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Catar, un pequeño Estado soberano que sobresale de la península arábiga, tendrá los ojos del mundo futbolero entre el 20 de noviembre y el 18 de diciembre. Por segunda vez en la historia, Asia será el escenario de la Copa del Mundo y por primera vez será organizado por una nación árabe.
Los ciudadanos nativos son en casi su totalidad musulmanes y de etnia árabe. Los extranjeros, que comprenden 4/5 partes de la población, según datos de la ONU, han llegado en las últimas décadas en medio del auge de la industria petrolera en el país. La mayoría son provenientes de países de Asia central, como India, Bangladés, Nepal y Pakistán.
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La migración y la explosión económica del oro negro hicieron que un país de poco más de 50 mil habitantes, a mediados del siglo XX, creciera hasta convertirse en una nación de 2.8 millones de personas en la actualidad.
De esa manera, un país que estaba conformado por desiertos y comunidades beduinas, creó en Doha, su capital, una utopía futurística que combinaba rascacielos, extravagancia y lujos occidentales. Ese ‘boom’ fue un beneficio para varios países de la zona como Arabia Saudita, Baréin y Emiratos Árabes Unidos.
Las manos que construyeron el Catar moderno nacieron muy lejos de allí.
El Mundial más inusual hasta la fecha
Catar sorprendió al mundo cuando ganó su derecho a ser sede de la Copa del Mundo un 2 de diciembre de 2010. Los cataríes consiguieron 14 de los 22 votos y lograron su anhelo de ser anfitriones de un Mundial.
A partir de 2010, desde el anuncio de Catar como organizador del próximo mundial, numerosos colectivos de derechos humanos, feministas y personas de la comunidad LGBTI han denunciado abusos y violaciones por parte del Gobierno de Tamim bin Hamad Al Zani.
Los trabajadores migrantes han jugado un papel clave en la realización de la Copa del Mundo. Sin embargo, más allá de los lujosos estadios y las multimillonarias adecuaciones para albergar los 64 partidos del torneo, las obras han estado en la mesa del debate público por las deplorables condiciones laborales de los obreros extranjeros. Los cataríes no solo hicieron ocho escenarios deportivos, sino también invirtieron en autopistas, vías férreas, un nuevo metro y la ampliación de su aeropuerto.
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De acuerdo con Amnistía Internacional, desde que arrancaron las obras han muerto más de 6.500 trabajadores de construcción en la pequeña nación árabe. Denunciaron abusos laborales, retenciones ilegales y condiciones inhumanas. El gobierno catarí comentó que esas cifras son producto de una persecución y que la cifra de obreros fallecidos es mucho menor.
Por ese motivo, algunas selecciones europeas como Alemania, Noruega o Bélgica protestaron en la previa de algunos de sus partidos de eliminatoria con leyendas en sus camisetas que tenían frases como “derechos humanos” o “El fútbol apoya el cambio”. Y, aunque estos equipos mandaron un mensaje, los gestos se quedaron en eso.
La Fifa, señalada por permitir que un país ultraconservador y con denuncias por violación de derechos humanos encima acogiese la Copa del Mundo, decidió llevar a cabo una serie de insistencias con la nación árabe para que mejoren las condiciones laborales.
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Lo anterior provocó que el multimillonario y petrolero país cambiara sus leyes en materia de empleo y aceptara la presencia de veedores, entre ellos, la dirigencia del máximo organismo del fútbol mundial.
La migración y el fútbol catarí
Antes del Mundial, el mundo del fútbol no volteaba sus ojos a Catar salvo para presenciar el retiro de alguna leyenda que tomara la decisión de jugar sus últimos años pensando en la billetera. Su selección era desconocida y rara vez superaba la primera ronda de la Copa Asiática. ¿Clasificar a un Mundial? Imposible.
Con el anuncio de la primera Copa del Mundo en tierras árabes, el Gobierno de dicho país decidió apostarle en serio no solo a la infraestructura, sino también al crecimiento deportivo. Por eso, en cuestión de años pasaron a ser vistos como una cenicienta, a ser uno de los principales equipos de su confederación.
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Trajeron formadores extranjeros al país y se dedicaron a cazar y pulir talentos sin importar si nacieron dentro de sus fronteras o no. Entre los jugadores que llegaron a lo más lejos de ese proceso destaca el delantero Almoez Ali, que nació en Jartum, Sudán. Con nueve goles, el atacante se convirtió en el máximo artillero de la Copa Asiática 2019, la primera conquista internacional del anfitrión del Mundial.
Hay otros futbolistas nacidos en el extranjero que ilusionan a los locales con hacer un papel decente en el certamen. Pedro Miguel Correia (Portugal), Boualem Khoukhi (Argelia), Karim Boudiaf (Francia), Bassam Al Rawi (Irak) y Ahmed Alaa Eldin (Egipto) son algunos de los “extranjeros” que estarán a disposición del español Félix Sánchez en el torneo que arranca el próximo 20 de noviembre.
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