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Antes de que el fútbol llenara estadios y el ciclismo conquistara las montañas, el deporte en Colombia era un reflejo de las jerarquías sociales y de un país que buscaba su lugar en la modernidad.
En los clubes de élite se jugaba tenis o polo; en los colegios religiosos, se hablaba por primera vez de la importancia de “educar el cuerpo”. Poco a poco, aquella práctica reservada para unos pocos se convirtió en un fenómeno que empezó a cruzar clases, ciudades y mentalidades.
En el libro Colombia en la cancha. Historia del deporte en la primera mitad del siglo XX, el historiador y profesor de la Universidad de los Andes Ricardo Arias Trujillo rastrea ese proceso con una mirada lúcida y profundamente humana.
A través de una investigación rigurosa, el libro revela cómo el deporte dejó de ser una simple actividad recreativa para convertirse en un motor de cambio social: una herramienta de educación, un símbolo de distinción y, al mismo tiempo, un espacio de encuentro popular y una opción de vida profesional.
Arias, quien además prepara una nueva obra dedicada al periodo del Dorado en el fútbol colombiano, amplía desde la historia la comprensión de un fenómeno que moldeó identidades, pasiones y estructuras sociales.
En esta conversación con El Espectador, Arias reconstruye las canchas, los discursos y los cuerpos que marcaron el nacimiento del deporte moderno en Colombia, y explica cómo en ellos puede leerse buena parte de nuestra historia: la desigualdad, la aspiración al progreso y la búsqueda —todavía inconclusa— de una identidad colectiva.
En su investigación el deporte aparece como distinción social y, a la vez, como parte de la formación escolar. ¿Cómo convivieron esos dos principios en Colombia?
Pues el asunto es el siguiente. Lo que yo quería hacer en la investigación no tenía que ver con el deporte en sí mismo, sino con lo que el deporte me dice acerca de una sociedad como la colombiana durante la primera mitad del siglo XX. Estudio un periodo de unas cinco décadas, porque hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX el deporte empieza a cobrar cierta fuerza en el país.
Me detengo a mediados de los años cincuenta, porque en ese momento el deporte —y en especial el fútbol— comienza a transformarse, a profesionalizarse, y ahí entramos en otra etapa. En esos primeros cincuenta años que cubre el libro, el deporte cumple muchas funciones, entre ellas las que usted menciona.
El deporte, en un comienzo, se carga de distinción social. Quien lo practica es alguien moderno, rico, que sabe lo que ocurre en Europa, porque el deporte viene de allá. Si tengo una raqueta, si tengo un balón de fútbol, si practico polo, por supuesto que estoy conectado con Europa; soy alguien civilizado, dispuesto a impulsar el progreso del país. Ese era un uso de distinción social, y el deporte, al principio, fue algo reservado para las élites. Se practicaba en unos cuantos clubes sociales de algunas ciudades del país.
“Si tengo una raqueta, si tengo un balón de fútbol, si practico polo, por supuesto que estoy conectado con Europa; soy alguien civilizado, dispuesto a impulsar el progreso del país”.
Ricardo Arias Trujillo.
Pero también se introdujo en los colegios. Y allí, a esa función de prestigio social se le suma otra: la pedagógica. Algunos colegios promovieron el deporte porque consideraban que la educación no debía basarse únicamente en la parte intelectual; que, además de la cabeza, había que cultivar el cuerpo. Por eso insistieron en la importancia de una educación que incluyera la educación física, las excursiones al aire libre y los deportes.
En ese contexto se destacaron colegios religiosos —sobre todo los católicos— como el San Bartolomé y los colegios de los jesuitas en Bogotá, Barranquilla y Bucaramanga. También el Gimnasio Moderno tuvo un papel importante en esa visión educativa.
En su libro también aparece una dimensión más ideológica del deporte, vinculada con los discursos sobre la “mejora de la raza” y la moral pública. ¿Cómo se expresó esa idea en el país?
Ahí hay un tercer aspecto. Está el deporte como distinción social, el deporte como complemento educativo y también el deporte como un instrumento médico o higiénico, pensado para fortalecer una raza considerada enferma, débil o inferior.
Un discurso célebre de Laureano Gómez, en 1928, decía que este país no progresa por su geografía y por su raza. Y lo interesante es que ese tipo de afirmaciones no eran solo suyas: las compartían muchos periodistas, intelectuales y pedagogos de América Latina, no únicamente de Colombia.
En ese contexto pesimista sobre la raza —según el cual somos una mezcla de elementos inferiores: lo negro, lo indígena y lo español—, el deporte se presenta como una herramienta para superar el atraso y “mejorar las taras raciales”. Se promueve, entonces, la práctica deportiva como una forma de regeneración física y moral: si practico deporte, soy más fuerte; si practico deporte, evito ir a la chichería a emborracharme o frecuentar lugares donde se discuten ideas consideradas peligrosas para el país.
Así, el deporte adquiere también una dimensión moral, asociada con la disciplina, la salud y la corrección de las costumbres.
¿Por qué deportes como el fútbol o el ciclismo se masificaron y otros, como el golf o el tenis, siguieron asociados a la élite?
Pues hay diferentes razones. Yo lo que veo en esos cincuenta primeros años de desarrollo del deporte en Colombia es que el eje central del trabajo es la popularización, ¿no?
Como bien lo resaltamos al comienzo, ese deporte antes era practicado por unas minorías generalmente ricas, urbanas, privilegiadas, y después, poco a poco, algunas prácticas del deporte se empiezan a popularizar, entre ellas el atletismo, el básquet y el fútbol. Estos fueron deportes muy populares ya en los años veinte. Popular porque va mucha gente a verlo y popular porque sus protagonistas ya no son solamente gente adinerada, gente rica, sino muchas veces muchachos humildes.
¿Qué factores explican que un deporte se popularice y otro no? Pues hay varios elementos. En un país como Colombia, el Estado no participó mucho en el deporte. Sí, promulgaba leyes y construía algunos estadios, pero todas las voces le piden al Estado que intervenga más.
Y si no interviene, pues difícilmente se populariza, porque ¿quién construye piscinas, quién construye velódromos, quién construye canchas de tenis, quién construye buenos terrenos de fútbol? Entonces, si esa infraestructura está muy limitada, si los implementos son caros o no llegan al país por parte del Estado, pues es difícil que se acceda a esas prácticas para mucha gente que no posee el dinero suficiente.
Pero es llamativo porque el fútbol se va popularizando, porque, piensa uno, no es muy costosa su práctica. Lo juego en la calle, lo juego en un potrero y no tengo que tener mayores implementos. Simplemente se reúne un grupo de personas y ahí, más o menos, se puede desarrollar una afición por el fútbol.
Pero hay otros deportes más complicados: por supuesto, el golf, por supuesto, el polo. Esos ya son deportes que van a ser muy cerrados, y hoy en día en Colombia lo siguen siendo. Lo fueron también en otros países: en Estados Unidos los jugadores negros no tenían acceso a las grandes ligas, a los principales torneos.
“El fútbol se va popularizando, porque, piensa uno, no es muy costosa su práctica. Lo juego en la calle, lo juego en un potrero y no tengo que tener mayores implementos”.
Ricardo Arias Trujillo
Pero un deporte elitista como el tenis, porque solo se practicaba en unos cuantos clubes de unas cuantas ciudades, pues muy poca gente lo jugaba. Pero vea usted que algunas personas de origen humilde se las arreglaron para poder llegar a ser muy buenos jugadores de tenis, y eran los cadis, los muchachitos de origen humilde que encontraban un trabajo recogiendo las pelotas a los que estaban jugando.
Algunos de ellos no solamente se interesan por el tenis, no solamente aprenden a jugar tenis, sino que algunos de ellos se convierten en campeones nacionales y les van a ganar a los grandes representantes del tenis que venían, ellos sí, de las grandes familias. Eso se aprecia a finales de los cuarenta.
El tenis también se popularizó un poquito aquí en Bogotá, porque en los años treinta se construyeron unas cuantas canchas en el Parque Nacional. Ahí se construyeron unas canchas de origen público y un periódico como El Tiempo destacaba que un ascensorista, un embolador, un muchachito de la calle podía aprender a jugar tenis. Eso permitió cierta popularización, que fue lenta.
En el libro habla del paso del amateurismo al profesionalismo y su impacto en la mentalidad del deportista. ¿Cómo ocurrió esa transformación?
Bueno, hay varias cuestiones. Una cuestión simple: el deporte, en los primeros años, es amateur. Amateur es una palabra francesa que quiere decir amante, aficionado a, y en ese momento no hay competencias, hay una burocracia, no hay premios, no hay recompensas materiales para el triunfador. Es más, a veces ni siquiera hay público. Entonces compiten entre amigos, como una cuestión social.
En el caso de Inglaterra, en donde surgen todos estos deportes, quienes los practican son los nobles, los hijos y los jóvenes de los colegios privados más costosos. Y ellos, en su vida cotidiana, deben desarrollar ciertos valores: el desinterés, el esfuerzo, la disciplina, pero todo en un marco gratuito, desinteresado. Practico no por ganar; eso no es lo que importa. Y si pierdo, soy un buen perdedor; si gano, no voy a humillar al otro. Ahí hablamos del fair play.
Poco a poco, cuando el deporte empieza a atraer más gente, también aparece el interés porque mi equipo gane. Y de pronto, yo como jugador también me esfuerzo un poco más por ganar. Se da entonces una transformación muy importante, porque cuando el deporte se profesionaliza —es decir, cuando permite que alguien viva de él—, esa persona ya no asume la misma actitud de desinterés ni de fair play. De eso vive, y por tanto tiene que ganar, tiene que ser el mejor.
En esa transición, las personas adineradas o privilegiadas —en Colombia o en Europa— se alejan del deporte, porque tienen otros caminos. Sus familias les dicen: “Usted no va a vivir del deporte, va a tener una buena carrera, una profesión, va a ir a la universidad y obtener un título”.
Y en la medida en que existe la posibilidad de que alguien se gane la vida en el deporte, es porque hay gente dispuesta a pagar. Los que vamos al estadio estamos dispuestos a hacerlo, y con ese dinero se le paga al deportista. Así se abre un espacio para personas de origen humilde, que no tienen otras posibilidades en América Latina, y aquí en Colombia es difícil ingresar a la universidad o encontrar otras vías.
Entonces, esta gente humilde encuentra en el deporte una posibilidad de vivir, de obtener una recompensa material y, muchas veces, también social, porque empiezan a ser reconocidos por el periodismo como figuras nacionales.
Sobre la popularización y la llegada de extranjeros: antes del Dorado, ir a El Campín ya era un hecho social. ¿Cómo se vivió ese tránsito hacia el profesionalismo?
Bien, pues ese asunto de jugadores extranjeros jugando aquí en Colombia tiene que ver precisamente con ese proceso de popularización, porque había que traer a un jugador de afuera. Había unos cuantos ecuatorianos y algunos argentinos; esa gente venía aquí porque le tenían que pagar y porque vivían de eso.
Entonces ya había algunos empresarios deportivos, algunos dirigentes de algunos clubes del país, que estaban dispuestos a traer profesionales, es decir, a pagar unas sumas importantes de dinero a unos jugadores con el objetivo de atraer público y que ese público permitiera generar los recursos suficientes para pagarles a estos jugadores y así, con buenos jugadores, su equipo podía triunfar.
Ese paso inicial lo dan unos muy pocos equipos en Colombia, cuando todavía no se ha desarrollado el profesionalismo. En los años treinta, por la celebración de unos juegos que se dieron aquí en Colombia, se trae a un entrenador argentino que fue uno de los pioneros: se llamaba Fernando Paternoster, el marqués Paternoster.
“El marqués” precisamente porque, hablando de amateurismo, de desinterés y de fair play, leí alguna vez en un artículo reciente de un periodista argentino que explicaba el origen del apodo: una vez, en un partido, un árbitro sancionó un penalti a favor de su equipo, pero él no estaba de acuerdo con la decisión y, para no sacar ventaja, pateó el penalti hacia otro lado para no meter gol.
Este Paternoster fue uno de los primeros entrenadores que llegó a Colombia. Era argentino, había jugado en la selección de Argentina en los Juegos Olímpicos de Francia y de Bélgica, donde Argentina quedó en segundo lugar detrás de Uruguay. Lo traen en 1930, se queda aquí muchos años y se convierte en entrenador de lo que después será Atlético Nacional, que entonces se llamaba Atlético Municipal.
Después vino otro argentino que se llamaba Alfredo Cuezzo. Él fue jugador, entrenador y árbitro, y sacó campeón a Santa Fe en el primer campeonato y a Caldas en el tercero. Con esos argentinos empezaron a llegar otros jugadores, aunque todavía de segundo nivel.
En 1947 y 1948, en enero de cada uno de esos años, Millonarios realiza unos torneos internacionales pequeños, pero con equipos de Brasil, Perú, Argentina y Uruguay. Eran buenos equipos, y el espectáculo fue muy bien recibido: éxitos deportivos, taquilleros y económicos.
Semana, El Tiempo, El Espectador, El Siglo y las revistas de Barranquilla hablaban sorprendidas del éxito deportivo.
Eso fue en enero de 1948. Un dirigente como Alfonso Senior, de Millonarios, quien tuvo esa iniciativa y ya había traído algunos jugadores años atrás, quedó convencido de que el fútbol podía convertirse en un espectáculo masivo y en un buen negocio, siempre y cuando fuera de calidad. Y la calidad, en ese momento, dependía del talento que venía de fuera, porque aquí no abundaba.
Así empezó la llegada de futbolistas extranjeros, y con ello se desarrolló el fútbol profesional: era la solución para que el deporte generara dinero. Antes, los torneos eran esporádicos; los equipos de una ciudad no jugaban con los de otra, o lo hacían de forma ocasional.
Eran ligas departamentales que muchas veces se interrumpían a lo largo del año. Entonces, varios dirigentes —no solo Senior— dijeron: “Ve, ya demos el paso al profesionalismo”. Es decir, un campeonato que ocupe buena parte del año, con partidos cada semana.
¿El arranque del fútbol profesional colombiano surgió como una respuesta al periodo de La Violencia tras el Bogotazo?
El inicio del profesionalismo tiene que ver con muchas cosas y no tiene nada que ver con la violencia. Por ejemplo, tiene que ver con el transporte. Para que equipos de Bogotá pudieran jugar con los de Barranquilla, o uno de Medellín pudiera viajar a Cali semanalmente, tenía que haber un cambio importante en la manera en que nos transportábamos los colombianos.
En la primera mitad del siglo XX predominaba el transporte fluvial por el río Magdalena, combinado con algo de ferrocarril y algo de carreteras. Esos viajes, de Bogotá a Barranquilla, podían tardar cinco o seis días, así que no podía haber un campeonato regular cada semana con esos medios. El desarrollo del fútbol coincide con el desarrollo de la aviación.
Ya para los años 1947 y 1948 hay aviación comercial, aeropuertos y aviones con capacidad para 50, 60 u 80 pasajeros. En ellos cabe un equipo completo con directivos, árbitros, médicos y entrenadores. La profesionalización tiene que ver con eso, con la capacidad adquisitiva del público dispuesto a pagar, y con el fútbol como una forma de entretenimiento ya muy arraigada en la sociedad.
“El inicio del profesionalismo tiene que ver con muchas cosas y <b>no tiene nada que ver con la violencia".</b>
Ricardo Arias Trujillo
Ahora, sobre la pregunta: hay una coincidencia. Matan a Gaitán en abril del 1948 y el fútbol profesional arranca en agosto del mismo año, unos meses después. Pero el hecho de que haya una coincidencia en el tiempo no quiere decir que haya una relación de causa y efecto. No es que, como hubo violencia, alguien se inventó el torneo profesional.
He visto esa afirmación en varios trabajos, pero no sustentan esa hipótesis. Para esta investigación leí muchísima prensa de diferentes ciudades del país, y no hay una sola prueba que demuestre que, porque había violencia, los dirigentes o los políticos decidieron crear el fútbol profesional como una manera de calmar los ánimos. Eso no fue así.
Ahora bien, sí hay una relación entre política y fútbol. Cuando comienza el fútbol profesional, en medio de semejante violencia, el comportamiento del público en los estadios es maravilloso. Allí no se ve violencia política: nadie se está matando por ser liberal o conservador. Lo máximo es que se agarran a trompadas los jugadores, o le dan una paliza al árbitro, y el público participa, golpeando a un jugador o al árbitro, pero nada que ver con motivos políticos.
La prensa de entonces decía: “Qué bueno que el deporte nos esté alejando de la violencia”. Pero eso no quiere decir que la violencia estuviera disminuyendo. La violencia seguía siendo muy fuerte, solo que el deporte quedaba exento de la violencia bipartidista que afectaba al país.
En el libro también son clave los Juegos Nacionales. ¿Cómo aportaron al desarrollo del deporte —incluido el femenino— en Colombia?
Es un punto importantísimo. Yo desconocía por completo la celebración de esas competencias. Yo quería hacer, inicialmente, una investigación sobre el fútbol de El Dorado. Ese era mi tema, esa era mi preocupación académica. Y empecé a buscar en la prensa información al respecto, y abundaba la información, porque para finales de los cuarenta todos los diarios tenían secciones deportivas y casi todos los días de la semana hablaban de esos asuntos.
Pero entonces empecé a irme un poco más para atrás, para ver de dónde había venido este fútbol profesional, y bueno, empiezo a encontrarme con muchas cosas. Y entre las cosas que encontré, que desconocía por completo, que no había leído en ningún otro trabajo, está esto que usted está mencionando: los llamados Juegos Atléticos Nacionales, o también Juegos Olímpicos Nacionales.
Esos Juegos Olímpicos empiezan a celebrarse en Colombia desde 1928, y la primera ciudad va a ser Cali. Después hay una segunda edición que se celebra en 1932 en Medellín; viene una tercera en Barranquilla en 1935; la cuarta en Manizales en 1936 y Bucaramanga en 1941. Esas son las celebraciones en la primera mitad del siglo XX. Después, en la segunda, hay otras, pero yo estudio solo esas primeras ediciones.
Y, hombre, descubro una cantidad de cosas. En la de Cali, en 1928, ya veo que hay un interés grande por el deporte, pero más allá del interés por el deporte, hay aficionados, hay gente que quiere asistir a los partidos, incluso un turismo deportivo, porque hay personas que vienen de otros pueblos y ciudades del departamento a ver los Juegos Olímpicos, que eran la primera gran competencia multideportiva celebrada en el país, trayendo jugadores y delegaciones de distintas regiones.
Eran unos juegos que podían albergar a unos quinientos o seiscientos deportistas, y eso planteaba todo tipo de problemas en la Cali del 28. Primero, el transporte; segundo, dónde se iban a alojar, dónde iban a dormir. Ninguna de las ciudades colombianas tenía infraestructura hotelera para acoger a tanta gente, porque el turismo no estaba desarrollado, no había buenas vías de comunicación y era un país pobre.
En todas estas ediciones, siguiendo la prensa regional, uno se da cuenta de la importancia de esos eventos para cada ciudad. Participan periodistas, políticos, pedagogos y comerciantes que quieren aprovechar el evento en Cali, Manizales, etcétera, para mostrar las ventajas de su ciudad, la riqueza de la región, todo lo bueno que tiene su ciudad. Utilizan el deporte como una vitrina ante el país, porque es una de las primeras ocasiones que tienen para mostrarle a un barranquillero, a un manizaleño, a un bogotano o a un santandereano lo que es Cali. Y así ocurre con las demás ciudades.
Los comerciantes pautan en los periódicos gran cantidad de avisos publicitarios, vendiendo todo tipo de productos y aprovechando la llegada de las delegaciones. Pero, mejor aún, hay un fuerte discurso, un fuerte pedido para que las autoridades locales —alcaldes y gobernadores— aprovechen los juegos para modernizar sus ciudades. Eso pasa por construir un estadio, una pista o una piscina, pero también por pavimentar calles, extender el alumbrado, mejorar el alcantarillado y el acueducto, limpiar y sanear ciudades que aún tenían mucho aire colonial.
Entonces, esos juegos fueron muy importantes por muchas razones. Una de ellas, la que mencionábamos al comienzo, es que permitieron el desarrollo del deporte: empiezan a destacarse las primeras figuras. Pero también por otra razón, la que usted menciona: muestran una evolución en el papel de la mujer en el deporte y en la sociedad.
“En los Juegos Nacionales de Barranquilla surge un discurso feminista”.
Ricardo Arias Trujillo
Al comienzo, en los primeros eventos —los de Cali y Medellín—, las mujeres estaban presentes, pero como adornos. Se hablaba de las lindas damas en la tribuna o de unas cuantas bellas deportistas muy elegantes: la visión tradicional de la mujer. Pero ya en alguna de esas olimpiadas, en particular la de Barranquilla, surge un discurso feminista. Las mujeres empiezan a decir: “Nosotras también, si triunfamos en el deporte, podemos triunfar en otros campos de la sociedad”.
El deporte empieza a verse como un mecanismo de liberación femenina por parte de algunos sectores que lo toman para mostrar las potencialidades de una mujer que había sido relegada a un segundo plano.
Para cerrar: ¿cuál es la herencia de ese primer periodo (primera mitad del siglo XX) en el deporte y la sociedad colombiana actuales?
Pues yo creo que ese primer desarrollo, que correspondería a una etapa en la visión histórica del deporte en Colombia, es el surgimiento y la consolidación de algunas prácticas deportivas. Comenzando por el fútbol; el béisbol va a coger fuerza, pero solo a nivel regional, en el Caribe. En el interior, el béisbol es completamente desconocido, a pesar de algunos triunfos importantes de las selecciones aficionadas en dos eventos que tuvieron lugar en Barranquilla y en Cartagena a finales de los cuarenta.
El gran empujón lo da, a nivel nacional, el fútbol; a nivel regional, en el Caribe, el béisbol. Y después, en 1951, va a venir la primera Vuelta a Colombia en bicicleta, y eso va a ser un evento impresionante, masivo y muy exitoso.
Ahí ya entramos a otra etapa del deporte: un deporte que se expresa en diferentes prácticas, que llega a más regiones, y que la prensa divulga con mucha profusión. En ese momento el deporte tiende a ser cada vez más profesional, comenzando por el fútbol.
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