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                                                                                                                              Luis González, el jugador venezolano que sobrevivió al terremoto de Cariaco

                                                                                                                              El 9 de julio de 1997, un sismo de magnitud 7,1 sacudió a esa población venezolana. El delantero de 28 años habló con El Espectador sobre el duro suceso.

                                                                                                                              Camilo Amaya

                                                                                                                              González (dere.) marcó el gol de la victoria frente a Deportes Tolima.
                                                                                                                              Foto: Dimayor

                                                                                                                              No sabe cuántos segundos fueron, quizá un par de minutos. Lo que sí recuerda Luis Daniel González es que estaba en el hospital Diego Carbonell de Cariaco, en el oriente de Venezuela, acompañando a su mamá a un control rutinario.

                                                                                                                              También tiene presente la hora en la que la tierra empezó a crujir, el instante en el que las cosas cobraron vida propia. “Fue a las 3:23 p.m.”. El hoy jugador del Júnior tenía siete años y ya era consciente de sí mismo, por lo que no olvida la angustia de su madre para contar a los suyos, el temor porque su hermano Tomás no aparecía, porque sabían que estaba en el liceo Raimundo Centeno, la estructura que sufrió mayores daños por el terremoto de magnitud 7,1. “Llegó todo cubierto de polvo. Menos mal alcanzó a salir”.

                                                                                                                              El miedo no era en vano, pues en ese lugar fallecieron la mayoría de las 71 víctimas del 9 de julio de 1997, porque fue allí donde las autoridades tuvieron que derribar fachadas, una tras otra, con el objetivo de recuperar los cuerpos, sin la esperanza de encontrar sobrevivientes.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Luis también se acuerda de que durante toda la noche una vecina llamada Sandra lloró desconsolada por la pérdida de su hijo en el liceo (el cuerpo lo recuperaron a los tres días).

                                                                                                                              Y como ella muchas personas se refugiaron en el llanto en medio de una población que ahora era puros escombros, y nadie festejó el estar con vida, ya que fue más duro el dolor de la tragedia, incluso de quienes por fortuna no perdieron a nadie cercano, pero que hicieron propio el tormento ajeno.

                                                                                                                              Han pasado 24 años y los ecos de una de las peores catástrofes en la historia de Venezuela están latentes para Luis Daniel, al igual que las horas en las que él y sus familiares se acostumbraron al miedo. Ese día, los sismógrafos de la región colapsaron por la brusquedad del movimiento y hubo un silencio que se hizo eterno antes de que el clamor colectivo se tomara lo que la naturaleza dejó de Cariaco. “El peor momento de mi vida, y eso que apenas era un niño”.

                                                                                                                              Después vinieron la tranquilidad y la rutina, y las reuniones donde la abuela en la misma casa que sirvió de refugio para apaciguar el desastre, y las escapadas con los primos a jugar fútbol en el estadio que tuvo que ser reconstruido porque todas las paredes se vinieron abajo. De igual manera los paseos a las Aguas de Moisés, un balneario con termales a unos cuantos minutos del pueblo.

                                                                                                                              Y Luis Daniel empezó a jugar fútbol por Juan, un hermano mayor que también llegó al profesionalismo, el mismo que le enseñó la vehemencia que debía tener para disputar una pelota así su humanidad no fuera lo suficientemente grande para servir como escudo. Y perdió el miedo a entrar fuerte, a meter pierna, a chocar con niños más grandes que él. Y eso, sumado a su talento, llamó la atención de muchos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              “Mi hermano, que ya era titular indiscutible, se aburrió de la actitud del DT. Una mañana estaba de buen humor y a la otra no. Entonces renunció y me devolví con él para el pueblo. Era Rodrigo Piñón, hoy analista de video de la selección nacional de mayores”.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              Por eso regresó a Venezuela, a Monagas, cuando la situación estaba más dura, en pleno año de la hiperinflación. “Por fortuna los futbolistas que están allá ganan en dólares y eso les permite tener una vida más digna. Sí, se consiguen víveres, pero son más costosos. La verdad, no sé cómo hace la gente que gana el mínimo. Ese sueldo apenas alcanza para un cartón de huevos”.

                                                                                                                              No ad for you

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                                                                                                                              “Todos los que trabajan ahí son de mi país. Un amigo es el chef, mis cuñados atienden y mi mujer es la que administra. Creo que es una forma de ayudar a mis compatriotas, de que tengan esperanza y continúen lejos de una nación que se cae a pedazos”.

                                                                                                                              @CamiloGAmaya

                                                                                                                              Correo: icamaya@elespectador.com

                                                                                                                              González (dere.) marcó el gol de la victoria frente a Deportes Tolima.
                                                                                                                              Foto: Dimayor

                                                                                                                              No sabe cuántos segundos fueron, quizá un par de minutos. Lo que sí recuerda Luis Daniel González es que estaba en el hospital Diego Carbonell de Cariaco, en el oriente de Venezuela, acompañando a su mamá a un control rutinario.

                                                                                                                              También tiene presente la hora en la que la tierra empezó a crujir, el instante en el que las cosas cobraron vida propia. “Fue a las 3:23 p.m.”. El hoy jugador del Júnior tenía siete años y ya era consciente de sí mismo, por lo que no olvida la angustia de su madre para contar a los suyos, el temor porque su hermano Tomás no aparecía, porque sabían que estaba en el liceo Raimundo Centeno, la estructura que sufrió mayores daños por el terremoto de magnitud 7,1. “Llegó todo cubierto de polvo. Menos mal alcanzó a salir”.

                                                                                                                              El miedo no era en vano, pues en ese lugar fallecieron la mayoría de las 71 víctimas del 9 de julio de 1997, porque fue allí donde las autoridades tuvieron que derribar fachadas, una tras otra, con el objetivo de recuperar los cuerpos, sin la esperanza de encontrar sobrevivientes.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Luis también se acuerda de que durante toda la noche una vecina llamada Sandra lloró desconsolada por la pérdida de su hijo en el liceo (el cuerpo lo recuperaron a los tres días).

                                                                                                                              Y como ella muchas personas se refugiaron en el llanto en medio de una población que ahora era puros escombros, y nadie festejó el estar con vida, ya que fue más duro el dolor de la tragedia, incluso de quienes por fortuna no perdieron a nadie cercano, pero que hicieron propio el tormento ajeno.

                                                                                                                              Han pasado 24 años y los ecos de una de las peores catástrofes en la historia de Venezuela están latentes para Luis Daniel, al igual que las horas en las que él y sus familiares se acostumbraron al miedo. Ese día, los sismógrafos de la región colapsaron por la brusquedad del movimiento y hubo un silencio que se hizo eterno antes de que el clamor colectivo se tomara lo que la naturaleza dejó de Cariaco. “El peor momento de mi vida, y eso que apenas era un niño”.

                                                                                                                              Después vinieron la tranquilidad y la rutina, y las reuniones donde la abuela en la misma casa que sirvió de refugio para apaciguar el desastre, y las escapadas con los primos a jugar fútbol en el estadio que tuvo que ser reconstruido porque todas las paredes se vinieron abajo. De igual manera los paseos a las Aguas de Moisés, un balneario con termales a unos cuantos minutos del pueblo.

                                                                                                                              Y Luis Daniel empezó a jugar fútbol por Juan, un hermano mayor que también llegó al profesionalismo, el mismo que le enseñó la vehemencia que debía tener para disputar una pelota así su humanidad no fuera lo suficientemente grande para servir como escudo. Y perdió el miedo a entrar fuerte, a meter pierna, a chocar con niños más grandes que él. Y eso, sumado a su talento, llamó la atención de muchos.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

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