Tadej Pogacar: sus días más grises, pero también los más humanos
El esloveno desfalleció en la batalla contra Jonas Vingegaard. La derrota más sonada de su joven carrera en el Tour de Francia.
Fernando Camilo Garzón
“Estoy muerto… Adam… Adam, pelea por el podio”, fue la súplica de Tadej Pogacar a su compañero Adam Yates, en el ascenso al Col de la Loze. Sus últimos alientos en su peor día, tan caótico que incluso llegó a pensar que no le alcanzaba para mantenerse entre los tres mejores del Tour de Francia.
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“Estoy muerto… Adam… Adam, pelea por el podio”, fue la súplica de Tadej Pogacar a su compañero Adam Yates, en el ascenso al Col de la Loze. Sus últimos alientos en su peor día, tan caótico que incluso llegó a pensar que no le alcanzaba para mantenerse entre los tres mejores del Tour de Francia.
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Nunca en su carrera se había visto semejante cuadro: el esloveno, acostumbrado a rebasar rivales, a subir la montaña con rostro sereno y temple impávido, a encabezar el grupo y desfondar al pelotón, se quedó en la subida. No lo sospechó nadie. De la sorpresa se pasó a la revelación: el Tour había terminado. Pogacar sufría. Seguía su pedaleo cuesta arriba, tratando de alcanzar la entonces ilusoria rueda de Jonas Vingegaard, que, mucho más arriba, en la cima de la montaña, había llegado a la meta casi seis minutos antes.
Un día atrás, en la contrarreloj, la jornada había sido peor. No por él. Pogacar paró el reloj en 34:14 tras un recorrido de 22 kilómetros. Era un tiempazo. Pero, aunque voló en la bicicleta, casi lo rebasa la bestia de Vingegaard. Poco importó el día épico del corredor del UAE, porque su gran rival, el que le ganó el Tour de Francia en 2022, el que se defendió de todos sus ataques en la montaña la semana anterior, llegó a meta a 32:36. Tan sobrado que estuvo a un par de kilómetros de dejarlo en el camino y si hubiera sido más largo el trayecto, Pogacar no habría podido seguirle el paso.
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Ese día fue todavía más gris que la tarde de crisis en la montaña por eso, porque vio ante sus ojos un corredor más aventajado. Su era de dominio fue verdaderamente puesta en duda. Y después, subiendo, pudo darse cuenta de que la victoria de Vingegaard fue moral. Que el espíritu se le doblegó la tarde anterior en la batalla contra el cronómetro y que la carretera, colmada de gente en los dos extremos de la ladera, se hacía más empinada que nunca y eso nunca le había sucedido. Fue allí en el Col de la Loze, el lugar que marcó su más dolorosa derrota, la primera en la que fue totalmente superado, que Tadej Pogacar reconoció su propia sentencia: “Adam, estoy muerto”.
No hay nada más humano que la derrota, la pérdida y la tragedia. Caer es el reconocimiento más certero de nuestra condición, el descarado testimonio de que no somos eternos y, mucho menos, invencibles. No hay nada imbatible. Por más de que en nuestros héroes, o los deportistas que encumbramos en el olimpo de nuestros ideales e imaginarios, reflejemos la voluntad inverosímil del poder de los dioses, la derrota es la cruel demostración, ante los ojos melancólicos de los crédulos, de que el deporte es una actividad humana. Es la vida.
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Pogacar, cómo no, es humano. Y la verdad de su humanidad se le reveló con la aparición de un rival como Jonas Vingegaard, que, consciente de la grandeza del esloveno, se preparó como ninguno para derrotarlo.
Tal vez, la tragedia de Tadej Pogacar fue la subestimación del que tenía en frente. Porque el año pasado lo sorprendió, pero este le dio una lección. Influyó, claro, la fractura en la muñeca que truncó la preparación, que no estuvo 100 % enfocada en el Tour de Francia, sino que repartió esfuerzos en otras carreras, muchas más que las que corrió Vingegaard en la previa. También tuvo que ver la caída ese día de la crisis en la montaña y el gasto, como el año pasado, en jornadas en las que el danés se agazapó, sin desesperarse, para cuidar su ventaja.
En la derrota, Pogacar demostró su humanidad, sus desaciertos, errores e incapacidad para leer al otro, a Vingegaard. No porque el esloveno sea menos, el Tour de Francia que hizo es de antología, más bien porque el ciclismo también es un juego y este año, otra vez, el UAE perdió cuando no esperaba ser derrotado.
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