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Argentina 1978: El Mundial, la fachada de Videla

El cuadro albiceleste sumó de local su primer campeonato del mundo contra la naranja mecánica. Era una época oscura en el país sudamericano, en la cual todos marchaban al ritmo de la Dictadura Militar. Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el balompié y la política.

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30 de octubre de 2022 - 12:11 a. m.
Argentina venció en la final del Mundial de 1978 a los Países Bajos por 3-1 en el Estadio Monumental de Buenos Aires.
Argentina venció en la final del Mundial de 1978 a los Países Bajos por 3-1 en el Estadio Monumental de Buenos Aires.
Foto: AFP - Agencia AFP
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El 1° de junio de 1978, el Estadio Monumental de Núñez en Buenos Aires estaba repleto de hinchas, que desde sus gradas apreciaban el inicio de un evento nunca antes visto en Argentina. Trompetas emitían sus rugidos, mientras decenas de globos de colores pasteles se elevaban al cielo gris del invierno argentino. Una vez arriba, los globos se perdieron hacia cualquier sitio al ritmo de la brisa. Los argentinos aplaudieron, daban la bienvenida en el tablero gigante del estadio –en todos los idiomas posibles– a su primera celebración de un Mundial de fútbol.

Seguido del espectáculo de los globos, sonaron las trompetas por segunda vez. Fue el momento de la banda militar, la cual empezó a hacer lo suyo con liras, bombos y timbales. Luego, cientos de jóvenes argentinos caminaron al césped vistiendo sudaderas blancas Adidas con rayas azul claro. En sus manos dominaban pértigas rojas y blancas, que movían todos juntos a la vez. Cada uno de ellos fue pieza clave de un rompecabezas en movimiento, con una precisión casi robótica ante millones de espectadores en el mundo. Era una época oscura en Argentina, en la cual todos marchaban al ritmo de la Dictadura Militar.

El dictador Jorge Videla, presidente de Argentina bajo el mando de la Junta Militar, miró tales maniobras desde los palcos de honor del estadio; no movía ni un musculo facial, solo movía sus ojos como controlando todo desde allí. El entonces presidente no tuvo nada que ver con la elección de Argentina como sede, de hecho, el nombramiento se había logrado una década antes en Londres, durante el gobierno de Juan Carlos Onganía. Sin embargo, Videla decidió aprovechar la magnitud del evento para celebrarlo a su manera. Se construyeron tres nuevos estadios y se remodelaron otros tres escenarios, entre ellos El Monumental. Así mismo, se crearon aeropuertos y un centro gigante de prensa y televisión. El dictador quería mostrar al mundo su magnífica nación argentina, tal cual Benito Mussolini en el Mundial de Italia 1934 o Adolf Hitler en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936.

Desde luego, Jorge Videla tenía experiencia en hacerse con el control. Antes, el 24 de marzo de 1976, siendo el Comandante General del Ejército, lideró un golpe de Estado en Argentina que le arrebató el poder a ‘Isabelita’ Perón. La expresidente, sacada a la fuerza, había tomado el cargo tras el fallecimiento de su esposo, Juan Domingo Perón, en 1974. Entonces Jorge Videla, quien estaba impulsado por el antiperonismo y el anticomunismo, se instaló como la última pieza de las dictaduras militares que gobernaron el cono sur de América, durante la década de los setentas.

El dictador eliminó la democracia y los partidos políticos en Argentina. En su lugar, se estableció la Junta Militar de Gobierno con los altos mandos de las tres fuerzas militares. Siendo el máximo dirigente del país, Videla puso en marcha una política llamada ‘disposición final’, la cual consistía en desaparecer todo aquel en contra de su dictadura. Miles de argentinos eran lanzados vivos al mar, mientras que otros eran reprimidos y torturados en centros clandestinos al estilo Nazi. Además, se quemaron libros –en público– señalados de liderar un mensaje marxista como ‘Cien Años de Soledad’, de Gabriel García Márquez, o el ‘Manual de Física: La Cuba Electrolítica’, cuyo único pecado fue llevar el nombre de la isla centroamericana.

“No había otra solución; (en la cúpula militar) estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta. Había que eliminar a un conjunto grande de personas que no podían ser llevadas a la justicia ni tampoco fusiladas”, confesó Jorge Videla al periodista Ceferino Reato, en el libro ‘Disposición Final, la confesión de Videla sobre los desaparecidos’.

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La Junta Militar, por supuesto, intentó ocultar sus criminales políticas de Estado durante el Mundial de Argentina 1978. De hecho, muy cerca del Estadio Monumental de Núñez, mientras miles de argentinos celebraban el inicio del certamen, otros cientos sufrían la represión de la dictadura en el anonimato. En el casino de oficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), a 15 minutos caminando de ‘El Monumental’, se detenían, torturaban y exterminaban personas secuestradas por el Estado argentino. Este centro clandestino de desapariciones se creó el mismo día que Jorge Videla logró el golpe de Estado, y durante los años que estuvo en funcionamiento fueron detenidas alrededor de 5.000 personas. Se estima que solo sobrevivió uno de cada diez torturados.

Desde luego, y ante la escasa pero delicada información que se filtró, los boicots no se hicieron esperar: el mejor jugador del mundo se negó a jugar el Mundial. Se trataba del neerlandés Johan Cruyff, quien ya había deleitado a los amantes del fútbol con la Naranja Mecánica en Alemania Federal 1974 y que declinó participar en protesta por la violación de derechos humanos. Y aun peor, tres semanas antes de la inauguración, un carro-bomba estalló en el centro de prensa recién montado en Buenos Aires, cuya autoría perteneció a grupos guerrilleros resistentes a la dictadura. En ese contexto, empezó un nuevo Mundial ambientado entre las balas y tanques de guerra, tal como había pasado antes de la Segunda Guerra Mundial.

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¿Perú al servicio del local?

Los 16 equipos clasificados al Mundial de Argentina 1978 se ubicaron en cuatro grupos con igual número de participantes. En cada uno de ellos avanzaron de ronda las dos mejores selecciones. Perú resultó líder del cuarto grupo, tras dos victorias y un empate. Seguido de los andinos, en el mismo grupo, se ubicó Países Bajos con una victoria, un empate y una derrota.

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En aquel momento, la selección peruana vivía su época dorada. Llegó al Mundial de la mano del mejor jugador de su historia: Teófilo Cubillas, un morocho sonriente y espigado que clavaba el balón al ángulo como si fuese un don natural. En el partido debut de la selección andina frente a Escocia, Cubillas metió un golazo de tiro libre pegándole con el borde externo de su genial pierna derecha.

En la segunda fase, los equipos clasificados se dividieron en dos cuadrangulares. Según el formato, el ganador de cada uno iría directo a la final. En el cuadrangular A, Países Bajos salió vencedora sin mayores apuros tras ganar dos partidos y empatar otro. Sin embargo, en el otro grupo se dio uno de los partidos más polémicos de la historia de los Mundiales.

En el cuadrangular B, Argentina tenía que golear a Perú para clasificarse a la gran final, en el último encuentro del grupo. Tanto Argentina como Brasil tenían los mismos puntos antes de sus partidos definitivos, sin embargo, los brasileños cerraron venciendo a Polonia 3-1 y obligaron a los locales a meter mínimo cuatro anotaciones para clasificarse. Parecía difícil pero no imposible. De hecho, para el infortunio brasileño, Argentina goleó 6-0 a Perú en el Estadio Gigante de Arroyito y se clasificó a la gran final del Mundial que estaba organizando.

Los jugadores peruanos fueron señalados de ‘vendidos’. En la primera jugada de gol clara del partido, el peruano Juan José Muñante estrelló un balón en el palo estando mano a mano con el portero argentino Fillol. Luego, las anotaciones argentinas cayeron una por una, ayudadas por una pasividad defensiva digna de un equipo amateur. De hecho, el defensa peruano Rodolfo Manzo estuvo bien mansito con los delanteros locales y se jugó el peor partido de su vida. Así mismo, el arquero peruano Ramón Quiroga, quien era argentino de nacimiento, fue señalado posteriormente por su pésima actuación, a través críticas que iban desde su cambio de nacionalidad hasta por haber jugado en el estadio de su exequipo, el Rosario Central.

El exjugador peruano José Velásquez, quien jugó aquel partido contra Argentina, dio declaraciones polémicas en una entrevista para el diario peruano Trome en 2018. “Es una realidad que los dirigentes se vendieron y muchos han investigado, hay hasta libros escritos. Que no tenga pruebas, no quiere decir que no haya pasado. Y seis jugadores también se vendieron, pero solo puedo nombrar a cuatro porque los otros dos son famosos y les puedo dañar sus carreras. Los que puedo nombrar son Rodolfo Manzo, Raúl Gorriti, Juan José Muñante y Ramón Quiroga”.

Luego de la sospechosa goleada, el árbitro Robert Wurtz sentenció el final del partido y Argentina se clasificó a la final de su Mundial. Los jugadores de la selección albiceleste se abrazaron y se besaron las mejillas, mientras el público hondeaba banderas nacionales con el estadio a reventar.

Estallido en la casa Alemann

Juan Alemann era el Secretario de Hacienda de Argentina durante la dictadura comandada por Jorge Videla. Viendo las grandes cantidades de dinero que la nación sudamericana estaba gastando en la organización de su Mundial, Alemann cuestionó los manejos y decisiones que el Almirante Carlos Alberto Lacoste –encargado de las finanzas– estaba ejecutando. No era para menos: el Estado Argentino se había gastado entre 600 y 700 millones de dólares celebrando el máximo certamen del balompié, lo cual significó cinco veces más gastos que en cualquier otra Copa del Mundo.

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Justo cuando Leopoldo Luque marcaba el cuarto de los seis goles argentinos a Perú, una bomba de un kilo y medio estalló frente a la casa del secretario Juan Alemann, en el barrio porteño de Belgrano. La onda expansiva de la explosión hirió de gravedad a la mujer de Alemann, en lo que parecería un acto intimidatorio en represalia por las declaraciones contra el gobierno de turno. “Massera –jefe del centro clandestino de desapariciones ESMA– ordenó que me maten porque me había metido con los gastos del Mundial”, afirmó Juan Alemann en 2005, en una entrevista a la Revista Veintitrés.

Sabotaje color naranja

La gran final del Mundial de Argentina 1978 se jugó el 25 de junio, en el magnífico Estadio Monumental de Núñez. Antes de comenzar el partido, las cámaras enfocaron una pequeña colonia de neerlandeses que saltaron y gritaron cuando su equipo naranja salió al campo. Cuando la selección de Argentina hizo lo mismo, más de 70 mil personas se unieron en una sola voz de apoyo. Parecía que los locales, felices, habían olvidado por un momento que afuera los esperaba la represión, la censura y un presidente que gobernaba a las malas.

Mario Alberto Kempes, el goleador del Mundial con seis dianas, abrió el marcador a los 37′. El matador argentino, de melena y pantaloneta corta, se llevó la pelota en potencia desde la puerta del área y definió por debajo del portero Jongbloed. En el segundo tiempo, Países Bajos alcanzó el empate a través de un fuerte cabezazo de Nanninga, quien se elevó sobre dos defensores argentinos a falta de ocho minutos del final del partido.

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Con el partido a tiempos suplementarios, la afición argentina empujó a su equipo a la victoria. Primero, Kempes marcó la ventaja al 105′ y luego, el argentino Daniel Bertoni sentenció el encuentro anotando otro gol, faltando cinco minutos para el final de la prórroga. El juez Sergio Gonella pitó el final del partido y, seguido de esto, estalló la alegría de los argentinos, quienes hondearon banderas albicelestes y lanzaron papelitos blancos al césped, que caían como copos de nieve. Omar Larrosa, quien había entrado al segundo tiempo en la escuadra local, quiso tener la pelota del encuentro, pero el árbitro central le hizo un amague y no le dio nada.

Al final, el dictador Jorge Videla bajó de su palco sonriendo como pocas veces se le veía, mientras la banda militar saltó al campo para musicalizar el ambiente. Cuando se dio el momento de la premiación, la selección de Países Bajos se abstuvo de saludar a los delegados, pues nunca estuvieron de acuerdo en celebrar el Mundial en tierra de crímenes de estado. A los europeos no se los vio recibiendo medalla alguna, pues el mismo Videla tendría que haberles ofrecido un fuerte apretón de manos y ese era un gesto de cordialidad que no querían recibir de un genocida. Desde luego, lo único que querían sostener los neerlandeses en sus manos era la copa mundial de fútbol.

*Capítulo del libro Disparos a Gol

🚴🏻⚽🏀 ¿Lo último en deportes?: Todo lo que debe saber del deporte mundial está en El Espectador

Por Jhoan Sebastian Cote

Comunicador social con énfasis en periodismo y producción radiofónica de la Pontificia Universidad Javeriana. Formación como periodista judicial, con habilidades en cultura, deportes e historia. Creador de pódcast, periodismo narrativo y actualidad noticiosa.@SebasCote95jcote@elespectador.com

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