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Francisco Maturana

Con la distincón a Vida y Obra se hizo justicia con Francisco Maturana, el técnico que le dio un estilo al balompié colombiano.

El Espectador
05 de diciembre de 2009 - 09:56 p. m.

Hernán Gómez Agudelo, el padre de Hernán Darío y Gabriel Jaime, alguna vez se soltó de lengua y dijo algo que en el entorno de la selección de Colombia era ya una verdad de a puño, de esas que no admiten discusión: “Pacho es el que se viste de esmoquin y mira, mientras que Bolillo es el que se pone el overol y trabaja”.

Siempre fue así Francisco Maturana García, quien cumplió los 60 años el 15 de febrero y vive de frac en el mundo del fútbol. Al odontólogo nacido en Quibdó habría que aplicarle en su perfil aquella frase que soltó sobre uno de sus consentidos, Giovanni Hernández, cuando dijo que era “el perfume de la selección”. Él trabaja a su ritmo, a su aire, con su estilo y sin ser propiamente la “mata del trabajo”, han sido tantas sus experiencias que nadie podría descalificarlo, ni su más acérrimo enemigo, una tarea perdurable y fructífera en el balompié colombiano y hasta mundial.

Pacho respira fútbol desde su infancia en la capital chocoana, hasta cuando llegó al Atlético Nacional que dirigía Osvaldo Zubeldia en el que fue zaguero central titular al lado del Zurdo López o del Polaco Semenewickz. Su inteligencia táctica y visión de juego hicieron que Papá Osvaldo le hiciera uno de los mimados en las jugadas de laboratorio donde llegaba al remate final después de que Peláez, Herrera o Sarmiento la peinaran al segundo palo. Todos la sabían, todos se la seguían “comiendo” e inclusive hoy algunos equipos todavía van a sacarla de la red.

En medio de su carrera como futbolista, adelantó sus estudios de odontología y recibió su grado. Todavía recuerdo su pequeño consultorio donde alguna vez me senté en esa detestable silla del dentista para ser tratado por sus manos. Lo único bueno de la tortura que significa ir al dentista es que éste hable bien de la pelota y cuente intimidades de la otra profesión, aunque en el caso de Maturana, la segunda era la que había estudiado. En conclusión, nació para ser hombre de fútbol, esa es su verdadera vocación y lo otro fue un accidente en el camino.

En el momento del adiós a la carrera de jugador, tras un efímero paso por el Bucaramanga, el chocoano encontró en Luis Cubillas el “ideólogo” que lo reconvirtió a la religión de la zona lineal. Habituado durante años a trabajar marcas al hombre con Zubeldía y Bilardo en la selección, algo por lo que no sentía vocación, el incipiente técnico que anidaba en el cerebro le dijo al oído: esta es la ruta, es el camino...

Y Francisco Maturana se aventuró a la mar del fútbol en aquella idea táctica que movía Ricardo de León, concretaba Cubillas y que él perfeccionaría en el medio local. Primero fue en el Once Caldas, la “selección francesa”, que jugaba bien y bonito, pero se quedó a la hora de la definición, y de allí a ese combinado preolímpico de Bolivia que empezaba a usufructuar una maravillosa generación de jugadores.

Después, vino todo lo demás. Su nombramiento en la selección de mayores, la clasificación a dos mundiales consecutivos, el título de la Copa Libertadores con Nacional, la estrella con el América de Cali, la presencia en el fútbol español con Valladolid, donde “hizo patria” llevando a Higuita, El Pibe Valderrama y Leonel; su fracaso con el Atlético de Madrid, donde debió lidiar al terrible orate Gil y Gil; el rechazo al Real Madrid porque entendió claramente, en una de sus frases históricas, que el equipo de la “beautiful people” de España no iba a aceptar a un negro sudaca al comando y lo lapidarían públicamente, zurriago en mano; Ecuador y la lucha por llegar a la Copa del Mundo, Millonarios y un triste paso donde se le veía tan ido y ausente que ni se cambiaba de ropa para entrenar porque el que lo hacía era Luis Fernando Suárez mientras él leía el periódico.

Y más de lo mismo, tropiezo en Perú, técnico de la tricolor fracasando para Corea y Japón cuando le entregaron un equipo clasificado y falló en su misión de llevarlo a puerto seguro; el título de la Copa América que está ahí en el historial, en letras de molde así muchos digan que fue una “copita” sin figuras y sin equipos valiosos, pero fue consagración y para eso le entregaron el equipo local, para sacarlo campeón. Y el gran fracaso del arranque mundialista para Alemania, cuando hizo uno de 12 puntos, y la aventura en Trinidad y Tobago, donde tuvo que lidiar con otro loco tipo Gil y Gil, Jack Warner, el dueño del fútbol caribeño.

Maturana conoce bien los verbos “ganar” y “perder”. Conjuga a la perfección todos sus tiempos, todos sus presentes y pasados, hasta los pluscuanperfectos que enseñaron en la gramática elemental. Sabe bien que hoy es la hora de la victoria y mañana del no ser nadie, que hoy te idolatran y mañana te defenestran. Es la ley del fútbol, atada a unos resultados que se dan a veces y otras no, inclusive con la misma fórmula. Es como el cocinero que repite y repite la receta y nunca le queda igual, unas veces mejor que otras, porque alguna vez se le fue la mano en la sal, porque en alguna ocasión el limón no estaba bueno, porque los ingredientes eran diferentes.

Ningún técnico, llámese como se llame, puede garantizar el triunfo eterno. En el balompié no hay verdades absolutas y reveladas, el día que ello suceda pueden estar seguros de que los japoneses las meterán en un DVD y Sony lo venderá. Y los chinos pronto la copiarán…

No soy amigo personal de Maturana, más allá de un “qué tal, ¿cómo está?”, pero respeto absoluta y totalmente el ocaso de este hombre que sigue vinculado plenamente al fútbol, metido en una etapa diferente de su carrera, donde es consultor de la Fifa, integrando el panel de técnicos mundiales, lo que lo mantiene activo y lúcido. Con él se puede discrepar mucho en temas del balón, en elección de jugadores, en ideas sobre los módulos tácticos, donde sigue atado a la zona lineal, pero más allá de todo eso, continúa vigente un hombre que ha pasado por las buenas y maduras y hoy tiene muy claro lo que es el fútbol mundial.

Siempre bien trajeado, con ropa de última colección, relojes finísimos, loción a la moda, amigo de la buena mesa y el buen licor, al que le encantan el juego de los casinos y los caballos de carrera. Sigue siendo un referente en el extranjero y con frecuencia sus conceptos se cuelan en los diarios deportivos españoles, las revistas argentinas, las radios italianas, ecuatorianas y hasta colombianas, aunque se le dificulte hablar en Colombia porque las personas como él despiertan odio y amor, respeto, idolatría, veneración y, de otro lado, rechazo y burla a todo lo que provenga de su mente.

Hoy, cuando la selección anda sin rumbo y los que la manejan son “amateur a prueba” que desconocen cómo funciona este tema y se cometen errores permanentes desde arriba en la conducción, el fútbol colombiano no puede negarle a Francisco Maturana la posibilidad de liderar un proceso con el esmoquin puesto, como a él le gusta, donde el que trabaje sea otro, pero en el que él ponga su ojo, conocimientos, relaciones internacionales, la buena prensa y la imagen de ícono que lo acompaña.

Dicen que es buen amigo de sus amigos, lo cual es una virtud. También dicen que no es hombre de rencores eternos y que en la parte final del partido escucha mucho más que antes. De pronto, por allí en el camino, algún día pueda volver a compartir un Old Parr y una charla futbolera para escucharle esos conceptos que aún hoy quedan grabados, esas frases que lo hacen inigualable.

Y es que siempre será bueno hablar de la pelota con Maturana…

* Periodista de Caracol Radio

Por El Espectador

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