Rodrigo Valdés, ¡el verdadero Rocky!

Deja la enseñanza de un ser humano lleno de cualidades indiscutibles por su sentido solidario, por su forma humanitaria de actuar, de querer.

ANTONIO ANDRAUS BURGOS
20 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.
Rodrigo Valdés, ¡el verdadero Rocky!
Foto: AFP - STRINGER

Quienes tuvimos la excepcional oportunidad de conocer de cerca, muy de cerca, a Rodrigo Valdés, tenemos que expresar, sin temor a equivocarnos, que fue sencillamente “el verdadero Rocky’’, el hombre que supo superar todas las dificultades de la vida, tanto personales como deportivas; más aún, que emergió en un mal momento para estar como grande entre los grandes, en la división del peso mediano, en una época en donde había verdaderos gladiadores.

Sin dedicarnos en estas líneas a sus épicas confrontaciones en los cuadriláteros del mundo, ampliamente conocidas y divulgadas en los últimos días, como las dos peleas con el esgrimista argentino Carlos Monzón, o las que sostuvo frente a Bennie Briscoe “El Robot de Filadelfia’’, para apenas citar a dos de sus más cotizados y dignos rivales, Rodrigo creció de la mano del inolvidable periodista Melanio Porto Ariza, que lo condujo por el sendero de la fama y de la gloria, cuando muchos desconfiaban de él como un verdadero boxeador con clase, pundonor, gallardía y determinación a la hora de decidir los combates.

Con Melanio, cuya semblanza general esta plasmada en el autobiográfico libro Rodrigo Valdés, el Condor del Ring’, el “Rocky’’ de verdad, no el de la película, encontró las vertientes que lo condujeron a los grandes triunfos y a la conquista de la corona mundial de los medianos, una de las más completas y versátiles en el mundo del boxeo.

Con Melanio aparecieron en el camino de Rodrigo el formidable entrenador cubano-americano Antolín “El Chino’’ Sánchez Govin; Bob Arum, para esos años el afamado gran promotor norteamericano de la empresa Top Rank; Emilie Griffith, cuyas sapiencia y experiencia pugilística la ofreció de tiempo completo para darles un plus extraordinario a las calidades pugilísticas del hijo de la calle del Arsenal en Cartagena; José Godoy, un boxeador de prácticas de tiempo completo quien se entregaba, para ofrecerle la resistencia que necesitaba para que sintiera lo difícil que era enfrentarse a tan encopetados contrincantes; el médico cirujano y gran amigo Armando Pomares, cuya presencia le ofrecía tranquilidad espiritual y personal, con cuyos consejos se sentía más que consentido, mimado, pero por encima de todo, consciente de la realidad que tenía que vivir, nombres que se nos vienen a la cabeza, ahora cuando el extraordinario peleador se ha ido de este mundo.

“Rocky’’ Valdés deja la enseñanza de un ser humano lleno de cualidades indiscutibles por su sentido solidario, por su forma humanitaria de actuar, de querer a su gente más cercana, a toda su familia; con un estilo y aguaje, como se dice en términos muy costeños, como muy pocos; sonriendo a mandíbula batiente con cada cita que le causaba hilaridad; nunca dejó de ser lo que siempre fue, un hombre humilde, sencillo, que supo sortear con altura y estatura muy digna la fama y la gloria, que supo administrar sus bienes y su dinero como muy pocos atletas lo han hecho en Colombia, sin pretensiones de ninguna naturaleza, y bajo la consigna de querer al prójimo como a sí mismo.

Su trayectoria como boxeador queda en la historia, reseñada sin discusión alguna, como uno de los más grandes entre los grandes que ha dado el boxeo colombiano, en una división como la de los medianos, en donde la calidad empieza por ser resistente, con buena pegada y fuerte para los embates de los rivales. Valdés era más que eso: era fuerte, un fajador de tiempo completo, guapo con par de “aspirinas’’ que no se compran en la botica de la esquina, señor dentro y fuera de los tinglados.

Se ha ido un grande del deporte colombiano, no hay duda de ello. Se ha ido de este mundo un pugilista de tiempo completo. Se ha ido el ser humano mejor calificado entre propios y extraños. Se ha ido el Rocky que nos enseñó a ganar y a perder, porque hasta en las derrotas, Rodrigo era elogiado. Se ha ido, en fin, una persona excepcional, cuyo perfil lo hará la historia, con la grandeza que no solo se merece sino que además, dignifica al deporte y al boxeo colombiano de todos los tiempos.

Paz en la tumba de Rodrigo Valdés, el verdadero Rocky de la vida real, el hombre que encumbró y catapultó el nombre de Colombia en la división de los medianos del boxeo, el ser humano que trascendió para dejar una estela de grandeza que jamás podrá ser olvidada; la persona que padeció, que sufrió hasta lo indecible, pero que jamás claudicó ante las adversidades de la vida, de su salud y ante sus rivales de tanta jerarquía que encontraron en él una muralla inexpugnable cuando estaba sobre el cuadrilátero a costa de dejar su nombre escrito en letras con sangre y sudor, en algunas ocasiones perdiendo, pero en otras ganando… ¡Qué grandeza tenía!… ¡Qué calidad exhibía!… ¡Qué pundonor derrochaba en todos sus combates!… ¡Qué gran calidad humana tenía!…

Rodrigo Valdés, el Rocky, el humilde de siempre, el hombre de la hazañas dentro y fuera de los cuadriláteros, el ser humano generoso y caritativo, amigo de sus amigos y amante del deporte, se ha ido del mundo terrenal, pero espiritualmente vivirá entre todos los colombianos per saecula saeculorum.

*Periodista especializado en boxeo. Cubrió para El Espectador las principales peleas de Rodrigo Valdés.

Por ANTONIO ANDRAUS BURGOS

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