunidades en otras escuadras lo obligaron a terminar su carrera de manera prematura, con 28 años y muchos kilómetros por recorrer. La vida, lejos de las competencias, fue dura, menos contemplativa y más cruel. La necesidad lo llevó a trabajar en una estación de servicio en Llanogrande, Antioquia, donde lo vio Rigoberto Urán llenando el tanque de un carro con gasolina.

— Qué más, mijo. Pero, ¿vos qué hacés ahí si sos de nuestro gremio? Camine, pues, y trabaja conmigo haciéndome transmoto.

Ese día, Urán le gastó gaseosa a todos los trabajadores de la estación, se tomó varias fotos con los ciclistas recreativos de la región y le dio una solución en medio de tanto problema. “Así es él. Nunca desampara a los suyos”, dice Karol Torres. Esa vocación de ayudar a los demás la tuvo desde muy niño, desde que entendió que la verdadera amistad terminaba transformándose en hermandad. Se conocieron cuando tenían 15 años y disputaban una carrera regional previa a la Vuelta al Futuro, en Boyacá.

En esos tiempos, en los que el ciclismo colombiano demandaba la novedad, Urán formaba parte del Orgullo Paisa y Torres corría por un equipo de Envigado. No compartieron mucho juntos, pero la afinidad que creó el humor, las frases iniciadas por uno y terminadas por el otro fueron suficientes para que intercambiaran números y siguieran hablando aun estando Urán en Europa.

Por eso fue más fácil decirle sí a la propuesta, a salir todos los días desde el Alto de Palmas, donde queda la casa de Rigo cuando está en Colombia, y tomar rumbo al Oriente antioqueño, pasar por La Ceja, ir hasta Santa Helena, tomar la vía Medellín- Bogotá o, cuando hay que hacer trabajos de potencia, ir a la subida de La Unión, la que más le gusta al corredor del Cannondale y la que más disfruta, así sea la que más lo ponga a sufrir. Si hay ánimos, van hasta el Alto del Perro, a 2.361 metros sobre le nivel del mar y donde la distancia entre el lamento de las piernas y la exaltación es mínima. A duras penas, un carro sube en primera y él con un plato 56 y un piñón 16 para “sacar nalgas”.

Es un recorrido de seis horas, aproximadamente, entre las montañas antioqueñas, que varían de color con la posición del sol. Hay verdes de todas las tonalidades: manzana, esmeralda, turquesa, incluso verde mar, así se esté a cientos de kilómetros del océano. Torres siempre lleva lo mismo en la moto: dos ruedas de repuesto, el kit de herramientas por sí hay que mover la silla o cuadrar el manubrio, el inflador, dos neumáticos, aceite por si llueve y hay que lubricar de nuevo la cadena, un casco extra, bloqueador solar, unas gafas y mucha agua.

“Este berriondo solo toma agua”, dice el hombre que se volvió su sombra durante los entrenamientos, el que tiene que braviar a los conductores cuando cierran de manera imprudente a Rigo y lo hacen perder cadencia. “Ese man es muy calmado. Obvio que se sale de casillas, pero para eso está uno, para frentear por él. No ve que el man está concentrado en lo suyo para preocuparse por güevonadas”. La locura y las risas nunca faltan. Que los videos espontáneos que revientan las redes sociales, que las fotos con caballos, vacas y gallinas, que las risas en medio de terrenos destapados y polvorientos. Más allá de una práctica, es una verdadera aventura. (Aquí, nuestro especial del Tour de Francia)

Y no solo es ir para arriba, también hay que practicar hacia abajo, por la autopista, aprovechando los descensos y levantando hasta 95 kilómetros por hora. “Yo siempre lo jodo y le digo que me va a tener que pagar el guardabarro porque el berriondo siempre va muy pegado. Incluso yo siento cuando la rueda delantera roza un poco y acelero”.

Siguen parando en la misma tienda de La Ceja, porque Rigo es un hombre de hábitos. Casi siempre pide un Tutti Frutti de mango, un Ponqué Ramo y unas galletas Festival. Torres ha visto cómo saluda con la misma efusividad al que le levanta la mano desde una camioneta blindada hasta al campesino que pasa en su caballo con un par de cantinas repletas de leche. “Es un tipo muy sencillo y eso es lo que le gusta a la gente”.

Ya sabe cuál es su ritmo, sus gustos y su apetito. Por ejemplo: que en San Antonio siempre pide empanada con queso y bocadillo, pero que nunca se come el lácteo, lo deja a un lado y se lo ofrece de la manera más atenta como si se tratara de un manjar. Cuando está de mal genio no cambia con los demás, cambia con él mismo. “Se le nota en la manera de pedalear”. Karol Torres se ha vuelto indispensable para Urán en los entrenamientos. Gracias a ese acompañamiento nació la idea de crear la empresa Karolo a Rueda, un grupo de personas que acompañan a ciclistas profesionales y recreativos para brindarles apoyo técnico y asesoría durante la práctica.  (Vea también: El renacer de Rigo: consiguió su primer triunfo en un Tour de Francia)

“Yo también entreno con Karolo a Rueda y, ¿usted con quién, hermano?”, el mensaje que puso Urán en instagram y que disparó la demanda. Hoy en día, KarolTorres va por todo el país acompañando a cientos de ciclistas que reconocen su trabajo y su manera de ser. De seguro, cuando Urán llegue del Tour de Francia para preparar su siguiente carrera, dejará el mismo mensaje en whatsapp: “Quiubo, mijo, voy a estar tantos días en Colombia. Firme, pues”.

Por Camilo G. Amaya

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar