
Cuando Kevin Mier Robles juega un partido de fútbol, Miladis, su mamá, tiembla de los nervios. Le da ansiedad, le sudan las manos y lo único que quiere es que pase rápido el tiempo y que a su hijo le vaya bien. Sabe que la posición de arquero es la más desagradecida, porque en un segundo se puede pasar de héroe a villano y eso le da pavor. No es capaz de sentarse en una tribuna, ni mucho menos ver un juego por televisión. El día que la selección colombiana sub-20 venció a Nueva Zelanda, en los octavos del final del Mundial de Polonia, ella se alejó de todo, de la algarabía que había en su casa por las atajadas de Kevin, y pensó en otra cosa. Esperó a conocer el resultado final para salir a abrazar a todos y luego ver la repetición de los penales, en los que su hijo fue la gran figura.
“Mamá, no sufras tanto —le dijo Kevin por teléfono luego del partido—. Más bien disfruta”. Y es que esa situación se ha repetido siempre, desde que su hijo comenzó a participar en campeonatos de fútbol. “La única vez que lo vi fue en un torneo juvenil con la selección Santander sub-15, en Valledupar. Tenemos familia allá, así que cuadramos un paseo y fuimos todos a verlo. Sufrí tanto”, le confesó a El Espectador. Aunque no le guste verlo, disfruta como nadie sus logros. Y eso que hasta ahora está comenzando su carrera.
En una casa del barrio 20 de Enero, de Barrancabermeja, creció Kevin. Fue el segundo hijo de la familia Mier Robles, después de Íngrid Johanna, hoy policía en Carolina del Príncipe, Antioquia. Cuando él tenía un año sus padres se separaron y él se quedó viviendo con su mamá. Claro que Edgardo, su papá, siempre ha estado ahí. De hecho, empíricamente comenzó a entrenarlo y fue quien desde los cinco años lo llevó a entrenar a la escuela Oro Negro.
Contrario a la historia de muchos futbolistas colombianos, Kevin nunca pasó hambre y siempre contó con el apoyo de una familia trabajadora que, sin excesos, siempre le ha podido dar lo que él ha querido. Todavía guarda en casa sus primeros guayos, los de sus sueños, que costaron cerca de $500.000, y cuando los ve recuerda el sacrificio que hicieron sus tíos para poder juntar esa cantidad de plata y poder darle gusto. Su mamá, profesora de primaria, ha sido la de la disciplina, la que le ha puesto orden en todo, pero también la que le ha alcahueteado su pasión.
El hoy arquero de Nacional y de la selección colombiana sub-20 comenzó como delantero en la escuela Oro Negro, en Barranca. Soñaba con ser como Cristiano Ronaldo, su más grande ídolo, pero un día de torneo no había quién se metiera al arco y él fue el elegido, por su estatura. Le fue bien, se sintió cómodo y desde entonces quiso ser como el español David de Gea. Su papá y Joyner Robles, el mayor de sus tíos maternos, fueron arqueros aficionados, por lo que siempre lo guiaron y le exigieron, al igual que Fernando Cortina, director de Oro Negro, quien siempre lo ha tratado como a un hijo.
Al principio, sus primos Said y Néider tenían el mismo gusto por el fútbol y también soñaban con llegar lejos, por lo que, a los entrenamientos de Oro Negro, a 15 minutos de casa, se iban los tres juntos. Claro que todo cambió el día en que, mientras estaban en una reunión familiar, Néider fue a llevar en moto a una prima a casa y en una curva iba muy rápido, se accidentó y perdió la vida de manera fulminante. Ese ha sido el momento más duro en los 19 años de Kevin, porque más que un familiar era su mejor amigo. “Él es el ángel que tiene en el cielo. Lo recuerda mucho, tanto así que el día que atajó uno de los penaltis en el Mundial de Polonia levantó sus manos, miró hacia el cielo y dijo: ‘Gracias Meme’, como le dice a su primo”, confiesa su madre.
Pincelada divina
Con 15 años, cuando todavía no había terminado el bachillerato en el Colegio Diego Hernández de Gallego, luego de destacarse en un torneo nacional con la selección de su departamento, lo buscaron de Atlético Nacional. Estaba teniendo buenas actuaciones y su entrenador Nelson Reyes llamó a Milton Patiño, exarquero de Nacional, quien trabaja con las divisiones menores de ese club, para recomendarle a su pupilo. “Fui hasta Barranca y lo que vi fue a un muchacho con carácter, una habilidad impresionante para atajar. Ahí había algo y tocaba traerlo”, asegura Milton Patiño en diálogo con este diario.
Con esa edad, atajaba partidos de jóvenes de más de veinte años. Y a pesar de ser el menor, era líder, gritaba desde su área, le daba confianza a su equipo y debajo del arco se sentía imbatible. Viajó a Medellín a prueba por dos semanas. Se hospedó en la casa hogar del club verdolaga y subía todos los días a la sede deportiva de Guarne. No necesitó muchas oportunidades para que decidieran dejarlo.
Miladis, por su condición de profesora, no quería que su hijo se fuera a Medellín sin haber terminado el colegio, así que pidió que le consiguieran un lugar para terminar de estudiar. Además, no tenía los recursos para que él se fuera solo, pues el club solo asumía los gastos de la alimentación y el transporte. “Por cosas de la vida, al esposo de una prima mía lo trasladaron a Medellín, así que todo salió bien. Kevin fue a vivir con ellos”, cuenta Miladis.
“Kevin marcó un sello de referencia. Lo que yo particularmente defino como una pincelada divina. Me refiero a eso mismo que tienen hombres como David Ospina, Fernando Muslera o Wuilker Faríñez. Tiene ese don especial que los hace diferentes”, dice Milton Patiño, quien lo ha apadrinado en todo este proceso con Atlético Nacional y confía en que su pupilo puede seguir el mismo camino de Ospina, a quien desde que era muy joven se le dio la confianza de ser el arquero titular de Nacional, salió bicampeón, fue a Europa y ahora está consolidado como el número uno de Colombia.
Desde 2015, Kevin ha ido quemando etapas de formación. Siempre ha estado en equipos de gente mayor y por eso ahora, cuando está en la sub-20, con contemporáneos a él, se ve diferente, con jerarquía y liderazgo. “Por este mismo proceso de selecciones de Colombia, no se ha podido consolidar en el primer equipo de Nacional, pero estoy seguro de que, en esta segunda parte del año, tendrá la posibilidad de entrenar con el equipo profesional y seguramente recibirá oportunidad de estar en convocatorias y atajar en algunos partidos, así sea de Copa Colombia”, asegura Patiño.
Su carrera hasta ahora comienza. Está lejos de llegar a donde siempre ha soñado, pero va por buen camino. Por ahora, solo espera no hacer sufrir tanto a su mamá, quien verá sus partidos en repetición. También, darle orgullo a su padre, quien siempre quiso vivir en primera persona lo que su hijo está haciendo.