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Mirar a los ojos: la revolución de Pékerman

El legado del entrenador argentino en la selección de Colombia. Los dos mundiales consecutivos y las distorsiones que genera su nostalgia. “¿A qué jugamos?”, nueva entrega.

Thomas Blanco
02 de septiembre de 2022 - 08:00 p. m.
José Néstor Pékerman en un partido de las Eliminatorias Sudamericanas camino al Mundial de Brasil 2014.
José Néstor Pékerman en un partido de las Eliminatorias Sudamericanas camino al Mundial de Brasil 2014.
Foto: Óscar Pérez

“Good afternoon, can I have a bottle of champagne? Please”, fue la llamada que recibieron desde el lobby de una lujosa suite en un apartamento con vista al mar de Miami en enero de 2012, días después de la celebración de Año Nuevo. Tocaba seguir festejando: el anuncio venía en camino.

Un camarero paisa fue el que subió y tocó la puerta para servir la champaña. Adentro estaban Luis Bedoya, presidente de la Federación Colombiana de Fútbol; Ramón Jesurún, cabeza de la Dimayor; el empresario Robert Sabat y ellos dos: José Pékerman y a su lado, con sus gafas oscuras y melena larga, su representante, Pascual Lezcano. Mientras llenaba las copas, el mesero solo reconoció al entrenador argentino, según reseña el libro Colombia es Mundial (Planeta), de Javier Hernández Bonnet.

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—¿Vos sos José? ¡Noooo! Qué berraquera verlo por acá, hermano. Por ahí escuché que se va a dirigir a Colombia... pero ojo con esos directivos que tenemos en el fútbol colombiano que, le digo, son unos aviones. Hasta en radio escuché que Martino no firmó porque los directivos no son serios y las convocatorias y los partidos los manejaban ellos y no el técnico. Imagínese... usted no se deje meter los dedos en la boca don José...

—Mucho gusto —respondió José con una sonrisa pícara— le presento al presidente de la Federación Colombiana —dijo, señalando a Luis Bedoya.

—Uy, perdónenme. Yo solo dije lo que escuché por radio. Mis excusas —dijo el mesero mientras salía avergonzado de la habitación.

—Pero bueno, presidente, ¿le creo al mesero o a usted? —dijo José en tono festivo. Y las risas de Bedoya y Jesurún completaron la escena. Ya todo había quedado claro la noche anterior. Mientras tanto, en Bogotá ya se estaba redactando el comunicado oficial.

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El nudo de la deliberación había sido en el restaurante de carnes argentinas The Knife. “Quiero total independencia, esa es mi mayor condición”. Y seguían debatiendo mientras los meseros iban ofreciendo cortes de carnes y copas de vino. Casi no se ponen de acuerdo. Pero hubo luz verde: cambiaría el modelo de trabajo. “Bueno, pero necesitamos resultados de una vez”, le respondieron.

Pékerman, siguiendo la filosofía de Marcelo Bielsa, su predecesor en la dirección técnica de la selección de Argentina, aisló al equipo. Las nóminas titulares ya solo saldrían una hora antes de los partidos, el plazo máximo permitido por la FIFA, las convocatorias también se conocerían rasguñando los deadlines y ya los periodistas consagrados no tendrían un teléfono rojo directo con el entrenador de la selección. El argentino marcó un precedente en el fútbol colombiano, que cuando había un partido de selección estaba lleno de polución con temas que no tenían que ver con el fútbol.

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Su estreno oficial fue en Lima en la quinta fecha de las eliminatorias. Perú fue muy superior y Colombia jugó mal. El gol del triunfo 1-0 llegó cuando el equipo pasaba sus peores afugias. Dorlan metió una asistencia de espaldas a un toque para que James anotara su primer gol en la selección, que ahora era gobernada por uno de sus futuros padres futbolísticos. Pero siete días después, Colombia perdió 1-0 ante Ecuador en Quito. Caos... “Vamos a terminar igual que siempre”, retumbaba el voz a voz.

El 7 de septiembre de 2012, José dio a luz a su equipo con una categórica goleada 4-0 a Uruguay en Barranquilla con goles de Falcao, Zúñiga y un doblete de Teo Gutiérrez, el mejor bajo para la guitarra eléctrica de Radamel, por esos días, en su prime, uno de los mejores delanteros del planeta. Todo en un 4-2-2-2 de un equipo del que, por su sistema, se escribió esa tarde soleada en el Metropolitano como un déjà vu de aquellos años 90 de Maturana.

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Luego viajaron a Santiago y le ganaron 3-1 a Chile con un gol de tiro libre de James. En cuatro días, Colombia pasó del sexto al segundo lugar de las eliminatorias y resucitó sus aspiraciones de clasificar a una Copa del Mundo. Todo empezó a fluir con una naturalidad que no se puede forzar, que a veces, serendipia, llega. Y llega para asentarse. En esa concentración se instaló un nuevo chip, se inyectó otra sangre: se le podía ganar a cualquiera. Esa fue su revolución.

Una que, a pesar de la lesión de Falcao, su futbolista capital, pudo sostener en el Mundial de Brasil con nuevos planos con un James más finalizador que terminó de goleador del torneo y figura de Colombia, quinta en esa Copa del Mundo en el nirvana del fútbol colombiano. ¿Se podía aspirar a ganar un Mundial? Se podía. Al menos esa era la sensación de hambre y tensión competitiva de ese plantel.

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El segundo mandato de Pékerman fue la antítesis del primero. La nostalgia, con el tiempo, limpia el tablero de todas las malas tintas. Confunde a la memoria, arbitraria. La Copa América de Chile de 2015 fue un fracaso rotundo por funcionamiento y resultados. El éxtasis del país tuvo un freno de mano. En la Copa América Centenario (terceros) hubo una mejoría. Pero, no hubo click y esas eliminatorias, en contravía de la voluntad de José, se terminaron compitiendo pensando en el día, no en el futuro. Atajos.

No le ganaron a ninguno de los otros cuatro bravos del continente en esos ocho partidos. Solo se ganó un partido en de local en la segunda vuelta, cuatro en total, y el equipo soló mostró esa alegría del primer ciclo en el triunfo 3-1 sobre Ecuador, en Barranquilla. Y aparecieron los dardos al blindaje del equipo, a veces con vidrios demasiado oscuros, a la figura misteriosa de Pascual Lezcano y a algunos nombres en las convocatorias criticables. El punto de ebullición de esa tensión llegó en la previa de un partido ante Bolivia en Barranquilla por la fecha trece, en la que James le hizo pistola a un fotógrafo de un periódico. Ese partido lo terminó ganando Colombia escupiendo un 1-0 con un rebote tras un penal de James. Las segundas partes no son buenas, ¿o sí?

En el Mundial de Rusia, la historia fue calcada, salvo el 3-0 a Polonia, un oasis. Y José, tras seis años y siete meses, con su relación con la directiva desgastada, dejó al equipo. Un total de 2.421 días, lo que lo convirtió en el técnico más longevo al mando de la selección por encima de los 2.133 días —en cuatro ciclos distintos— que dirigió Francisco Maturana.

No habló mucho, si lo hizo fue por obligación. Por protocolo. Los meses pasaron, el silencio llamó la atención y sonaron los disparos. Pero cuando llegaba el momento, José tomaba el micrófono: calma, tranquilidad, respeto. Se fue cabizbajo, con un nudo en el estómago por tener que guardarse lo que no le gustó, lo que le molestó, lo que lo alejó de forma definitiva del país que lo arropó como un colombiano más.

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Por lo atropellado del segundo ciclo, del afán del día a día, no pudo dejar un lienzo con mucha pintura táctica y un nutrido recambio generacional, pero la sangre caliente de mirar a los ojos a cualquier equipo del mundo sigue vigente, es hereditaria. José Pékerman, tercer nivel de Inception, cambió la mentalidad del futbolista colombiano.

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