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Yo estuve en: el título de Egan Bernal en el Giro de Italia

El ciclista colombiano ganó este año la Corsa Rosa, su segundo éxito en una de las tres grandes de la temporada, luego del Tour de Francia de 2019. Un mes de emociones detrás del corredor del equipo Ineos.

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Camilo Amaya
26 de diciembre de 2021 - 02:00 a. m.
Camilo Amaya, periodista de El Espectador, siguió a Egan Bernal durante el Giro de Italia.  / Archivo particular
Camilo Amaya, periodista de El Espectador, siguió a Egan Bernal durante el Giro de Italia. / Archivo particular
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Los sucesos importantes, aunque no nos demos cuenta, no vienen de la cabeza, sino de los sentimientos. Y por eso es que los hechos de trascendencia resultan vacíos y hasta llegan a perderse si no se entienden como recipientes que hay que llenar con lo que uno siente.

Recordar el título de Egan Bernal en el Giro de Italia 2021 me llevó a un viaje infructuoso por una memoria de la que no me siento orgulloso, pues hace aguas cuando más se le necesita. Y tuve que recurrir a las emociones, desde las primeras, claro, antes de salir de Colombia cuando un empleado de Iberia, bastante tozudo, por poco no me deja subir al avión.

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- Pero, ¿por qué es que viaja a Italia?

- De trabajo, al Giro.

- Pero, ¿va de turismo?

- No, de trabajo.

Sin duda un hombre poco conocedor del mundo del ciclismo y ajeno a lo que podía suceder -lo que al final pasó-. Eso sí, bastante prevenido con la pandemia del COVID-19. Y yo, iracible hasta el tuétano, entré en un conflicto que terminó haciéndome esperar dos horas más de lo normal para poder embarcar.

Ya en Italia vino otro sentimiento: el nerviosismo mío para entrar a uno de los países más afectados por el coronavirus, de tener la documentación completa y demás. Sin embargo, el proceso migratorio fue sencillo y rápido. Así inició una aventura dantesca en Turín, con el optimismo impregnado por la prensa local, que repetía una y otra vez que Bernal era favorito, y que arropaba al colombiano como si fuera uno de los suyos, explotando a más no poder la coincidencia de que haya nacido el mismo día de Marco Pantani (un 13 de enero).

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Seguido, la impaciencia de que apareciera la montaña para saber su estado físico real, si la espalda iba a responder. Y antes de lo esperado la primera alegría -de tantas y tan seguidas que vinieron luego- en Campo Felice y el sterrato.

El líder del equipo Ineos sobrepasando a todos de manera demoledora y la Maglia Rosa para él tras ganar la novena etapa. Alegría, pero a la vez preocupación colectiva por lo que estaba sucediendo en el país. Y Bernal como símbolo de esperanza y unión en medio de las protestas. “Siempre estoy pensando en Colombia y me duele lo que pasa en mi país. Por eso quiero darles una gran victoria en este momento crítico que atraviesa”, dijo con una voz pura.

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Siguiendo por el recorrido de la mente, perdón, el de los sentimientos, pasaron las jornadas y hubo satisfacción por la forma en la que el Ineos trabajaba con tal sincronía y en función de defender el liderato. Filippo Ganna adelante como una locomotora, Gianni Moscon y Jonathan Narváez listos a inmolarse de ser necesario, Jonathan Castroviejo analizando variables e interpretando momentos y Daniel Martínez, el leal escudero.

Eso lo noté, más allá de la carretera, en el primer día de descanso en Asís, en una tienda a un par de cuadras de la Basílica de San Francisco, cuando el Ineos en su totalidad tomaba un café. Ese 18 de mayo comprobé que las sonrisas que solo se podían percibir a través de las miradas (por los tapabocas) eran reales, sinceras. Pura camaradería. Fue de las pocas veces que me acerqué sin las estrictas restricciones de la organización.

Me agradó ver a Bernal mandando en el pelotón, administrando su esfuerzo y el de sus compañeros, dominando todos los aspectos de la carrera. Y me emocionó cuando arribó solo a Cortina d’Ampezzo, la etapa reina que al final no fue tan reina, pues un día antes se cancelaron los ascensos al Fedaia y el Pordoi por problemas climáticos en el corazón de los Dolomitas. Sí, se le quitó un trayecto que hubiera sido épico, pero eso no opacó lo acontecido. Bernal ganó vestido de rosa, puño al aire gélido y las gentes gritando “Pantani, Pantani”.

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Pero como si estuviera predestinado en el aniversario 700 de la muerte de Dante Aliguieri, no todo podía ser idílico. Faltaba el paso por el purgatorio, si de hacer referencia a la Divina Comedia se trata. Y ocurrió el 26 de mayo en el ascenso a Sega di Ala.

Bernal se aceleró, cometió un par de errores de estrategia y sufrió en un trayecto eterno y desconocido para él. Ahí vino mi preocupación y la impaciencia, y de nuevo, por fortuna, la serenidad gracias a Daniel Martínez, que se enfrentó a la realidad y llevó y alentó a su compañero hasta la meta. Bernal defendió el liderato, pasó la prueba más dura y tuvo una visita inesperada en la zona mixta. Una señora bajita se le acercó, le mostró el Trofeo Senza Fine y le susurró un par de palabras. Después Tonina Pantani, invitada por los 90 años de la Maglia Rosa, se limitó a decirnos: “Fue como abrazar a mi hijo”.

Ya el 30 de mayo, en la Plaza del Duomo de Milán y con 3.650 kilómetros encima (en carro, por supuesto), hubo nostalgia a lo largo de toda la jornada y amago de llanto cuando Bernal se subió al podio y de rosado levantó el trofeo más lindo del ciclismo.

El tajo de humedad en el rostro (sí, aparecieron las lágrimas) se confundió con el champán que cayó desde la tarima en pleno festejo. Tras la rueda de prensa, en la que Bernal rompió con el protocolo y habló en español, llegó el saludo a los colombianos que se acercaron hasta el lugar más emblemático de Milán. Y el coro aún me estremece al recordarlo: “Egan Bernal, orgullo nacional”.

Lo anterior fue un intento simplificado por tratar de explicar un suceso tan grandilocuente y todo a través de los sentimientos, de la cultura del sentir como base para recordar.

Por: Camilo Amaya

Por Camilo Amaya

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edgar(11732)27 de diciembre de 2021 - 01:36 p. m.
Las grandes victorias en el ciclismo se obtienen por desempeños titánicos, esfuerzos con olor de hazaña y en las carreras de tres semanas, aún más. Los italianos admiran a Egan porque les revive, les recuerda, en la expresión del rostro, en la fiereza de la mirada, a su más grande ídolo de los recientes tiempos, a Marco Pantani.
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