El Barcelona de Guardiola: orígenes y revolución de una obra eterna

El entrenador catalán implementó conceptos de referentes del juego que siente. Puso su sello, convenció de la idea a enormes futbolistas y le entregó al mundo el mejor equipo de la historia.

Sebastián Arenas - @SebasArenas10
13 de mayo de 2020 - 03:00 a. m.
Barcelona ganó 14 títulos con Guardiola como entrenador: tres Ligas, dos Copas del Rey, dos Copas de Europa, tres Supercopas de España, dos Supercopas de Europa y dos Mundiales de Clubes. En 2009 conquistó los seis títulos que disputó. / AP
Barcelona ganó 14 títulos con Guardiola como entrenador: tres Ligas, dos Copas del Rey, dos Copas de Europa, tres Supercopas de España, dos Supercopas de Europa y dos Mundiales de Clubes. En 2009 conquistó los seis títulos que disputó. / AP

Hubo un tiempo en el que desde las graderías del Camp Nou llovían silbidos cuando los hombres vestidos de azulgrana hacían muchos toques. Después de dejar la selección de Argentina, con la que fue campeón del mundo en 1978, César Luis Menotti llegó en 1983 al Barcelona e intentó implementar el fútbol de posesión y paciencia que siempre ha sentido. Ese con el que fue campeón del balompié argentino en 1973 con un Huracán memorable y con el que dirigió a Maradona a su primer título Mundial: el de la Copa del Mundo sub-20 de Japón, en 1979.

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Con las bases del fútbol total que dejó Rinus Michels una década antes en el mismo club catalán, y en la “naranja mecánica” del Mundial del 74, Menotti quiso generar una especie de revolución en el Barcelona e imponer una idea estética. Apenas duró un año y se fue con una Copa del Rey como único logro importante. Luego de los ciclos de Terry Venables, Luis Aragonés y Carles Rexach, llegó al Barça, en condición de entrenador, Johan Cruyff.

El legendario holandés, quien ganó todo como jugador con el Ajax que había dirigido Michels, tomó las ideas de este, sumó aspectos del juego que amaba y formó un equipo histórico que en 1992 le dio al club culé su primera Copa de Europa tras una final en Wembley ante la Sampdoria, y que fue bautizado como el “Dream Team”, en paralelo al cuadro estadounidense de baloncesto que ese mismo año, colmado de estrellas, se quedó con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona.

En aquel plantel se encontraba un joven Josep Guardiola con el número 4 en su espalda. Era el mediocentro, el hombre que recuperaba y comenzaba a tocar y a formar triángulos para siempre ser alternativa de pase y no perder el preciado objeto redondo. Pep ya adquiría los conocimientos del legendario holandés. “Nos enseñó otra manera de ver el juego que no había escuchado ni oído nunca antes de conocerlo a él”. Desde que era jugador ya amaba la táctica, pero, más que nada, la pelota.

Por eso, para el fútbol que idolatraba y que aprendió de Cruyff, Guardiola indagó sobre metodologías de entrenamiento en el Brescia de Italia y Dorados de México, club en el que finalizó su carrera como futbolista y en el que compartió con su amigo y maestro Juan Manuel Lillo, el mismo que estuvo hace poco en Colombia dirigiendo a Millonarios y Nacional. Pep ha reconocido que, después de Cruyff, Lillo ha sido el hombre con el que más ha hablado del fútbol y del que más ha aprendido. Antes de dirigir, se reunió también con Menotti, y viajó hasta Rosario (Argentina) para sostener una charla de 11 horas con Marcelo Bielsa.

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En junio de 2007 Pep tomó el equipo filial del Barcelona y lo sacó campeón de la tercera división española. Éxitos inmediatos tras aplicar los criterios futbolísticos aprendidos en su búsqueda de información y de ensamblar un estilo prácticamente perfecto. Como no era el plantel de primera, el juego de sus dirigidos no tuvo la repercusión que tendría más adelante. En 2008 salió Frank Rijkaard del banquillo del plantel profesional y la directiva del elenco catalán nombró, sorpresiva y arriesgadamente, a Guardiola como su sucesor.

“Entiendo las dudas que tengan, pero siento que al mes ellas se disiparán porque siento que estoy preparado”, dijo Pep en su presentación. Arribó a uno de los puestos de mayor atención del planeta fútbol con una decisión tomada: afuera Ronaldinho, Deco y Samuel Eto’o. El crack brasileño venía en decadencia y su vida nocturna no la quería el nuevo estratega en el Barcelona, así como tampoco la personalidad complicada del camerunés, quien se terminó quedando porque se comprometió a obedecer en todo a Guardiola.

El entrenador oriundo de Sampedor confió en Eto’o, se reforzó con futbolistas de La Masía, que tenían la filosofía de juego de Michels y Cruyff, y se ganó el cariño de Lionel Messi al permitirle abandonar el plantel durante el verano de 2008 para ir a los Juegos Olímpicos de Pekín. Al argentino lo consintió, le enseñó, le dio libertad y todos los minutos. No lo sacaba ni para que lo aplaudieran porque el 10 solo anhela jugar. “No es necesario darle muchas instrucciones, solo protegerle y escuchar lo que dice. Y no lo saques del campo, ni tan solo para una ovación”, le aconsejó Pep a Alejandro Sabella cuando este comenzó a dirigir la selección de Argentina.

El Barcelona de Guardiola comenzó la Liga con una caída ante Numancia, pero ya había mostrado un salto de calidad, algo distinto. A pesar de la derrota, supo que jugando así sería más lo que ganaría y se fue tranquilo. Continuó trabajando los rondos en los entrenamientos y repitiéndoles a sus dirigidos: “toma la pelota y pásala”. Entre menos durara en el pie de cada uno, mejor, pues ella corre más que cualquiera. Con ella había que desesperar al rival, generarle superioridad en todos los aspectos y crear los espacios para que arriba definieran Messi, Eto’o o Thierry Henry.

A ese memorable tridente de ataque de la primera temporada de Pep en el Barça, se le sumaban (de atrás para adelante): Víctor Valdés; Dani Alves, Carles Puyol, Gerard Piqué, Eric Abidal; Yaya Touré, Xavi Hernández y Andrés Iniesta. No obstante, Guardiola fue instalando una política de recambio. Por ejemplo, en lugar de Puyol o Piqué a veces jugaba Rafa Marquéz; Sergio Busquets ya comenzaba a ganarse la titularidad cuando entraba por Touré, y Bojan desequilibraba en el momento en que salían Eto’o o Henry. Messi nunca debía salir.

En Roma, después del tanto agónico de Iniesta en cancha del Chelsea y de un video motivacional de la película Gladiador, la sinfonía de Pep ya era una realidad en la final de la Champions League de 2009. Fue un 2-0 contra el Manchester United, que no pudo defender el título frente a un conjunto que en apenas una temporada ya tenía la idea ensamblada y que la desplegada en el césped con una belleza que alegraba los ojos de los amantes del balompié. Era casi un delito que Valdés reventara la pelota. En una época de pelotazos y fútbol directo, fue una revolución que siempre la primera opción del Barcelona fuera salir a ras de piso con Puyol y Piqué ubicados a la misma altura del arquero, el mediocampista central en la medialuna y los dos interiores a sus lados.

Todo lo que buscaba Guardiola era que sus jugadores siempre tuvieran mínimo dos opciones de pase. Por eso se enfocaba en los triángulos aprendidos de Cruyff, en los equipos que había estudiado de Menotti y de Michels, en las enseñanzas de Bielsa y Lillo y en sus propias convicciones. “Odio el tiki-taka”, manifestó el técnico catalán más adelante. Él no quería toques intrascendentes, buscaba que sus futbolistas los asimilaran para que tuvieran una influencia significativa en el juego. Y esa manera, además, era la más hermosa obra que ha presenciado el deporte más popular.

(Messi, por favor, no envejezcas más)

Y el hombre más ilustre de esa obra fue uno de los mejores de todos los tiempos, Lionel Andrés Messi Cuccittini, quien encontró en Guardiola al DT acorde para inculcarle a su talento descomunal aspectos del juego que lo harían aún más determinante. En los primeros partidos de la temporada 2008-2009 lo puso de centro delantero. No es cierto que la primera vez que lo ubicó en el medio del ataque fue en la goleada 6-2 sobre Real Madrid, en mayo de 2009 en el Santiago Bernabéu. Sí es verdad que ese día, aunque arrancaba desde la mitad de la ofensiva, se retrasaba más para tocar con Xavi e Iniesta y aprovechar la espalda de Gago y Diarra, sin el achique de los zagueros blancos. Así, Messi y sus compañeros de exhibición destruyeron ese día al Madrid. Ese día y uno más en el Camp Nou (5-0) en el primer clásico de José Mourinho como entrenador merengue.

El portugués quiso debilitar al equipo de su excompañero (Mou y Pep habían trabajado juntos en el Barcelona años antes) en las salas de prensa. Guardiola lo nombró “el puto amo” ahí, pero demostró que en el terreno de la verdad su juego era superior. Lo eliminó de la Champions 2010-2011 en semifinales y posteriormente volvió a pasar por arriba del United de Ferguson, quien admitió que nunca fue superado de tal forma. Como un símbolo del grupo que habían formado, Puyol le cedió a Abidal la cinta de capitán para que levantara el trofeo tras haber superado el cáncer.

Pep trabajaba más de diez horas diarias. Después de las prácticas se encerraba en la oficina que instaló en el Camp Nou y ahí encontraba los momentos de clarividencia tras estudiar por largo tiempo a los rivales. “Por aquí les puedo ganar”, decía. Se preguntaba cómo anotar más goles, de qué forma superar los obstáculos que los contrarios imponían a su vistoso juego. Y casi siempre hallaba la respuesta. “Con Pep, todo está calculado. No sé si me entiendes, es capaz de anticiparse a lo que va a ocurrir, piensa dos o tres jugadas por delante. Analiza y te señala cosas en las que tú no habías pensado”, expresó Xavi, que está destinado también a ocupar el banquillo blaugrana.

La mágica obra de Guardiola tenía su incógnita cada temporada, ante la novela que significaba la renovación de su contrato por un año más. Cuando llegó el último partido de su era en el Barcelona —la final de la Copa del Rey 2012, paradójicamente contra el Bilbao de Bielsa— ya había anunciado su partida. Aquel día, el club catalán culminó la época más hermosa del juego con una exhibición que será eterna, como los cuatro años en los que el fútbol expuso su sonrisa más brillante con los continuos pases, la inventiva de Xavi a Iniesta, el sentido de tiempo y espacio de Busquets, la seguridad de Puyol y Piqué, el entendimiento de la idea de los demás y los tantos calificativos que merece Messi.

Como destacó Menotti, Pep es un “Che Guevara” del fútbol. Un revolucionario con una idea inquebrantable que encontró en grandes jugadores el convencimiento y las condiciones para implementarla. Esa valentía en busca de la gloria infinita también la tuvieron la Brasil de México 1970; la Hungría que perdió ante Alemania el Mundial de 1954 en el denominado ‘Milagro de Berna’; el Ajax de la década del 70 que derivó en la Holanda de la Copa del Mundo del 74, y el Milan de Arrigo Sacchi y los holandeses a finales de los 80 y comienzos de los 90.

@SebasArenas10 (sarenas@elespectador.com)

Por Sebastián Arenas - @SebasArenas10

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