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El último baile de Michael Jordan y sus Chicago Bulls

La serie sobre el sexto campeonato de ‘Air’ Jordan , Phil Jackson y los imbatibles Chicago Bulls, sigue sumando espectadores para convertirse en el documental más visto de la televisión y en un retorno nostálgico a la NBA de la década de los 90.

Andrés Sarmiento Villamizar
25 de mayo de 2020 - 10:23 p. m.
Michael Jordan, el mejor basquetbolista de todos los tiempos.
Michael Jordan, el mejor basquetbolista de todos los tiempos.
Foto: Agencia AFP

Michael Jordan ha vuelto. A sus cincuenta y siete años aparece sentado frente a una ventana mirando el mar, prendiendo un puro y esculcando sus recuerdos. Conversa con el director Jason Hehir sobre luces y sombras de su propia historia y la del equipo que le permitió consagrarse como la estrella más importante del baloncesto. Esta crónica de diez episodios, coproducida por su grupo de medios, ESPN, Mandalay Sports Media y NBA Entertainment, se volvió un acontecimiento desde el comienzo de su emisión el pasado 20 de abril y ha marcado innumerables tendencias en redes sociales desempolvando los mejores momentos de Scottie Pippen, Dennis Rodman, Steve Kerr y el resto de los Bulls que inmortalizaron a su franquicia después de completar dos tripletas de campeones en una última, polémica e inolvidable temporada.

Aunque el relato ya había hecho parte de otros documentales, libros y artículos, el valor de esta producción que está disponible en la plataforma Netflix, radica no solo en presentar la versión del propio Jordan y de sus compañeros, sino en reunir a testigos excepcionales de la época: expresidentes de Estados Unidos, celebridades, periodistas, figuras de la NBA, familiares y amigos. Semejante a cualquier cuento, este tiene héroes, envueltos en jugadas editadas magistralmente, y villanos que rompen su secretismo para decir palabras equivocadas. Así se presenta Jerry Krause, gerente de los Bulls, diciendo en una entrevista, luego de lograr el quinto anillo de campeones, que los títulos los ganan las organizaciones y no los jugadores ni los entrenadores, abriéndose la puerta como un antagonista innecesario que desnudó el pulso entre la gloria deportiva, en hombros de un súper atleta, y la estructura exitosa de un negocio billonario.

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La trama se atiza antes de la temporada 1997-1998. Krause, que siempre tuvo buen ojo de reclutador, había apostado por Phil Jackson diez años atrás para que fuera parte de los asistentes del técnico principal y, en 1989, lo promovió a esa posición para tratar de darle forma a aquella nómina con un talento desbordado. Tuvieron una buena relación hasta la fallida negociación en la que el coach pidió un merecido aumento salarial o porque, quizás, Krause se sentía opacado por una dinastía de la que no se sentía parte. Decidió entonces prescindir de los servicios de Jackson, sin sospechar que Michael Jordan, en un acto de lealtad sin precedentes, no jugaría para nadie más. Las directivas negociaron una última campaña con Jackson que bautizaría: “The Last Dance” (El último baile), ya que algunos jugadores también serían transferidos por sus elevados contratos y por su edad. Esa fue la antesala del fin de una era y el principio de una leyenda.

Después de este punto de giro, la serie se enfoca en el sueño americano del protagonista que aprendió, con Phil Jackson, a jugar para un tándem, mientras se volvía un ícono del entretenimiento mundial. En su niñez, su padre y su hermano despertaron la obsesión competitiva que guiaría su destino. Dean Smith, entrenador de la Universidad de Carolina del Norte, moldeó con fundamentos basquetbolísticos unas habilidades naturales y un carácter que aprovecharía, ya en los Bulls, Doug Collins, que confió en la individualidad de Jordan camino a la perfección sin que eso le alcanzara para obtener un título. Fue cuando Krause le pidió a Jerry Reinsdorf, dueño de la franquicia, que lo dejara armar un conjunto para su jugador más valioso. El “Maestro Zen”, apodo que tenía Jackson, diseñaría junto a Tex Winter, uno de los padres del triángulo ofensivo, un esquema de juego, basado en principios sicológicos, budistas y de filosofía de los nativos americanos, que le daría a Jordan las herramientas para dominar, esta vez como miembro de un equipo, los coliseos por casi una década.

El documental revela también algunas de las aristas más vulnerables de Jordan: sus problemas con las apuestas, la presión constante hacia sus compañeros, la soledad de estrella inaccesible y su retiro temporal para jugar al béisbol luego del asesinato de su padre. Se descubren, además, pedazos entrañables de las biografías de sus colegas más cercanos. Scottie Pippen y su batalla para demostrar que era uno de los mejores del mundo y, sin embargo, tenía que ser el escudero de su compañero; el excéntrico Dennis Rodman que transitaba de la oscuridad de los excesos a la luz del sacrificio en la duela y Steve Kerr, el actual entrenador de los Warriors, que se hizo a pulso y rompió con el matoneo de MJ al enfrentársele a golpes en una práctica. Entre testimonios y cameos, unos veteranos Ron Harper, Toni Kukoc, Horace Grant, Bill Wennington, B. J. Armstrong, John Paxson, Charles Oakley, Dickey Simpkins, Scott Burrell, Luc Longley, Jud Buechler y Will Perdue aportan a la historia bastante orgullosos de haber hecho parte de ella.

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La poderosa banda sonora que contribuye a tocar las fibras de la nostalgia con piano, chelo, hip-hop, R&B y rock de los noventa; un trepidante ritmo cinematográfico con las mejores hazañas en la cancha; la mirada del Jordan basquetbolista, como la del toro de su logotipo, desafiando a rivales casi igual de fantásticos a él; las expresiones del rostro con sus ojos rojos, su sonrisa y algunas lágrimas frente a comentarios venidos de la pantalla de una tableta; estadios repletos; aviones privados; actores de cine colándose a los camerinos; autos de lujo; camarógrafos apretujados; niños boquiabiertos pidiendo autógrafos; la gente entrañable de seguridad y tras bambalinas; fanáticos; gritos; silencios, logran perder en el tiempo e hipnotizar a los televidentes en cada capítulo.

La mejor época de esta dinastía, que representaba a toda una liga, coincidió con la primavera de la globalización, la apertura económica y el crecimiento de los medios de comunicación. Su huella puede ser imperceptible, pero está presente hoy en día en el modelo corporativo y de entretenimiento de varios deportes en Estados Unidos y otros países, como en el fútbol europeo. El manejo de marcas de atletas y la evolución de productos de competición a artículos de moda tiene mucho que ver con la línea Air Jordan. El periodista Jack McCallum escribió en uno de sus editoriales que el comisionado de la NBA, David Stern, en un viaje de promoción que hizo hasta una provincia rural de China, donde había familias que vivían en condiciones casi prehistóricas, conoció a un granjero que al enterarse quién era él afirmó: “Ah, el equipo del toro rojo”. O cuando en una visita a un campo de refugiados de Zambia ellos se pusieron camisetas del quinteto de Chicago para recibirlo. “Aquello me demostró que los Bulls eran del planeta”, dijo Stern.

La narrativa social y racial también había cambiado. Millones de niños de todo el mundo y de todas las razas querían ser o parecerse a Michael Jordan. Ricky Rubio, basquetbolista español, aseguró que en su infancia soñaba ser negro como él. Jerry West, que ha prestado la silueta de sus mejores años para la imagen de la NBA, aseguró que, si él es el logo del baloncesto, Jordan es, sin duda, su alma y su ícono. “El último baile” deja claro que sin los toros su “majestad del aire” no hubiera podido ser un ídolo. Pero, que no quepa duda, los Chicago Bulls sin Michael Jordan no hubiera sido el equipo más importante del siglo pasado y el más recordado hasta hoy.

*Escritor, editor y asesor de contenidos

Por Andrés Sarmiento Villamizar

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