La imagen se repite: Tadej Pogacar ataca, cuesta arriba, en los últimos metros de una cima pirenaica o alpina. Se lanza también, como este martes cuando consiguió su victoria 100, en el llano o los falsos planos para destronar a los embaladores. ¡Es una máquina! Gana en todos los terrenos. Su figura es la misma: dientes apretados, pero sonriendo. Corre sobrado. La mirada, tan quieta y tan al frente, es imperturbable. Su cuerpo siempre está al límite. Lo sabe, pero no le importa: se arriesga igual. El impulso luce primitivo, pasional. Parece que le sale de las entrañas: una pulsión, un olfato distinto para saber cuándo es el momento justo. Como el depredador que espera, paciente, a su presa y ataca voraz en el instante exacto.
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Para Pogacar no es así. Aunque parezca el ciclismo de otros tiempos, el de los valientes que atacaban por espectáculo, eso ya no existe. Es una utopía. Ese instinto, ese salto al vacío, en realidad está programado. Es casi una mentira, una verdad a medias. Una revolución que se cocina en la élite del deporte y está transformando esta disciplina. En juego ya no está solo la batalla del esfuerzo físico, también hay una carrera por el dominio de los datos. Y en eso el esloveno lleva una ventaja abismal.
La batalla es silenciosa y comenzó hace años. Es, precisamente, el equipo de Pogacar, el UAE Team Emirates, el que va escapado del pelotón. Su joya tecnológica se llama ANA, una inteligencia artificial capaz de analizar, predecir, sugerir y corregir decisiones a partir de una base de datos que ningún ser humano podría procesar solo. Simula etapas en 3D, proyecta carreras como si fueran videojuegos y les genera a los ciclistas contextos inmersivos para que revivan —o anticipen— movimientos claves. El ciclista hoy no solo ataca porque lo siente: ataca porque sabe el momento preciso en el que debe hacerlo. Y un arma de ese poder en las manos de un aventajado como Pogi es demasiada ventaja. El fenómeno esloveno no ha parado de demostrarlo.
La revolución es tan vertiginosa que los ingenieros de los principales equipos advierten que el problema ya no está en la capacidad de preguntarle algo a la IA. El asunto ahora es saber qué preguntar. En una entrevista con El País, de España, Iván Velasco, director de rendimiento del Movistar, explicó que el desafío ya no es recolectar datos. Sobran: “Recolectamos información sobre el peso, el entrenamiento, la aerodinámica, el coeficiente de rodadura de los neumáticos, la temperatura exterior, la presión de los tubulares, la altitud y la glucosa sanguínea. Ahora, salen también sensores de medición en tiempo real de lactato, compuesto químico producido durante el metabolismo de la glucosa, especialmente en condiciones de baja oxigenación. Eso nos permite medir la potencia, la frecuencia cardíaca y su variabilidad; la masa de hemoglobina, cadencia, sueño, masa corporal, carbohidratos, proteínas, sodio, humedad, velocidad del viento y hasta la presión atmosférica. Es verdaderamente impresionante, tanto que la clave del futuro es poder relacionar todo eso y sacar conclusiones. Una persona, con tantos datos, no tiene ni idea de cómo relacionarlos ni qué significan”.
En esa complejidad hay un nuevo territorio: el de las ganancias marginales. Eso significa que, cuando todo está medido, el margen se encuentra en el cruce de variables que, hasta hace poco, vivían separadas. Como eran imposibles de medir, no se tenían en cuenta sus posibles conexiones. Hoy el panorama es distinto. Y el UAE no es el único que va a la vanguardia de nuevas revoluciones. El Red Bull-Bora-Hansgrohe, por ejemplo, quiere integrar la temperatura corporal, el sueño y los biomarcadores en una única base. Generar una IA capaz de hacer esas interacciones, con los datos sobreabundantes, para proyectar situaciones que les permitan anticipar las carreras. Visma-Lease a Bike, por su parte, ya aplica Foodcoach, una app con IA que recomienda qué comer según la carga de entrenamiento. Incluso, en el Lotto y Decathlon-AG2R desarrollan paneles que cruzan datos de recuperación con futuras decisiones de carga.
ANA, la IA del UAE, está a la vanguardia porque no solo predice, también cuenta historias. Puede construir una narrativa detallada del rendimiento de Tadej Pogacar en una etapa específica, como si fuera una historia dinámica y visual. “Es como si fuera una predicción”, reveló Jeroen Swart, coordinador del equipo emiratí, al medio especializado estadounidense Velo. La inteligencia artificial genera videos con pequeños ciclistas virtuales, miniaturas digitales que reproducen con exactitud, en un minuto, cómo será la carrera. El ciclista siente y tiene el instinto, por supuesto. Pero ahora sabe cuándo es el momento perfecto para ir a fondo.
El cuerpo como laboratorio
Los ciclistas se han vuelto pequeños laboratorios, reconoce Swart en esa misma entrevista. El único fenómeno no es Pogacar. Remco Evenepoel, por ejemplo, ha roto los paradigmas de la contrarreloj moderna. Su éxito no está solo en sus vatios, sino en su capacidad para mantenerse en una posición aerodinámica extrema sin perder eficiencia. El belga ha revolucionado la técnica no solo a través del entrenamiento, sino, como explica un reportaje del medio Relevo, mediante un enfoque multifacético que se apoya en la revolución tecnológica. Se estudia su cuerpo en túneles de viento, en velódromos, con sensores, cámaras de alta velocidad, software de simulación y, ahora, también con IA.
Cada gramo de su traje, cada ángulo de su torso, cada movimiento de su cabeza es probado con antelación. Su CDA —el coeficiente de arrastre aerodinámico— se ajusta en ambientes controlados y luego se valida en la carretera. Su preparación no solo incluye horas de bici, sino rutinas para fortalecer el core (la zona central del cuerpo, que incluye los músculos abdominales, lumbares, de la pelvis y la musculatura profunda de la columna), sesiones de tolerancia al dolor y protocolos de nutrición calibrados hasta el último miligramo.
La crono, así, se volvió la disciplina más científica del ciclismo. Es el espacio donde la máquina, el cuerpo y el algoritmo se alinean para producir un esfuerzo que es casi matemático.
El ciclismo, un deporte de humanos
La revolución ocurre, claro, en un contexto humano. El Tour y las demás grandes vueltas todavía reflejan la nobleza, el sufrimiento, el coraje y la emocionalidad de un deporte imprevisible, en el que una caída puede mandar al traste todo análisis posible. Sin embargo, la épica, en este siglo, es una construcción artificial. Es bella, pero se edifica con datos, no solo con la potencia humana.
No es algo menor. El ciclismo, entre todos los deportes, es el más sensible al avance tecnológico. Porque en ninguna otra disciplina de esfuerzo individual confluyen tantas variables humanas y mecánicas en acción continua. En el atletismo o la natación, el cuerpo es todo. Aquí, la bicicleta importa. Su operatividad influye en la medición de datos que otros deportes no tienen.
¿Seguimos hablando del mismo ciclismo? ¿Qué quedará del instinto, la improvisación y el alma de este deporte? Hay críticos e incrédulos. Sin embargo, la respuesta puede ser paradójica: hoy, el instinto existe porque todo lo demás está bajo control. Es decir, Pogacar ataca y asombra porque sabe que puede, porque ya procesó las variables y cada lance, que parece espontáneo, fue en realidad una conclusión lógica basada en un millón de datos previos. La libertad es posible porque todo lo demás está escrito.
Este miércoles, cuando los favoritos salgan a rodar en la contrarreloj, el público verá la gesta de los ciclistas que luchan contra el reloj. La vieja épica que hoy ha trastocado la utopía misma del ciclismo, porque, detrás, habrá cientos de algoritmos corriendo con ellos. Porque el Tour, hoy, no se corre con las piernas... también es una batalla de los datos.
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