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En las inferiores del Santa Fe

El cuadro cardenal, que este domingo (3:15 p.m. RCN) sale por el título de la Superliga frente a Millos, les da prioridad a los futbolistas de sus escuelas para reforzar la nómina profesional.

Juan Diego Ramírez C.
27 de enero de 2013 - 02:00 a. m.
Juan D. Ramírez (izq.) entrenó una semana con las inferiores del Santa Fe.
Juan D. Ramírez (izq.) entrenó una semana con las inferiores del Santa Fe.

El objetivo no era, como el de 800 jóvenes que se presentan a prueba cada enero, llegar al profesionalismo. La intención real era conocer el secreto de estas divisiones menores; saber por qué, mientras el archirrival prefiere comprar foráneos, Santa Fe decide —por convicción y necesidad— invertir para ganar títulos con un plantel repleto de canteranos. El preparador físico Joaquín Velandia, el asistente de campo Ramiro Tuta y el entrenador Giovanni Quintero aceptaron la condición de cómplices. Los tres se conformaron con explicarles a sus alumnos que había llegado un lateral derecho más a prueba. En eso coincidieron el primer día de entrenamiento, en noviembre pasado.

Ese día, un error de principiante —además del de llegar media hora tarde— lo cometí por la vestimenta: pantaloneta azul, guayos azules, canilleras azules. “Lo que faltaba, éste salió hincha de Millos. ¡No joda!”, bromeó Ramiro Tuta, el auxiliar de campo, a quien llaman Mirla por sus piernas flacas, que en los años 80 le sirvieron para jugar en una selección de Colombia de fútbol de salón. Llamó a Ángel Castillo, uno de los alumnos, para que me introdujera al entrenamiento en campo reducido: un partido siete contra siete y sin arqueros. En la cancha de al lado el equipo del torneo Sub-19 jugaba un partido de preparación entre titulares y suplentes. En mi pedazo de cancha se jugaba como en la calle, sin juez y con faltas consensuadas, pues el fin —el honor y 5.000 pesos de apuesta por equipo— justificaba cualquier medio. Al terminar, la sensación fue de remordimiento por un autogol y de dolor en el muslo derecho por una patada impune de un rival, porque a este nivel los rústicos no tienen pena alguna.

Y la impresión que quedó fue la de un ímpetu colectivo por llegar algún día al plantel profesional de Santa Fe. Ya ellos conocen de la preferencia por los canteranos, pues el club invierte $400 millones al año en inferiores y cada seis meses promueve al primer equipo al menos a dos jugadores. Por esa filosofía se han presentado hasta 1.800 prospectos en una temporada para probar su suerte y los elegidos no discuten al pagar los 400 mil pesos anuales de inscripción. Y es por esa apología al ascenso de empleados de la casa, que ninguno ahorra una gota de sudor.

La buseta, que al mediodía regresa a los jugadores hasta el club, en el noroccidente de Bogotá, lo conduce Jairo Suárez, un hombre robusto que manejaba antes el tractor para el mantenimiento de las canchas y hace cuatro años este Dodge modelo 77, de blanco curtido, con 23 puestos de tela roja desteñida y que huele a linimento. Ese carro de placas HGA 440 solía transportar a Agustín Julio, a Léider Preciado y a otros a la extinta casa hogar en el sector de Pablo VI. Ni siquiera que el automático de la puerta esté averiado por estos días ha impedido que siga transportando el futuro del club.

“¡Vamos a comer salpicón!”, le grita desde su puesto Jorge Soto, el arquero del equipo Sub-19. Se refiere a un vendedor de cereales en la calle 127 con Autopista, al que llaman El Paisa y a quien visitan a diario. “Soy paisa, pero hincha de Millitos, papá. También soy el que les da el visto bueno a los canteranos santafereños. ¿Usted de qué juega? (…) ¿Lateral derecho? Habrá que verlo”, dice entre carcajadas gruesas mientras algunos jugadores se piden dinero prestado entre sí para comer. Más adelante, en la calle 72 con avenida 30, se detendrán para que los que siguen con dinero coman picadas donde Doña Segunda.

Luego de esos hábitos, ya en el barrio Modelo, donde funciona el club, unos salen hacia la universidad o a trabajar. Otros van a sus casas y sólo tres a una casa hogar que administra Darley Melo en el barrio Alcázares, pues la de Santa Fe la cerraron hace dos años por falta de presupuesto. Esta pensión independiente opera en el segundo piso de una panadería, hay tres cuartos, cada uno con camarote, cama y televisor y un baño comunal en el lobby del piso; unas pesas en el nivel de arriba cuyo alquiler cuesta 20 mil pesos, aparte de los 600 mil que paga Santa Fe mensualmente por cada jugador.

* * *

La advertencia de Giovanni Quintero fue clara desde el primer día: “¡No puede llegar tarde o lo penalizamos!”. El entrenador, que trabaja hace cinco años con Santa Fe, se refiere a que los jugadores deben pagar precios desde 5.000 hasta 30.000 pesos por cometer errores como no llegar a tiempo, olvidar las canilleras o las vendas. Por eso al otro día no había excusa para no llegar a la hora para el calentamiento con el equipo de la Sub-19. Más tarde, un defensa espigado me retó a un juego de dos toques sin dejarla caer y sin usar cabeza ni muslos. Su nombre es John Chaverra, un central de más de 1,80 centímetros que al lado de las porristas de Santa Fe se encargaba de las piruetas y los saltos mortales en El Campín, pero ahora, en el momento de encarar un delantero, olvida toda sutileza artística. “¿Para qué querés seguir perdiendo plata?”, me preguntaba con una sonrisa de frenillos, al notar la confusión para evitar dormir el balón con los muslos.

En un entrenamiento esas sonrisas que produce el contacto del pie con el balón sólo se pueden borrar cuando llega la hora de la preparación física, tan molesta como necesaria. El preparador decidió realizar pruebas cardíacas y dividir a los mejores. El hombre, de estatura baja y carácter fuerte, vigiló las cuatro sesiones de 15 minutos para asegurarse de que nadie se escapara, se camuflara entre los árboles y las vacas que pastan o se escondiera en las canecas de basura como solía hacerlo Adolfo El Tren Valencia en sus épocas en Santa Fe. Luego ordenó poner los dedos en la yugular y contar las pulsaciones con rigor. El resultado sorprendió a mis cómplices al ver que yo había quedado entre los mejores ritmos junto a sólo cinco compañeros más. En la noche las piernas de muchos fueron víctimas de la tozudez cardíaca, pero ninguno debía rezagarse, nunca se debe mostrar señales de flaqueza, porque durante el año al grupo lo depura Giovanni Quintero, quien prescinde de los menos talentosos y hábiles. “Hace poco —diría después Quintero— le dije a un niño que no íbamos a contar más con él y al otro día me llamó la mamá llorando, suplicándome”. Ninguno quiere oír nunca la notificación.

* * *

De las divisiones menores de los equipos se dice mucho: que los técnicos cobran a los jugadores para asegurarles la titularidad, que los prospectos modifican las edades para aumentar sus posibilidades y que hay preferencias en el trato al canterano de acuerdo con su apellido. Pero por más que se indague sobre esa mafia invisible, todos juran no haber visto ni comprobado nunca nada. Y se encuentran respuestas tan frívolas como esta: “Aquí hay un pelado que dice tener 15 años —dice en voz baja un volante—. Pero la madre si ese man no es mayor de edad”. O esta declaración de uno de los ocho entrenadores de las filiales, respecto a los técnicos ‘cometeros’: “Son rumores difíciles de comprobar, pero se habla mucho de dos técnicos que dirigieron selecciones juveniles de Colombia”. O esta otra, sobre preferencias: “Hay algunos que se intimidan porque ha llegado el hijo de un presidente. Pero créame que a la final habla es el talento”.

Lo cierto es que unas divisiones menores son un híbrido de culturas y estratos tratados con la misma vara. Al mirar en una fila india hacia abajo se encuentran desde guayos pelados y con cordones roídos, hasta los más sofisticados Adidas. Desde uniformes del día anterior hasta carros con vidrios polarizados que conducen los más adinerados. Es el reflejo de una sociedad auténtica en donde habita también el objetivo y sensato. “¿Usted qué? ¿Quiere ser profesional?”, pregunta un volante. “Yo me voy a meter el año próximo de taxista. Uno se gana hasta 90 mil pesos una noche. ¿Le interesa o qué?”.

Es una pequeña sociedad que opera en las mismísimas inferiores de Santa Fe. Una de las mejores del país.

Por Juan Diego Ramírez C.

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