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Hay ciertos momentos de la vida en los que nos encontramos en el lugar adecuado en el momento justo. Es lo que me ha pasado a mí en estos últimos días. Desde el 9 de diciembre estoy en Buenos Aires y tuve así la suerte de vivir aquí la alucinante victoria argentina en cuartos de final contra Países Bajos y el baile a Croacia en semifinales. También tendré la enorme suerte de estar en la ciudad para la final del domingo contra Francia, que ojalá sea victoria gaucha para que la copa vuelva por fin, después de dos largas décadas, a Sudamérica.
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Durante estos intensos días repletos de fútbol son muchas las cosas que he podido ver, sentir, entender. De ahí surgen los breves apuntes que siguen y que, a modo de lista de supermercado, intentan ofrecer una pequeña ventana hacia lo que significa el torneo de fútbol más importante del mundo en el país más futbolero del planeta.
Nunca había visto tantas camisetas de fútbol en la calle. Cuando la selección Colombia juega es usual toparse con gente que se dirige a su trabajo con la camiseta amarilla. Aquí, sin embargo, esto es a otro precio. En las calles de Buenos Aires son miles y miles de personas las que cumplen con sus obligaciones cotidianas portando orgullosamente la albiceleste. Casi todas, además, llevan estampado el 10 de Messi en la espalda. Solo De Paul y Di María tienen también algunos tímidos devotos.
La gran mayoría de tiendas, centros comerciales, bares y restaurantes están decorados con letreros, banderines, bombas y demás chucherías de colores azul y blanco. Los lugares, como las personas, están infectados por la fiebre mundialista.
Catar 2022 se escucha: El Espectador a rueda, un pódcast en el que le seguimos la pista al Mundial
En comparación con lo que ocurre en muchos otros países, en Argentina impresiona que no sean sólo principalmente los hombres quienes hablen de fútbol. También las mujeres, e incluso las niñas, intervienen apasionadamente en la discusión. Una tarde, en un café, vi a una madre cantarle a su hijita, que no debía tener más de dos años, una de las barras argentinas buscando enseñarle alguna palabra.
Otro elemento que asombra del amor por la pelota en Argentina es que la gente no solamente sea fanática apasionada de un club y de su selección, sino que además sean muchos quienes
tengan conocimientos de fútbol que vayan más allá de la pura pasión. No es inusual escuchar a un argentino criticar, con fundamentos, la disposición táctica elegida por el entrenador, o teorizar sobre el rol del líbero en una defensa de cuatro, o deslizar algún dato o anécdota sobre la historia del fútbol. Y esto vale tanto para el obrero raso como para el ejecutivo del más alto nivel.
Como buenos latinoamericanos, los argentinos son supersticiosos. Muchos tienen cábalas (o anticábalas) para los partidos: cosas que siempre hacen (o dejan de hacer) los días en que juega la selección y que, están seguros, afecta de manera definitiva el resultado del partido. Algunas pueden ser realmente extrañas. Juro que es cierto lo que cuento a continuación: otro día, mientras comía en un restaurante, escuché a una mujer sentada en la mesa de al lado decir que una tía suya era muy pequeña cuando ganaron la final del Mundial del 86 y que, desde entonces, en su familia habían conservado el pañal que ella usaba aquella gloriosa jornada y que, aún hoy en día, cada vez que juega su selección, lo acomodan a modo de reliquia junto al televisor. No quise preguntar en qué estado se encontraba ese pañal.
Mire nuestro especial: ¿A qué jugamos?, la identidad del fútbol colombiano
The scenes in Buenos Aires 🇦🇷🎉 pic.twitter.com/XjaxQMReXT
— B/R Football (@brfootball) December 14, 2022
Finalmente, pues el espacio me invita a la brevedad, no puedo negar la envidia que he sentido en estos días. Envidia por la seguridad, la garra, la jerarquía, la arrogancia también, de los argentinos cuando juegan, hablan y viven el fútbol, y que tanto contrasta con la apatía, cobardía, y hasta pereza, a las que nos tienen acostumbrados nuestros equipos colombianos. Tras la sufridísima victoria contra Países Bajos, tomé un taxi para regresar al hostal. Como no podía ser de otra manera, con el taxista empezamos rápidamente a conversar sobre el partido.
Él, aún emocionado, me dijo: “Argentina tiene mucho’ huevo’”. Y eso es innegable. Los argentinos sacan lo mejor que tienen cuando más difíciles son los momentos, cuando todo parece perdido. No se arrugan frente a nadie y salen a ganarle a cualquiera (Ese mismo taxista me dijo en ese momento que anhelaba una final entre Argentina e Inglaterra, porque, después de haberlos eliminado de los Mundiales del 86 y el 98, “los ingleses son nuestros hijos”, algo que no está nada mal si tenemos en cuenta que fue en la isla británica donde nació el fútbol).
En fin, las almas de los argentinos parecen ensancharse cuando se asoman a contemplar el fondo del precipicio. No en vano puede leerse en el Martín Fierro:
Lo invitamos a conocer Disparos a gol, la relación entre los Mundiales y la política
Yo soy toro en mi rodeo
Y torazo en rodeo ajeno;
Siempre me tuve por güeno
Y si me quieren probar
Salgan otros a cantar
Y veremos quién es menos
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