Rusia 2018: Cambia la guerra, cambia el fútbol

Francia, multiétnica y diversa, logró su segundo campeonato en una tierra dominada por Vladímir Putin. Nueva entrega de “Disparos a gol”, del especial de El Espectador sobre Catar 2022; la relación entre el fútbol y la política.

20 de noviembre de 2022 - 02:00 a. m.
Francia, bicampeona del mundo
Francia, bicampeona del mundo

El 24 de octubre de 2017, Lionel Messi fue encarcelado en una celda con escasa iluminación, vistiendo un overol naranja marcado con su nombre y sangrando por su ojo izquierdo como si hubiese recibido una paliza. Por suerte, y aunque resultó intimidante, se trataba de una imagen distribuida en internet. Era propaganda de guerra del Estado Islámico, el cual amenazaba con atacar el Mundial de Rusia 2018, utilizando a la estrella del balompié como carne de cañón. La frase que acompañaba la imagen decía: “están peleando con un Estado que no tiene el fracaso en su diccionario”.

El retrato de Messi no fue la primera amenaza que el Estado Islámico anunció para Rusia 2018. Una semana antes, los radicales distribuyeron la imagen de un militar armado con un rifle AK-47, junto al logo oficial de la competencia y el Estadio Volgogrado de Rusia en el fondo. El título sentenciaba “esperen por nosotros”, en ruso y árabe. Aquella imagen fue compartida internacionalmente a través del sitio Al Wafa, de escaso acceso público en Occidente. Dentro de Rusia, por su parte, el Estado Islámico creó una red de propaganda gracias a la aplicación de mensajería Telegram, que fue prohibida por órdenes del presidente Vladimir Putin en 2018.

Sin duda, las amenazas contra el Mundial producían escalofríos: durante la década, estos yihadistas –extremistas de la rama sunita del islam– han sido responsables de al menos 25 ataques de gran magnitud en Occidente, todo porque consideran a sus habitantes “enemigos de Alá” y merecedores de “golpes a la cabeza”. Las víctimas mortales se contaban en miles, en actos que iban desde inmolaciones hasta tiroteos públicos. El Estado Islámico le estaba declarando abiertamente la guerra a Rusia, amenazando con agredirla cuando los ojos del mundo estaban sobre ella. ¿Qué culpa tenía Rusia? Bueno, el presidente Vladimir Putin había consolidado campañas constantes de intervención militar en Medio Oriente, donde los yihadistas controlaban bastas porciones de Irak y Siria –alrededor de 88.000 km².

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El Estado Islámico, de hecho, logró su máxima expansión tras haberse asentado en Siria. En el país asiático tomaron la capital Raqqa y, con esto, una fuente abundante de petróleo para exportar –de la cual Rusia se beneficiaba con anterioridad, a través de acuerdos militares y económicos–. Raqqa, además, funcionó como la capital de facto del autoproclamado califato del líder al-Baghdadi, cuya misión sería elevar todo un imperio de pueblos musulmanes en Medio Oriente. Como Rusia y Siria han sostenido una relación amistosa desde mitad del siglo XX, el presidente Putin situó su ejército allí para evitar la expansión del califato.

No obstante, el Estado Islámico era despiadado. El 11 de abril de 2018, los yihadistas propagaron una nueva imagen amenazante, cuyo protagonista era el mismísimo Vladimir Putin. Se trataba de una apocalíptica escena del estadio San Petersburgo volando en pedazos, mientras el presidente ruso era apuntado por la mira de un fusil de francotirador. Esta vez, el mensaje iba contra el intervencionismo militar de Rusia en Siria: “Putin, no crees. Pagarás el precio por matar musulmanes”.

Sin embargo, la peor ilustración se difundió el 17 de mayo de 2018, a tan solo un mes del inicio del Mundial. El ‘planeta fútbol’ despertó con la imagen de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo gritando de rodillas, mientras ambos eran decapitados por un par de yihadistas que sostenían los cuellos de sus víctimas. “El suelo estará cubierto con tu sangre”, fijaron en el mensaje. Qué táctica miserable. El modus operandi más distinguido del Estado Islámico era, precisamente, cortar el cuello de espías, periodistas y opositores, y distribuir tales escenas en videos de alta definición. Dentro de movimiento terrorista había comunicadores que se habían formado en Occidente, cuya labor consistía en hacer de la masacre una experiencia cinematográfica. Como lo describe la BBC, en su artículo Siete preguntas para entender qué es Estado Islámico y de dónde surgió, hasta el grupo Al Qaeda considera tales estrategias como “extremas”. Y sí, lo dicen los mismos extremistas que estallaron cuatro aviones en Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001.

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El Gobierno de Rusia, sin embargo, tomó las medidas de seguridad correspondientes para su gente, los hinchas por venir y los protagonistas del espectáculo. Primero, se solicitó la identificación de todos los hinchas con un Fan ID, cuyo objetivo sería individualizar a todas las personas que asistiesen a los partidos. Así lo confirmó Alexander Shprygin, líder de la Unión de Hinchas Rusos, en una entrevista con la Agencia Alemana de Prensa: “La policía está realizando un trabajo especial de cara a los hinchas. No pasan por alto ni una violación a una norma en un estadio”. Y, segundo, se convocó alrededor de 40.000 especialistas de seguridad para los 12 estadios, entre los cuales se destacaba una unidad de batalla legendaria: los cosacos. La fuerza especial de cosacos estaba encargada, principalmente, de resguardar los aeropuertos mientras patrullaban en caballos. De hecho, son reconocidos por haber sido la caballería más poderosa de la historia, defendiendo las fronteras rusas desde antes del siglo XVII. Después de tantos dolores de cabeza, el Mundial de Rusia 2018 se puso en marcha.

Por suerte, las amenazas del Estado Islámico terminaron siendo eso, amenazas. Y a pesar de sus aspiraciones rimbombantes, cayeron derrotados a mediados de 2019 por una alianza militar entre Irak, Rusia, Siria y Estados Unidos. Luego, el 27 de octubre de 2019, en una operación estadounidense en Siria, el supuesto califa al-Bagdadi se suicidó tras ser acorralado por militares americanos, inmolándose con un chaleco explosivo en compañía de tres de sus hijos. “(…) murió como un perro, como un cobarde”, anunció el presidente estadounidense Donald Trump en conferencia de prensa.

El intento de boicot anglo-croata

A finales de 2014, el Mundial de Rusia pudo quedarse sin las mejores selecciones europeas. En aquel entonces, David Bernstein, presidente de la Federación Inglesa de Fútbol, hizo un llamado a las delegaciones UEFA más importantes para sabotear el Mundial de Rusia 2018. “Suena drástico pero, francamente, esto ha continuado durante años, no está mejorando, va de mal en peor en peor –dijo Bernstein al diario inglés BBC–. Hay 54 países dentro de la UEFA. Están Alemania, España, Italia, Francia y Países Bajos, todos poderosos. No puedes celebrar un Mundial serio sin ellos. Tienen el poder de influir si tienen la voluntad“.

Bernstein estaba furioso por el sospechoso actuar de la FIFA, la cual ocultaba un documento que podía hacer temblar a toda su dirigencia: el Informe García. Se trataba de una investigación profunda sobre el proceso de licitación del Mundial de Rusia 2018 y de Catar 2022, que sostenía una serie de irregularidades a revisar –entre ellas el soborno–. El investigador Michael J. García entregó un informe con 350 paginas cuando terminó, sin embargo, la comisión ética de la FIFA, encabezada por Hans-Joachim Eckert, entregó públicamente un resumencito de 42 páginas. ¿Qué esconderían? Al final, ninguna delegación europea le hizo caso a Bernstein, quizás porque estarían salpicados o porque no encontraron razones para faltar a la máxima fiesta del fútbol.

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Cuando el Informe García se reveló el 27 de julio de 2017, los periodistas encontraron una que otra perla sobre Catar 2022. Según el diario español MARCA, “se pagó dos millones de euros a la hija de 10 años de un dirigente FIFA”. Además, “el informe demostró que Catar se acercó al Mundial con regalos”, lo cual ya había sido denunciado, en 2014, por el diario inglés The Sunday Times. De hecho, The Sunday Times demostró que Mohamed bin Hammam, expresidente de la Asociación Catarí de Fútbol, pagó alrededor de 3,6 millones de euros en sobornos, todo para acrecentar una voz de apoyo a la elección de Qatar 2022. Bin Hammam, que también fue presidente de la Asociación de Fútbol Asiática, ya había sido expulsado de la FIFA por intentar comprar votos para su elección como presidente del máximo organismo del fútbol.

Aunque Rusia 2018 se vio salpicado por presunciones de corrupción, la vibrante cuenta regresa al Mundial hizo que todos restaran importancia a lo extra-futbolístico. Así entonces, el 14 de junio de 2018, se dio inicio al primer Mundial en Rusia y en dos continentes a la vez. La mayoría de estadios -11- quedaban en la parte europea de Rusia, mientras que el estadio de Ekaterimburgo celebró sus partidos en Asia. Esta vez, la mascota del certamen fue el lobo Zabivaka, que parecía más bien una figura para los Juegos Olímpicos de Invierno, todo porque llevaba unas gafas de esquiador y un pelaje espeso para contrarrestar el frío.

Mientras la mitad de la humanidad veía el Mundial por televisión, había un país donde sus habitantes tenían que ingeniarse otras maneras: Ucrania. El Gobierno Ucraniano decidió no comprar los derechos televisivos de Rusia 2018, a raíz la usurpación de Crimea por parte de la Federación Rusa –la pequeña península fue parte del territorio ucraniano hasta 2014–. Inclusive, la dirigencia ucraniana prohibió enviar corresponsales de prensa al máximo torneo del fútbol. En medio de tales confrontaciones diplomáticas, un futbolista croata dio algo de vida a los reclamos de Ucrania. El 7 de julio, en el Estadio Olímpico de Sochi, el defensor Domagoj Vida anotó el transitorio 2-1 a los locales rusos, en un partido por los cuartos de final. El croata gritó “¡gloria a Ucrania!”, mientras celebraba el triunfo parcial. Vida tenía un sentimiento especial por Ucrania, pues había jugado en el Dinamo de Kiev, el equipo que representaba la capital del país. Al final, la FIFA se lavó las manos con un comunicado en el cual se aseguraba haber enviado una advertencia a Domagoj Vida por su declaración filmada. Entre tanto Vida, que alcanzó la gran final con su selección, fue abucheado en todos los estadios donde jugó después de la arenga.

Era un preludio de la guerra que azota a Europa por estos días...

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Perestroyka: reformas tecnológicas del fútbol actual

El Mundial de Rusia 2018 fue revolucionario. Por primera vez en la historia del torneo, se usó una herramienta tecnológica, que podía enmendar, en tiempo real, las decisiones arbitrales más importantes: el VAR (Arbitro Asistente de Video, por sus siglas en inglés). Cuando la decisión sobre una jugada clave resultada dudosa, el juez central recibía una llamada desde el VAR, invitándole a revisar la acción en una pantalla de video. La efectividad de la herramienta fue elogiada por el presidente de la FIFA, Gianni Infantino: “Antes del VAR, el 95,73% de las decisiones arbitrales ya eran correctas y gracias al VAR ese porcentaje ha subido a 99,30% (...) Cuando uno mira en el diccionario el significado de la palabra ‘progreso’ es que las cosas mejoren respecto a antes y eso lo estamos consiguiendo”, afirmó el dirigente, en una nota del diario español ABC, publicada el 15 de julio de 2018.

La implementación del VAR, en el Mundial, cerró de tajo todos los tabúes que existían sobre la inclusión de la tecnología en el fútbol. Además, el VAR resultó el ejemplo más claro de la nueva era del fútbol: chalecos con GPS para medir el rendimiento de los futbolistas, decenas de cámaras en los estadios para revisar cada acción de juego, contratación de futbolistas a través de análisis en video, resultados en tiempo real y consultados en aplicaciones de celular, que cambian las disposiciones tácticas de los equipos.

Sin embargo, la tecnología puede desnaturalizar el juego, si no se usa de manera ética. Es el caso de Japón vs Polonia, en la última fecha del Grupo H del Mundial de Rusia 2018. Los nipones perdían 1-0 con los europeos, sin embargo, se estaban clasificando por tener un mejor juego limpio que Senegal –el cual estaba perdiendo, al mismo tiempo, 1-0 con Colombia–. La selección de Japón, al tanto de su inminente clasificación a octavos de final, gracias a información en tiempo real que brinda internet, decidió transitar el balón entre su defensa y mediocampo, protagonizando los minutos más sosos del Mundial. “Qué pena lo de Japón y Polonia. Paseando el balón con un descaro monumental. Vaya porquería. #JAP va a calificar por el criterio de Fair Play. Asqueroso”, twitteó el periodista Carlos Ponce de León, director del diario deportivo mexicano RECORD.

La maniobra de Japón en Rusia 2018, trajo a la memoria la polémica clasificación de Perú y Colombia al Mundial, en la última fecha de las eliminatorias sudamericanas. Radamel Falcao, capitán colombiano, habló con el defensa peruano Renato Tapia –en pleno partido–, para comunicarle que el empate parcial 1-1 clasificaba a ambos equipos al Mundial. Ambas selecciones dejaron de atacar. “Sabían cuál era la situación en los otros campos y se manejó el partido como se tuvo que manejar. Hablé con Falcao y me dijo que ya estábamos los dos adentro… Estamos felices de haber logrado la clasificación”, afirmó Tapia después del partido. El hecho fue catalogado como el ‘Pacto de Lima’. La selección de Chile, que al tiempo perdía 3-0 con Brasil, dependía de una victoria colombiana para clasificarse al Mundial. Sin embargo, como peruanos y colombianos pactaron su clasificación, Chile se quedó por fuera de Rusia 2018, aunque era bicampeón de la Copa América 2015 y 2016.

Ocho meses después, durante el Mundial de Rusia 2018, Colombia obtuvo un resultado regular, en contraste con la presentación memorable de Brasil 2014. Los dirigidos por José Néstor Pékerman cayeron en octavos de final contra un Inglaterra compacto en todas sus líneas. Los colombianos, a pesar del gol agónico de cabeza de Yerry Mina, que empató el partido en el último suspiro, salieron eliminados tras perder 4-3 en disparos desde el punto penal.

El ave albanesa

El 22 de junio, durante el Mundial de Rusia 2018, el Estadio Kaliningrado estaba envuelto en un ambiente de silbidos y arengas intimidantes. Los aficionados de Serbia revelaban su desprecio a dos jugadores del seleccionado de Suiza: Granit Xhaka y Xherdan Saquiri, quienes jugaban para la selección helvética, aunque tienen ascendencia albano-kosovar. Ambos futbolistas representaban una guerra recién librada, cuyo antagonista fue la misma nación de Serbia. De nuevo, los conflictos yugoslavos se tomaban el Mundial.

La selección de Serbia ganaba el partido con un gol de ‘camerino’ de Mitrovic. Sin embargo, en el segundo tiempo, un zurdazo de media distancia de Granit Xhaka, cuya potencia rompió el arco, empató el partido al 52′. El espigado volante, de pelo negro desvanecido y cejas depiladas rectas, corrió en dirección de la tribuna más cercana, sacó la lengua y cruzó sus manos para darle forma a un ave de dos cabezas con sus dedos pulgares, cuyas alas eran sus dedos restantes –todo mientras clavaba sus ojos en las miradas alegres de los aficionados suizos–.

No era un ave cualquiera, se trataba del águila bicéfala negra de la imponente bandera roja albanesa. Aunque Granit Xhaka nació en Basilea, Suiza, sus padres son oriundos de Kosovo, un pequeño país cuya población es en su mayoría albanesa. Tal es la relación con aquel territorio, que su hermano mayor, Taulant Xhaka, juega para la selección nacional de Kosovo. El festejo de Granit Xhaka, además, tenía una connotación aún más conmovedora: su padre, Ragip, fue prisionero político del ejército yugoslavo en 1986, el cual estaba controlado por la Serbia y Montenegro de Slobodan Milosević. Cuando Ragip fue liberado, casi cuatro años después, no tuvo otra opción que salir de Kosovo y buscar una vida mejor en Suiza, lejos de las Guerras Balcánicas que estaban por librarse. El padre del futbolista emigró junto a su actual esposa Elmaze, a quien conoció tan solo tres meses antes del arresto.

Tras el empate de Suiza, el partido entró en la disputa típica de dos equipos que se miden, entendiendo que un error puede costarles el partido –en este caso, la clasificación a octavos de final del Mundial–. Faltando un minuto para el final del encuentro, Xhaka se desmarcó en la mitad del campo para recibir un pase frontal. Una vez allí, giró su cuerpo hacia el arco rival. Al mismo tiempo, Xherdan Shaquiri, quien quedó como último hombre en ataque de Suiza, marcó una diagonal hacia dentro con toda la velocidad que lo caracteriza. El delantero recibió el pase de Xhaka en la mitad del campo, escapándose de la línea defensiva de Serbia. Tras domar el balón con su pie, dio tres alargues en 40 metros para quedar frente al portero serbio Stojković, a quien le cruzó un remate con pierna izquierda. De nada valieron los esfuerzos del defensor serbio Tošić, quien agarró a Shaquiri como pudo de la camiseta, antes de lanzarse de barrida y caer rendido a sus pies.

Antes de que cruzase la línea, Shaquiri miró el balón asegurándose de que ningún aguafiestas hubiese llegado a sacar el gol –¿Qué futbolero no sueña con un gol al último minuto? –. Al igual que su compañero –y asistente– Xhaka, el delantero corrió hacia el banderín de tiro de esquina mostrando con sus manos la misma águila bicéfala albanesa que había volado unos minutos antes. Luego, para cerrar su celebración, se quitó la camiseta para forzar su musculatura. Resultado final: Suiza 2 – 1 Serbia. Los guayos de Shaquiri, por cierto, delataban sus intenciones políticas: en el botín izquierdo estaba ilustrada la bandera suiza, y en el botín derecho la azul con amarillo, de seis estrellas, de Kosovo.

La historia de Shaqiri comienza en 1992, cuando sus padres –Isen y Fatime– emigraron de Kosovo. La pequeña república balcánica era una provincia perteneciente a Serbia y Montenegro, que sufría la xenofobia aplastante de Slobodan Milosević. El mandatario, en aquel entonces, programó una colonización serbia en Kosovo, la cual le arrebató el empleo a más de 80.000 albanokosovares. Todo terminó en una migración de ciudadanos a gran escala, entre los cuales se encontraba el padre de Shaquiri –quien se desempeñaba como granjero–. La familia de Xherdan Shaquiri emigró a Suiza, donde el futbolista dio sus primeras patadas de gol.

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Al final del triunfo suizo sobre Serbia, en el Mundial de Rusia 2018, la Federación de Fútbol de Kosovo celebró tal victoria como suya, a través de su cuenta de Twitter. “Solo jugaron contra tres de los nuestros, imaginad si jugaran contra 11... Por esto nunca quieren enfrentarse a nosotros. Orgullosos de ser albaneses”, destacaron los kosovares, junto a una fotografía de Shaquiri y el águila albanesa ‘volando’ entre sus manos. La federación de Kosovo se refería a tres jugadores, porque en la nómina suiza también estaba Valon Behrami, quien nació en Kosovo en 1985. Curiosamente, el padre de Behrami se llama Ragip, al igual que el padre de Xhaka, y fue despedido de la empresa de plástico Koplast, bajo la misma doctrina que obligó a Isen –padre de Shaquiri– a buscarse un trabajo en otro país.

Déjà vu francés

La selección de Francia arribó a Rusia 2018 con una nómina insólita. La convocatoria de Didier Deschamps estuvo nutrida de futbolistas habilidosos que provenían de todas partes del mundo, inclusive de lugares donde el Imperio de Francia nunca plantó su bandera. Si la selección gala del 98′ era multiétnica, la nómina para Rusia 2018 fue una mixtura internacional para el beneficio de los hinchas franceses.

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Para empezar, estaban quienes nacieron fuera de Francia: Samuel Umtiti proveniente de Camerún, Thomas Lemar nacido en la isla caribeña de Guadalupe y Steve Mandanda originario de la mítica Zaire, la misma nación cuya selección pateó un tiro libre al revés en el Mundial de 1974. Luego, estaban aquellos con ascendencia europea vecina: Lucas Hernández, que, como su nombre lo devela, proviene de españoles, y Antoine Griezmann, cuyo padre es alemán y su abuelo materno portugués. Por otro lado, estaba Raphaël Varane, cuyos padres nacieron en Martinica, una isla paradisiaca del Caribe. Sin olvidar el caso extraño de Alphonse Areola, que tiene ojos rasgados porque sus padres son de Filipinas.

Además, en la selección de Deschamps, estaban aquellos futbolistas heredados del Imperio francés en África, cuyos ancestros emigraron a Francia durante el siglo XX. De Guinea, Paul Pogba; de Togo, Corentin Tolisso; de Angola, Blaise Matuidi; de El Senegal, Bejamin Mendy; del Protectorado de Marruecos, Adil Rami ––hasta 2019 pareja de la Playboy Pamela Anderson–; de Congo, Steven N’zonzi y Presnel Kimpembe, cuya madre, aparte, es originaria de Haití; de Argelia, Nabil Fekir y Kylian Mbappé, y de Mali, N’Golo Kanté, Djibril Sidibé y Ousmane Dembelé.

Hablando de jugadores franceses, se dio un fenómeno igual de interesante durante el Mundial. ¡Francia les suministró 28 futbolistas a los demás equipos del certamen! Estos futbolistas franceses –de nacimiento– se repartieron en las selecciones de Túnez, Marruecos, Portugal y Senegal. Y, por si fuera poco, se dio una estadística aún más curiosa, que describe la conexión del fútbol y los fenómenos geopolíticos contemporáneos: el 11,14% de todos los futbolistas que se calzaron botines en Rusia 2018, nacieron en países diferentes a los que representaron.

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Ahora bien, durante el Mundial de Rusia 2018, la selección de Deschamps tuvo un rendimiento espectacular. Los franceses lideraron el Grupo C con siete puntos, producto de dos victorias y un empate contra Dinamarca, a quienes les jugaron con la suplencia. En octavos de final, golearon 4-3 a Argentina, marcando el gol más bonito del certamen: una media volea de Benjamin Pavard, quien acarició la pelota ‘a tres dedos’ para colgarla al ángulo del portero argentino Armani. En cuartos de final, vencieron 2-0 a Uruguay, con goles de Raphaël Varane y Antoine Griezmann. En semifinales, los derrotados fueron los belgas, quienes perdieron 1-0 con gol del defensa central Samuel Umtiti. Y así, Francia se clasificó a su tercera final en la historia.

La gran final del Mundial de Rusia se jugó el 15 de julio de 2018, en el Estadio Luzhniki de Moscú –llamado Central Lenin durante la época soviética–. La ceremonia de clausura estuvo a cargo de Nicky Jam y Will Smith, entre otros artistas, quienes cantaron el tema oficial Live It Up. En el momento clímax del evento, el mismísimo Ronaldinho tocó los tambores mientras sonreía. Al frente de los galos se plantó la selección de Croacia, siendo el primer país exyugoslavo en alcanzar una final, y arrastrando 90 minutos de juego más que Francia, debido a que todos sus partidos de eliminación directa se fueron al alargue. Durante la gran final, los franceses dieron espectáculo de buen fútbol, luciendo más veloces y efectivos que los balcánicos. De hecho, al 65′ estaban ganando 4-1 con goles de Pogba, Mbappé, Griezmann y un autogol de Mandžukić. Croacia reaccionó un poco al 69′, cuando el propio Mandžukić anotó el definitivo 4-2, arrebatándole un balón al portero Lloris en el área chica. Teniendo su rival cansado y contra las cuerdas, Francia manejó el balón hasta el pitazo final, y se coronó bicampeón en Mundiales de Fútbol.

Al final, el más feliz de todos fue el técnico Didier Deschamps. El estratega francés también había sido amenazado de muerte por parte del Estado Islámico, el 27 de octubre de 2017, en una imagen donde vestía overol naranja como preso de Guantánamo. Deschamps tenía sus dos manos encadenadas, mientras un yihadista le apuntaba con un revólver por, según el texto de la propaganda, ser “enemigo de Alá”. Como la amenaza del Estado Islámico terminó siendo virtual, el técnico francés dirigió su equipo hacia la victoria sin problema alguno. De hecho, Deschamps solo quedó prisionero de una estadística admirable: campeones del Mundial como jugadores y como entrenadores –junto a Mário Zagallo y Franz Beckenbauer–. Didi, como le dicen de cariño, ganó siendo mediocampista en Francia 1998, y repitió trofeo al mando de un equipo multiétnico en Rusia 2018.

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