Carlos Robles, un volante de buena madera

El futbolista de 26 años debuta en la Copa Libertadores cuando su equipo, el Tolima, reciba este miércoles a Atlético Paranaense. Esta es la historia de un jugador que pasó por Albania para cumplir sus sueños.

Camilo Amaya
05 de marzo de 2019 - 03:00 a. m.
Getty Images
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En julio de 2015 Carlos Robles empacó todo lo que pudo en dos maletas, tomó un avión desde Cali a Nueva York y después de una escala decente se subió en otro rumbo a Estambul. Su destino final: Tirana, una ciudad pequeña, colorida, rodeada de montañas, sin estaciones de buses y muy viva a pesar de que en Europa la desprestigian con el argumento de que no hay nada para hacer. Lo lógico hubiera sido llegar a Roma, para después dirigirse a la capital de Albania, pero no hubo opciones y tuvo que ir más al oriente para volver un poco al occidente.

Ese día, Iván Ramiro Córdoba lo esperaba en el aeropuerto Madre Teresa, a unos 25 kilómetros de la capital, el único con vuelos internacionales de un país que más parece una extensión de Grecia. El exjugador y ahora agente lo llevó hasta la sede del Partizán, uno de los clubes más grandes de una nación pequeña, de orígenes militares y que simboliza, a decir verdad, la liberación de Albania luego de la Segunda Guerra Mundial.

Sin entender una sola palabra de la lengua oficial, por más que intentó investigar antes del viaje, Robles prefirió vivir en el hotel que tenía el equipo para sus futbolistas extranjeros. “Por practicidad, por comodidad. Irse a un apartamento solo era una opción muy pretenciosa. Me hubiera deprimido mucho”. Carlos, acostumbrado a las charlas fluidas, a la espontaneidad del costeño para entablar conversaciones con los demás, apenas pudo hablar con sus compañeros por la barrera inquebrantable que puso el idioma. Y eso lo amilanó, pues con el entrenador de ese entonces no pasaba del “¿cómo estás?” de todos los días (Sulejman Starova no sabía más en español), y tuvo que, por necesidad, buscar cercanía con el asistente que sí entendía y se expresaba bien en castellano.

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“Aprendí un poco de italiano y eso me ayudó mucho. Pero llegó diciembre y el frío y la lejanía con la gente de uno me dieron duro. Y ahí empecé a pensar en prioridades”. Pero esa época decembrina con unos amigos cubanos que lo arroparon no fue lo más severo para una persona familiar, habituada a los paseos de olla al río Guatapurí el 1° de enero, al sancocho y el asado. Lo más complicado fue la falta de partidos, no porque no estuviera en un gran nivel, sino que en una liga tan diminuta (solo hay 10 instituciones) había que esperar mucho entre un encuentro y otro.

Y por eso, luego de siete meses en Europa, Robles regresó a Colombia, sin importarle que había equipos de Portugal que lo querían. Su palabra con Iván Ramiro fue lapidaria: “me voy para mi país”. El Huila creyó en él, porque ya conocía de sus capacidades, de lo que había hecho en años anteriores con el Quindío, de sus maneras limpias de jugar a la pelota, como se lo aprendió al primo Rodolfo, un delantero talentoso que dejó el fútbol por una bala perdida que se incrustó en su columna y dañó unos cuantos discos cervicales.

“En esa época el barrio Sabanas del Valle era peligroso, bueno, como toda Valledupar. Los grupos paramilitares amenazaban para matar, no para asustar. Y cumplían. De hecho, cuando tenía 12 años e iba para la casa de mi abuelita, dos motos me cerraron en plena calle y cuatro tipos me miraron de arriba abajo como tratando de reconocerme. Se dieron cuenta de que no era el que estaban buscando y siguieron derecho. ¡Qué susto tan hijueputa!”. Con el club de Neiva estuvo dos temporadas, disputó 68 partidos y marcó cuatro goles. Y cuando terminó su contrato en 2017 recibió la llamada de Gabriel Camargo para que fuera al Tolima. “Había otras ofertas, pero el senador fue el que más insistió, el que presentó un proyecto más sólido para mí y los míos, y por eso acepté”.

Carlos Robles prefiere apelar a la economía de las frases, por eso ir descubriendo su historia es tan difícil como pasarlo en la cancha, pues blinda su vida con oraciones cortas. Sin embargo, a medida que la confianza aumenta, las anécdotas van apareciendo, eso sí, sin dejar de lado, con una sinceridad al extremo, que prefiere no hablar. “Hoy disfruto de un presente muy bueno, pero no olvido los cuatro meses que duré sin jugar, los incumplimientos del Quindío y la nostalgia de ver fútbol por televisión. Eso fue duro. No hice mucho, la verdad. Lo rescatable es que compartí con la familia”, cuenta el futbolista de 26 años que se fue de la casa a los 15 para materializar el sueño de ser jugador profesional.

Este miércoles, cuando debute en la Copa Libertadores frente a Atlético Paranaense (7:30 p.m., Fox Sports 3), el volante del Tolima demostrará una vez más por qué es el hombre de la contienda, el de la dureza que se curtió yendo adonde otros ni siquiera piensan ir.

@CamiloGAmaya

Por Camilo Amaya

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