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Miguel decidió. Como cuando eligió la carrera de jugador a mediados de la oscura década del 70. Recomendado por el ingeniero Pascual Antonio Ortuondo, su mentor, llegó a Estudiantes y se convirtió en un referente del club más ganador de La Plata. Como en ese momento exacto en el que eligió al “pincharrata” para toda su vida futbolística. Fueron más de 400 partidos con la camiseta roja y blanca a bastones verticales y un nivel superlativo que le permitió jugar en la selección de Argentina, más allá de que el Mundial siempre será una cuenta pendiente. Una lesión en la rodilla lo dejó afuera de ese equipo inolvidable.
Sí, Miguel decidió. Como cuando se retiró del fútbol después de 14 temporadas consecutivas en Estudiantes. Había sido un mediocampista sacrificado que jugaba simple. Recuperaba y asistía a los que más saben. Colgó los guayos y se abrió paso a una maravillosa carrera como entrenador. Aquella que arrancó en Lanús, en la segunda división. Y a partir de ese ascenso en 1992 se multiplicaron los éxitos. Ascendió con Estudiantes en 1995 con un equipo en el que empezaba a alumbrar Juan Sebastián Verón. Aunque su mayor éxito se dio una docena de años más tarde: con Boca Juniors fue campeón de la Copa Libertadores de América. Sólo Juan Carlos Lorenzo y Carlos Bianchi pueden jactarse de ese logro. (Le puede interesar: El silencio valiente de Miguel Ángel Russo)
“Siempre arriesgué en mi vida”, suele decir Miguel, que no es otro que Russo, el entrenador de Millonarios, campeón colombiano. El que decidió darle batalla al cáncer y se transformó en un ejemplo de lucha. El que salió airoso de una intervención quirúrgica compleja en la vejiga y siguió adelante. El que sufre los padecimientos de una infección intrahospitalaria, pero no se da por vencido ni aun vencido. Con espíritu ambicioso decidió combatir su enfermedad. “Hay que llevarlo despacio al goleador”, dice Hugo Gottardi, su ayudante de campo, compañero en aquellos mágicos tiempos de Estudiantes, campeón de los Nacionales de 1982 y 1983. “Pero el goleador era usted”, le apunta El Espectador. “Lo he visto hacer pocos goles a Miguel, pero siempre ante equipos importantes”, devuelve su amigo y mano derecha, siempre debajo de una gorra azul con el escudo de Millonarios, un look difícilmente imaginable en sus tiempos como artillero de Santa Fe.
Quienes conocen a Russo remarcan su hidalguía para pelear contra viento y marea. “Como dijo Miguel, esto se cura con amor, es día a día. Tiene una garra y una entereza que conozco en pocas personas. Nunca se entregó”, dice Guillermo Cinquetti, quien trabaja con el estratega hace 17 años, cuando ambos se separaron del cuerpo técnico de Daniel Córdoba tras una disputa en Estudiantes. “Tuvo mala suerte. Porque le hicieron una operación compleja y del cáncer está curado. Agarró esta bacteria y ahora tiene que recuperarse”, agrega el profe, quien fue arquero profesional.
Está flaco Russo, y aunque conserva su sonrisa, ya no disimula el cabello nevado. A pocas semanas de cumplir 62 años, decidió quedarse un tiempo más en Argentina hasta que desaparezca esa bacteria que lo debilita. Tiene médicos de primer nivel en Bogotá. Facultativos de su confianza. Pero por estas tierras está rodeado de los afectos. Y estar cerca de su familia lo ayuda. Si con amor todo se cura. Entonces será acompañado por Natalia, Lautaro e Ignacio, sus hijos que nunca lo abandonaron ni siquiera a la distancia. Y de su esposa Mónica. Y de su nieto, Pedro. Todos aquellos que lo secundaron durante los festejos de Millonarios, que ganó su estrella 15 de la mano del entrenador argentino.
“Es un ganador y, también, un luchador. No sólo del fútbol; además, de la vida. A todos nos enseñó que hay que levantarse temprano cada día, trabajar y trabajar, y a pelear siempre por lo que se quiere. En un gran ejemplo como padre y como abuelo”, dice Natalia, la hija mayor. Aunque es Ignacio el más pegado a su padre. Cuando Miguel dirigía Vélez Sársfield se hizo hincha del club de Liniers. Pero con el tiempo se fue encariñando con Central hasta volverse fanático canalla. Y se dio el gusto de llegar a las inferiores del equipo rosarino. Eso sí, no es volante como su padre. Se desempeña en el puesto de delantero.
“Mi papá está bien, tiene todo nuestro apoyo y es conmovedor todo el cariño que recibió de la gente, los mensajes, los saludos. Todo eso le da fuerzas”, dijo Nacho. Y es cierto. Desde todos los clubes de Colombia, sin importar la rivalidad, hubo apoyo para Russo. También en su país. Aquí dirigió a tres grandes, Boca, San Lorenzo y Racing. Y a Lanús, Central, Estudiantes, Colón, Los Andes y Vélez.
Miguel decidió seguir adelante. Pelearle a la muerte. Fortalecerse en su círculo íntimo. Mostrarle a la gente que se puede. Sí, se puede, claro. Con la esperanza como motor, el técnico de Millonarios hará todo lo posible para barajar y repartir de nuevo. Al frente de ese equipo en el que ganó dos títulos y ya lo tiene como referente. A fin de cuentas, es un campeón de la vida.