Daniel Restrepo, el clavadista que entrena sin tocar el agua

El antioqueño, con cupo a los próximos Juegos Olímpicos, ya lleva tres semanas en casa procurando no perder la forma física. El COVID-19 cambió su manera de trabajar.

Camilo Amaya
27 de marzo de 2020 - 02:00 a. m.
Daniel Restrepo se subió al primer escalón del podio en los Juegos Olímpicos de la Juventud en 2018 / Getty Images
Daniel Restrepo se subió al primer escalón del podio en los Juegos Olímpicos de la Juventud en 2018 / Getty Images

Daniel Restrepo tiene claro que no puede abandonarse a su suerte en cuanto a su condición física. Y que la necesidad de moverse es más grande al saber que el confinamiento tiene consecuencias, no solo en su cuerpo sino en su mente. Y que la cascada de efectos negativos será torrencial a medida que no haga lo mínimamente necesario para seguir entrenando, para seguir siendo un clavadista... un clavadista lejos de una piscina. Restrepo no salta de un trampolín desde hace tres semanas, el mismo tiempo que lleva encerrado en su casa.

“Parce, ya es un ratico largo. Y va para más”. Y ya no madruga, o al menos no pone el despertador. “A lo que dé. Pueden ser las ocho o las nueve de la mañana. Da igual”. De repente la vida entró en una calma tensa, y no hay afanes, sí mucha disciplina para trotar en el puesto, hacer bicicleta estática, burpees (ejercicios breves y de alta intensidad), saltar lazo y muchas abdominales, porque “hay que cuidar el abdomen”, y flexiones de pecho.

La rutina le toma unas cuantas horas, tres por mucho. Y a cada rato le manda videos a Wilson Molina, su entrenador, para que vea cómo está trabajando, y va cambiando el orden de su preparación para no caer en la peligrosa monotonía. Eso es lo que hace para no desentrenarse, algo que no es un mito y que pasa muy frecuentemente; así vive un deportista como él en los tiempos del coronavirus. Pero no solo se trata del cuerpo y de cómo estar a tope en momentos críticos, también está lo mental que, al fin de cuentas, es lo que le da la verdadera energía al organismo. “Sigo con mis visualizaciones normales. Cierro los ojos e imagino que voy a hacer un clavado. Eso ayuda mucho para la confianza”, dice. Curiosamente es la única manera, por ahora, de lanzarse al agua.

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¿Y cuando se termina la mañana y todo está hecho? “A ver series, jugar Play, a tocar un rato porque soy DJ y ya. Esperar que el día se termine para comenzar el que viene”. Restrepo, consciente de esta hibernación obligatoria, cambió sus hábitos alimenticios, quitó algunas cosas y aumentó el consumo de otras. Ya no come hamburguesas, pues hay que cuidarse, “porque uno se engorda muy fácil y es complicado quemar esas calorías”, tampoco helados, sí mucha fruta y verdura. Procura mantenerse hidratado y en constante control de su peso.

El encierro no ha sido tan exasperante como imaginó y por eso la serenidad en su voz cuando responde a quien, de manera detectivesca, trata de averiguar cómo pasa la cuarentena. “Con la situación como está puede que se alargue. Cada día hay más casos de COVID-19. Y entonces tocará inventarse más formas de entrenarse para matar el aburrimiento”. En cuanto a sus patrocinadores, con los que ha hablado poco, lo acordado sigue en pie, para su fortuna, porque eso, en cierta medida, le da tranquilidad. “Speedo, Coomeva y Titanium siguen firmes conmigo. Saben que tendré un año más para alistar mi participación en los Juegos Olímpicos. Y hay que sacarle provecho a todo”.

Abajo la hiperactividad

 

Daniel Restrepo se hizo clavadista porque cuando niño tenía un trastorno de déficit de atención e hiperactividad. Por eso las clases de taekwondo (obtuvo medallas en categorías infantiles) y la piscina, para mantenerlo ocupado y no tener que recurrir a la medicación. Incluso quiso practicar bicicross, pero su mamá, Lucy García, no lo dejó porque una vez terminó debajo de una volqueta tras mandarse por una pendiente.

En el colegio le dieron una medalla a la excelencia y al otro día se la decomisaron por inquieto. Luego de muchas sesiones de neurorretroalimentación (técnica que permite modular la actividad cerebral gracias al entrenamiento usando electrodos), Daniel fue más pausado, mejoró su concentración y, de paso, mermó la falta de atención que antes le impedía focalizarse.

“Supe aprovechar la energía que tenía y ahora no me desespero como antes. En estos momentos aguardo sin apuro que pueda volver a practicar, entrenar de verdad, en la piscina. Lastimosamente el panorama no es alentador y tocará seguir, cada quien en su casa, dándole para no perder ritmo”, concluye Restrepo, para quien los clavados van más allá de los giros en el aire y la manera de entrar al agua, pues es un arte que para él funcionó a manera de antídoto cuando todo era un simple y desorganizado frenesí.

@CamiloGAmaya  icamaya@elespectador.com

Por Camilo Amaya

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