La odisea de un jinete colombiano hasta el Derby de Kentucky

El caleño Julián Pimentel es el segundo jockey nacional que compite la tarde de este sábado 4 de mayo en la carrera de caballos más famosa del mundo. Esta es su historia.

NELSON FREDY PADILLA
04 de mayo de 2019 - 12:17 a. m.
El caleño Julián Pimentel, de 38 años (izq.), conduce a Win Win Win en el entrenamiento de esta semana en el Louisville, Kentucky. Se le vio mejor que el tordillo Tacytus, uno de los favoritos y Country House. / Reuters
El caleño Julián Pimentel, de 38 años (izq.), conduce a Win Win Win en el entrenamiento de esta semana en el Louisville, Kentucky. Se le vio mejor que el tordillo Tacytus, uno de los favoritos y Country House. / Reuters

Cuando Julián Pimentel nació (30 de enero de 1981, Cali), las carreras de caballos vivían su apogeo en Colombia. El Hipódromo de los Andes, en Bogotá, era uno de los más modernos de Latinoamérica y con triunfos como el de la yegua Galilea en el Clásico Internacional del Caribe 1984, el llamado deporte de los reyes criaba campeones y era una industria que generaba miles de empleos. Esa fiebre llevó a Humberto Chávez, el tío de Julián, a convertirse en entrenador de caballos con certificado de purasangre inglesa. Pero en 1987 Hipoandes cerró por problemas financieros y de impuestos y tuvo que esperar a que se abriera el muy austero de Villa de Leyva en 1992, donde Chávez fue uno de los principales preparadores. Allí recibió la visita de su sobrino Julián, quien desde el primer día que contempló la belleza salvaje de los puros de carreras dando vueltas a toda velocidad a la pista de arena, quiso ser uno de los muchachitos que los montaban y vestían uniformes brillantes y coloridos. (Histórico: un colombiano será presidente de un equipo de la NBA)

“Eso no es tan fácil y menos en estos tiempos”, le advirtió Humberto. Los jinetes debían pasar por una escuela y vivir “con unos pocos pesos” como aprendices antes de “ganar para sostenerse”. A Julián no le importó y, con la ayuda de su tío, se adaptó al frío de Hipovilla, hizo el curso y en 1997 demostró talento ganando carreras sobre el lomo de animales de más de 400 kilos como Villeta. “Es disciplinado, perseverante, ambicioso y sabe esperar el momento indicado”. Disciplinado porque un jinete profesional debe madrugar todos los días a galopar y entrenar, mantenerse atlético y en un peso entre 50 y 55 kilos. Perseverante porque la profesión es de largo aliento. Los mejores se consolidan a partir de los cuarenta años de edad (el legendario Bill Shoemaker ganó el Derby de Kentucky a los 54). Ambicioso porque en medio de las carencias de Villa de Leyva sabía que a bordo de un caballo podía conquistar el mundo. Y paciente porque en la impredecible hípica, incluido el azar, la impaciencia conduce al fracaso.

Esta definición que hicieron de él siendo novato (como periodista y aficionado lo conocí y lo vi correr en Hipovilla y luego en el Hipódromo de los Comuneros, en las afueras de Medellín) es la misma que ahora destaca Mike Trombetta, el entrenador estadounidense que este sábado lleva a Julián Pimentel al partidor del Derby de Kentucky 2019, la carrera más famosa, a la que solo llegan los mejores entre los mejores.

En Villa de Leyva era larguirucho y flacuchento, apenas pesaba 47 kilos y le daban pocas montas. En 1998 ese hipódromo quebró por falta de financiación y Humberto y Julián debieron hacer maletas rumbo a Hipocomuneros, en Guarne, Antioquia. Allí la situación no cambió mucho (fue cerrado diez años después) y el tío, a quien le iba mejor, le aconsejó a Julián pensar en probar suerte en el ámbito internacional “si no quiere morirse de hambre” (el último intento de hipódromo colombiano fue el de El Rosal en 2013, cerca a Bogotá, otro fracaso). Los mejores jockeys colombianos preferían irse a las potencias suramericanas, Brasil, Argentina y Chile, o a Panamá, México y República Dominicana. Los más osados se arriesgaban en Estados Unidos, donde funcionan más de cien hipódromos. Chávez terminó en España.

Julián Pimentel viajó en 1998, sin dinero y sin hablar inglés, a trabajar en una industria ultracompetitiva. “Empecé mi aprendizaje tres años después”. Lo esperaban empleos como mozo de corral. Lo ayudó Carlos Ortiz, el “Cacique del Putumayo”, que era galopador en camino a jinete profesional. (Imparable: Caterine Ibargüen ganó la primera parada de la Liga Diamante)

Antes de radicarse desde 2006 en el pueblo de Elkton, estado de Maryland, donde trabaja en el centro de entrenamiento Fair Hill, pagó “derecho a piso” con malos porcentajes y caballos del montón en hipódromos de Nueva York, Nueva Jersey y Delaware. El preparador Bill Mott, miembro del Salón de la Fama de la Hípica de ese país, lo contrató para ejercitar a sus caballos y apenas tuvo la oportunidad ganó sus primeras carreras con las riendas de El Más Hermoso Sonido y Un Sueño a Seguir.

Al final de su primer año fue nominado al Premio Eclipse, el más importante de la hípica norteamericana, como mejor aprendiz. Su vida cambió. Según las estadísticas de americasbestracing.net, desde entonces cruzó primero en 1.664 carreras y obtuvo US$52 millones para los propietarios que lo contrataron. De esos premios el 10 % es para el jockey.

Para llegar a ser uno de los líderes del Hipódromo de Pimlico-Laurel Park debió enfrentar buenas y malas temporadas, además de lesiones propias del jinete, pues a medida que pasan los años —él ya tiene 38— sufren más para mantenerse en forma. En el invierno de 2017, por ejemplo, se fracturó dos dedos de una mano luego de que Rápido Ingenioso lo tirara de su montura. Con más de 10.000 carreras a cuestas ha sufrido lesiones como la de la vértebra torácica T-12; sin embargo, se recupera y se reivindica. Hace dos años se fracturó una rodilla durante un entrenamiento el 1° de julio y el 10 de agosto ya estaba ganando el premio General George sobre Imperial Hint, figura en la Copa Breeder’s y hasta en Dubái, uno de los mejores que ha montado. La sensación de estar sobre un campeón es única y solo la había percibido en 2011 con Union Rags, que ganaría el Belmont Stakes con un montador de más prestigio que Julián. Lo comprobó con Ben’s Cat, leyenda de las pistas de césped en EE. UU. y con el que el colombiano triunfó 22 veces hasta 2015.

Subirse a los purasangres con opciones de correr la Triple Corona de EE. UU. (Derby de Kentucky, Preakness Stakes y Belmont Stakes) es cuestión de tiempo, resultados, agente (Ronnie Gerardo se llama el de Julián) y suerte. Esos factores lo llevaron a montar a Win Win Win, el caballo con el que corre la edición 145 de este Derby, en Louisville, Kentucky, en el hipódromo Churchill Downs, el más famoso del mundo. ("Falcao quiere quedarse": Leonardo Jardim, DT del Mónaco)

La dueña del purasangre es Charlotte Weber, multimillonaria de 76 años de edad incluida en la lista Forbes como heredera de la multinacional de sopas instantáneas Campbell’s, con fábricas en 120 países. Tiene una granja de caballos de carreras en Ocala, Florida, es una empresaria hípica de experiencia y tras invertir cerca de US$1 millón en Win Win Win acudió a la reputación del preparador Trombetta para llevar a un potrillo de gran sangre (nieto de Smarty Jones, ganador del Derby en 2004) a la mítica prueba en la que un animal suyo ya fue segundo en 1982. Él, a su vez, confió en el jinete con el que más triunfos ha conseguido (361) y Pimentel les retribuyó ganando las tres primeras carreras, puntaje por el que Win empezó a competir para clasificar entre centenares de caballos. El sueño del Derby se acercaba para Julián pero, como ya le había pasado, temía no ser ratificado porque no ha ganado competencias de esa categoría, a pesar de que ya participó en el Preakness, segunda de la Triple Corona.

Cuando la señora Weber vio la calidad de Win le pidió a Trombetta que bajara al colombiano y contratara al mejor jinete disponible, el puertorriqueño Irad Ortiz Jr., ganador de 15 carreras de esta clase, pero después de asegurar la clasificación decidió no firmar para montar a Win en el Derby sino al favorito Improbable. La suerte.

Julián estaba resignado cuando recibió la llamada de Trombetta:

¿Qué planes tienes para el día del Derby?

Nada en especial. Verlo por televisión.

¿Quieres montar de nuevo al caballo?

¿Es una broma?

No. La señora Weber me pidió que te llamara.

¿En serio?

¡Quiere que lo montes en Churchill Downs!

Sí. Sí. Sí. ¡Gracias! ¡Gracias!

La multimillonaria dijo a la prensa norteamericana que Julián es quien mejor conoce al caballo en competencia y quien más merece la oportunidad. La obsesión del colombiano le recuerda la que tenía su hijo Chester para ser jinete de caballos de carreras, pero su estatura y su peso se lo impidieron y ahora es campeón nacional ecuestre. Ellos estarán en la tribuna principal, frente a las icónicas torres victorianas levantadas desde 1875, haciéndole fuerza a Win y a Pimentel para que ganen, como saben hacerlo, desde atrás “en atropellada”.

El caleño hará realidad el sueño de su vida en dos minutos, o menos, el tiempo que tardan en recorrer los 2.000 metros de arena los veinte caballos de tres años de más calidad, pedigrí y costo. Disputan un premio de casi US$2 millones, un trofeo de oro y la famosa corona de rosas, casi siempre colombianas. Es el segundo nacional en lograr la hazaña después de Marco Castañeda, cuarto en 1982 con Water Bank y quinto en 1989 con Hawkster.

La pregunta que le hicieron una y otra vez a Julián es: ¿puede ganar? Él y Trombetta creen que sí, porque están preparados, el caballo es “impresionante”, se adaptó a la pista y fue de los mejores en entrenamientos. Los expertos no lo tienen entre los favoritos, tampoco entre los descartes. Pimentel repasó videos y pidió consejos a amigos que ya lo intentaron: el jockey venezolano Ramón Domínguez (Salón de la Fama) y el estadounidense Sheldon Russell. Les prometió “darlo todo” para “ser digno de este honor”.

Por NELSON FREDY PADILLA

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