María Camila Osorio: no apuesten en contra de ella

Con 17 años, un juego dominante y una capacidad de concentración abrumadora, María Camila Osorio Serrano quiere hacer historia en el tenis mundial.

Juan Carlos Rincón Escalante / @jkrincon
15 de diciembre de 2019 - 03:00 a. m.
 “Cuando entro a una cancha no me importa si mi oponente es más alta o si es mayor. Lo que importa es lo que puedo hacer”.  / Nelson Sierra Gutiérrez
“Cuando entro a una cancha no me importa si mi oponente es más alta o si es mayor. Lo que importa es lo que puedo hacer”. / Nelson Sierra Gutiérrez

Alexandra Yepifanova es una tenista de 16 años imponente. Su altura y su musculatura hablan, con bastante elocuencia, de poder. Verla entrar a la cancha de la final del US Open Júnior, incluso a través de la distancia borrosa de un video de Youtube, es observar cómo su fuerza física es parte de su estrategia para triunfar en un circuito de tenis en el que, cada vez más, se espera que las mujeres y los jóvenes que participan sean capaces de golpear la pelota a velocidades que es difícil dimensionar para quienes no hemos tenido una raqueta en la mano ni participado en ese tipo de competición. Estamos, después de todo, en el mundo del tenis posterior a la revolución que Serena Williams y Rafael Nadal encarnan: un juego bello, sí, pero también brutal.

Ver a Yepifanova darle la mano a María Camila Osorio Serrano, una cucuteña de 17 años que es más baja que ella, me recordó mi infancia. Haber nacido en Cúcuta, la meca del tenis colombiano (supongo que me disputarán esa afirmación), en la época en que Fabiola Zuluaga estaba haciendo historia en el circuito de la WTA, significa que por supuesto soñé con ser como ella. El problema es que cada vez que entraba a una competición, ver a oponentes más grandes, más fuertes o más seguros me desarmaba. Por eso mi primera pregunta a María Camila, quien lleva ya varios años enfrentándose a mujeres mayores que ella y mucho más grandes físicamente, fue casi una súplica para que me explicara cómo hace. “¿No te intimida jugar contra competidoras como Yepifanova?”, le dije.

“La verdad, no”, me contestó.

“Cuando entro a una cancha no me importa si mi oponente es más alta o si es mayor. Lo que importa es lo que puedo hacer. Entré a ganar esa final” y eso era lo único en lo que pensaba. En su camino al Olimpo del tenis, Osorio no tiene tiempo de distraerse con Yepifanova y compañía. Son ellas las que deben temerle.

La contundencia y el pragmatismo de esa respuesta resumen lo que hasta ahora ha sido su carrera. La disciplina y la obsesión por su propio juego la han convertido en una jugadora dominante, precisa.

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Lo demostró en ese partido. Si el tenis es ajedrez corriendo, como escribió alguna vez David Foster Wallace, Osorio fue Garry Kasparov en el US Open Júnior. En ningún momento estuvo en duda que merecía el título. El resultado final, 6-1 y 6-0, cuenta la historia de una aniquilación. “Si la dejaba volver al partido se me podía complicar”, me dijo. En los seis partidos que jugó para coronarse solo perdió un set. Ella fue a ganar su último torneo como júnior y lo demás es historia. Que se vengan las mayores.

Llegar a estar, en este momento, en el puesto 209 del ranquin WTA, lo que significa que solo hay dos centenares de mujeres en el mundo con mejor posición que ella, es la culminación y el nuevo principio de una historia de sacrificios.

“Yo vivo por el tenis”, dice sin exagerar: cada día entrena cinco horas por lo menos seis días cada semana. Eso, cuando no está siguiendo un cronograma abrumador de torneos. “Desde el US Open sentí que no paré. Antes de eso jugué dos torneos profesionales (en Guayaquil, ganó ambos), entonces son como 10 partidos. Después US Open, seis partidos más. Una semana de descanso y volví a otro torneo en Cúcuta”. Entre octubre y noviembre participó en cuatro torneos seguidos. “Uno termina cansado, pero soy supercompetitiva, por lo que no me siento así mientras estoy jugando”. Así, entre partido y partido, “bola a bola”, como dice ella, lleva ya 11 años jugando tenis y ni siquiera ha cumplido la mayoría de edad.

Una vez se llega al nivel de competición en el que está Osorio, tanto sacrificio es lo mínimo que se espera, pero no garantiza nada. “Me parece que el tenis es el deporte más hermoso que existe y también el más exigente”, escribió Foster Wallace. “Requiere control corporal, coordinación mano-ojos, agilidad, velocidad pura y dura, resistencia y esa extraña mezcla de precaución y abandono que llamamos coraje. También requiere astucia”.

Osorio y sus entrenadores saben que el camino a la grandeza pasa por la repetición inteligente. Sus entrenamientos son tan intensos porque la rapidez del tenis exige que el cuerpo tome decisiones astutas en fracciones de segundo. El acondicionamiento mental debe llegar a un punto de concentración que bloquee todo el ruido externo: ese “bola a bola” no solo es una declaración de principios, también es una descripción genuina de la única manera de enfrentar los partidos, de ganarlos. “En cada game me juego todo”, dice, y logra una conexión tal con esa idea, que a veces los encuentros acaban sin que se dé cuenta. En el US Open no estaba mirando el marcador. Cuando ganó (con un ace, un saque que Yepifanova no pudo contestar, como si faltase evidencia de su dominación), se tiró al piso y solo ahí se percató de lo que acababa de ocurrir.

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Ese triunfo y los demás resultados que ha tenido, excepcionales no solo para cualquier joven, sino para cualquier tenista, han reforzado su ambición. “Quiero ser una jugadora completa. Que piensen que toca hacer hasta lo imposible para ganarme un punto”, me explica. Su certeza y su emoción son contagiosas. Desde Zuluaga no había tanta expectativa alrededor de una tenista colombiana. ¿Quedan dudas de que Osorio tiene el potencial de hacer estragos en la WTA e incluso soñar con ser la mejor del mundo? Aquí soy yo el que contesta, recordando su respuesta sobre si Yepifanova la intimida: la verdad, no.

@jkrincon

jkrincon@gmail.com

Por Juan Carlos Rincón Escalante / @jkrincon

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