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El técnico John Bodmer, con seis años dirigiendo Tigres, dice que “falleció” al final del partido definitivo contra Bogotá F. C. El médico del equipo, encargado de estar pendiente del resultado del choque entre Leones y Pereira, le había informado que ese partido ya había terminado y que lo habían ganado los matecañas. Eso era una condena para Tigres: jugarían un año más en la segunda categoría del fútbol colombiano.
Resignado, Bódmer caminó hacia la mitad de la cancha para orar con sus jugadores, como es costumbre. Algunos, como Hárrison Mantilla, el que lleva más tiempo en el equipo, estaban llorando. Desconocían el verdadero desenlace del partido que se disputó en Itagüí. Cuando Bódmer llegó al centro del terreno se enteró por otros de sus dirigidos que al minuto 93 Leones le había empatado a Pereira. Tigres estaba ahora en la A.
Así, una escuadra sin hinchas, patrocinadores ni estadio se convirtió en el cuarto equipo de Bogotá en la primera división. Porque, aunque juega en Soacha, está registrado en la capital, sus dueños son de la ciudad y los jugadores viven y entrenan acá. Además, es muy posible que el año entrante, si la administración municipal no mejora el estadio Luis Carlos Galán de Soacha, se muden al estadio Metropolitano de Techo.
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En el primer piso de una casa del barrio residencial Nicolás de Federmán hay un call center. Junto a los cubículos ocupados por decenas de expertos en hablar por teléfono, unas escaleras llevan a dos oficinas medianas que conforman toda la sede de Tigres.
Son las oficinas del gerente administrativo y de la gerente deportiva. Dos cuartos medianos que siempre tienen las puertas abiertas, por donde entra sin anuncio ni protocolo cualquiera de los miembros del equipo. Son 40 personas que juntas se ganan $70 millones al mes, mucho menos de lo que se recibe en ese mismo período una sola de las figuras del fútbol bogotano como Ómar Pérez, de Santa Fe, o Rafael Robayo y Pedro Franco, de Millonarios.
Las diferencias del nuevo equipo de la A y los tradicionales clubes capitalinos son abismales. Este año, por ejemplo, Tigres sacó acciones a la venta y no le compraron ni una. Millonarios, por su parte, recogió $12.000 millones en venta de acciones en 2015. Y mientras los albiazules y Santa Fe venden alrededor de 30.000 camisetas al año, Tigres ha vendido 150 en 2016, y ese ha sido el mejor registro de su historia. El presidente Édgar Páez no le atribuye ese pequeño éxito al nacimiento de una nueva hinchada, sino al cambio del diseño de su camiseta, que para esta temporada se volvió más llamativa: lleva un tigre estampado a cada cara de la prenda.
El cambio de diseño llegó junto con una transformación administrativa que empezó por su identidad. Tigres era el antiguo Expreso Rojo. Cuando este año lo quisieron registrar ante la Superintendencia de Industria y Comercio, se enteraron de que ese nombre, junto a otros como Los Cardenales, ya había sido tomado por Santa Fe. Entonces, Expreso tomó su actual nombre.
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Tigres nació como Expreso Rojo en Cartagena, 16 años atrás. Su fundador, Carlos Salazar, era hincha de Santa Fe, incluso fue miembro de la junta directiva albirroja. Desde el inicio, fue un club peregrino. Pasó por ocho ciudades de la costa y Cundinamarca en busca de un terreno de juego digno y que pudieran pagar, y atraídos por las promesas de políticos, que les aseguraban mejorar sus estadios para recibirlos. Las promesas nunca se materializaban.
En Fusagasugá se amañaron. El estadio no estaba mal y llegaron a tener un centenar de hinchas propios. Una barra que en nombre del Expreso se enfrentaban con los aficionados vecinos del Girardot F. C. Pero el estadio se deterioró y fue imposible seguir jugando allí. A Soacha llegaron por primera vez en 2010 y casi ascienden a la A. El municipio les traía suerte, pero se tuvieron que ir.
El regreso al vecino municipio fue este año y coincidió con el cambio interno del equipo. Ya como Tigres, dejaron de identificarlos como una sucursal de Santa Fe. Sanearon problemas administrativos que traía el Expreso y se concentraron en el juego. El estadio Luis Carlos Galán se volvió su fortín. Sólo perdieron dos partidos como locales en la temporada.
El ascenso fue luchado. Por eso les molesta cuando alguien cuestiona que un equipo sin hinchas ni trofeos sea el nuevo miembro de la A. Así les desconocen los años de viajes en bus, hasta 16 horas yendo a una ciudad por un partido. Rodaban por tierra hasta tres días a la semana. No quedaba tiempo ni para entrenar.
Sienten que subestiman sus historias individuales, como la de Hárrison Mancilla, el jugador que más tiempo lleva en el club (5 años), quien estuvo a punto de abandonar el fútbol cuando estaba decidido a buscar un trabajo distinto para ayudarle a su mamá. Pero en la última oportunidad que se dio, en un partido de prueba, jugó 40 minutos que convencieron al asistente técnico de Tigres de volverlo un profesional.
O la de Daniel Peñalosa, un niño que con 13 años se convirtió en el segundo jugador más joven (sólo superado por Falcao) en anotar un gol en el fútbol profesional colombiano.
Este lunes, Tigres volverá a salir en las pantallas de televisión, que le han sido tan esquivas. Es al club profesional que menos partidos le han transmitido esta temporada: solo uno. Lo hará contra América de Cali, el grande que resurgió, para disputarse el título de la B. El club de los seis millones de hinchas contra el que no tiene ninguno. El de las 13 estrellas contra el que no ha conquistado títulos. Y ambos, en la cancha, serán iguales.