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Cuando Tomás Restrepo ganó la Toyota Junior Golf World Cup, sin dimensionarlo al principio, supo que su vida cambió. De la noche a la mañana, su nombre se hizo conocido en el país al ganar el torneo juvenil más importante del mundo. Regresó del Chukyo Golf Club convertido en una promesa para el deporte colombiano.
Su hazaña en territorio asiático lo condujo directamente al podio más prestigioso de Colombia. El lunes 1.° de diciembre de 2025 no fue un día cualquiera. En una gala que reunió a lo mejor del deporte nacional, fue designado Deportista Juvenil del Año por El Espectador y Movistar.
“Japón fue ese clic en el que quedó registrado el salto de calidad que di en mi golf”, asegura con la perspectiva que solo la distancia del tiempo puede dar. Fue una semana soñada en la que, sin entrar como favorito, logró llevarse la victoria y fue el primer colombiano que se consagra en uno de los eventos más importantes del deporte juvenil.
Tomás no solo fue reconocido como el mejor juvenil del año, sino que también se llevó el galardón de Favorito del Público, una prueba de que sus resultados se han ganado un lugar en el afecto de los colombianos, sobre todo en la gente de Manizales, la ciudad donde creció.
Los dos reconocimientos lo tomaron por sorpresa. “La verdad, estaba sorprendido. Estar parado al lado de deportistas tan importantes, uno muchas veces no se la cree”. Aunque su rostro no lo evidenció, su felicidad fue inmensa al escuchar su nombre.
Fue un momento especial para él y los suyos, quienes lo acompañaron en la ceremonia. “Viendo a mi abuelita llorar, fue un momento muy emotivo. Hay una parte que no se ve, la parte de la familia, cuando uno juega un torneo mal, ellos son los que siempre están conmigo”.
Las cámaras y la atención —una presión que, reconoce, puede meterse mucho en la cabeza— son nuevas para el joven caldense. Trata de vivirlo de la manera más con los pies en la tierra posible, apoyándose en las personas que lo ayudan a mantenerse centrado y enfocado en su camino.
En esa faceta juegan un papel vital Hernán Rey y Guido Vidotto, sus instructores. Tomás confiesa que solía ser un controlador excesivo, escribiendo lo que iba a hacer cada hora del día. Eso, a largo plazo, termina afectando la mente.
“Aprendí a dar balance, tener las cosas claras, no ser un excesivo, un controlador ni un perfeccionista”. Su preparación mental es tan seria como la física; de hecho, lleva cuatro años trabajando con la psicóloga Nancy Duque.
Y cuando necesita una pausa de la tensión en el campo, recurre a su lugar feliz, que no es un paisaje idílico, sino el recuerdo de la gente cercana y la familia; un truco mental que destapa hormonas de felicidad entre los golpes que da.
Sus primeros swings los dio en el Izcaragua Country Club, en las afueras de Caracas (Venezuela), en una escuelita más recreacional que competitiva; pero fue en Manizales donde la pasión se hizo carrera. Creció jugando fútbol y golf, pero este último fue el que se convirtió en su obsesión.
Viene de una familia de empresarios. Su madre, Paula, construyó junto a su tía una empresa de accesorios femeninos, y su padre, Ernesto, quien trabajó en el sector de la confitería, hoy administra unos negocios en Venezuela. A ellos les aprendió que para tener lo que uno quiere no hay que quedarse sentado, sino que toca salir a trabajar.
Su primer gran mentor deportivo fue Luis Fernando Zapata, mejor conocido en los campos de golf colombianos como Chilguete, un profesional oriundo de Chinchiná que le dio los fundamentos sobre el green. “Definitivamente le doy el mérito de que él fue quien me enseñó a jugar golf”, reconoce.
Su ascenso y proyección lo obligaron a tomar una decisión difícil. El cambio de Manizales a Orlando fue un verdadero choque cultural, aunque necesario para su crecimiento deportivo. En Florida extraña las cosas sencillas, como la facilidad de estar cerca de sus amigos, ir al club donde se formó o poder coger el carro e ir a comer sin tener que pedir permiso.
Tener una adolescencia normal es imposible. El golf exige sacrificios que muchos jóvenes no entienden o no están dispuestos a hacer; Tomás sí fue capaz. “Los amigos son algo que me ha tocado dejar mucho a un lado para poder levantarme el otro día a jugar temprano” se lamenta; pero rápido ajusta la perspectiva, pues más que pensar en sacrificios, es consciente de que las decisiones que ha tomado son en pro de un sueño.
En la ruta de Tomás hacia lo más alto aún faltan escalones por subir, pues apenas tiene 17 años. Hace un par de semanas firmó con la Universidad de Misisipi. Competirá a partir de agosto de 2026, esperando completar los cuatro años de universidad mientras estudia Business Management.
Admira a golfistas colombianos que han llegado a la élite, como Camilo Villegas y Juan Sebastián Muñoz, pero su ídolo es Nicolás Echavarría, hoy integrante del PGA Tour. Lo admira por su juego, claro está, pero sobre todo por su calidad de persona. “Nico es una persona de 10 de 10. Le escribo por algún favor o alguna pregunta y está siempre ahí para respondérmela”.
Con doble premio en las manos y la familia a su lado, mira al futuro con una ambición definida. El escenario ideal es llegar al prestigioso Masters de Augusta, donde la felicidad completa radica en, algún día, ponerse la chaqueta verde; pero por ahora, después de un año histórico, el plan es vivir el momento. “No sé qué vaya a pasar en el futuro, pero estoy disfrutando el presente”, concluye un joven campeón del mundo que, a pesar del giro que dio su vida, insiste en que sigue siendo el mismo Tomás.
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