En Colombia los empleadores deben entregarle al empleado, siempre y cuando la profesión lo requiera, cada cuatro meses una dotación (un par de zapatos y una muda de ropa acorde con las funciones y el clima), de acuerdo con el Código Sustantivo del Trabajo (CST). Dicha rotación de prendas de vestir y de calzado genera un gran impacto ambiental.
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Aunque hasta hace unos años esta situación pasaba inadvertida, las cosas cambiaron. Ahora la economía circular es parte del diccionario de la industria textil y de la moda y responde a las exigencias de los consumidores. Por eso se han creado iniciativas y proyectos para darles una segunda vida a esas prendas o un correcto cierre de su utilidad.
Telareciclo es una iniciativa, que nació en 2023 de la mano de la Corporación Mundial de la Mujer Colombia (CMMC), con la que se transforman residuos textiles a través de procesos de reutilización, reciclaje, reparación y coprocesamiento. Por ejemplo, los uniformes se reutilizan y se convierten en cartucheras, billeteras, canguros...
Luisa Fernanda Llano, directora de acceso a mercados del proyecto, explica que “es un programa de economía circular que cuenta con cuatro enfoques. En la reutilización buscamos darle una segunda vida a un material en desuso para volverlo un producto útil para las organizaciones. Los productos que creamos se ajustan a la necesidad de las empresas y a los presupuestos”.
En el reciclaje se clasifican los materiales por color, le quitan los accesorios o los transforman mediante procesos industriales en fibras textiles. Otras prendas son utilizadas para la industria cementera y otros se reparan. “Hay empresas que tienen mucha rotación de personal y lo que hacemos es prestar servicio de lavado de prendas, cambio de botón o cremallera, entre otros, para que vuelvan a ser usadas. Esta iniciativa es de triple impacto: social, ambiental y económica”, agrega.
Así las cosas, con esta iniciativa se trabajan cuatro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible: alianzas estratégicas, acción por el clima, producción y consumo responsables, y trabajo decente y crecimiento económico.
De acuerdo con cifras del Ministerio de Ambiente, en Colombia se generan más de 200.000 toneladas de residuos textiles al año. Aunque en el país una prenda tiene una vida útil larga porque las familias suelen legarlas y no es tan común que la ropa se tire a la basura. Con los uniformes de las empresas pasa algo distinto, pues algunas compañías no autorizan que se regalen y prefieren destruirlas o no cuentan con un manejo adecuado de estos desechos.
Sin embargo, hay otras empresas, como D1, Casa Limpia, Procafecol, DHL, Meals de Colombia, Enel, ETB, Hospital de la Misericordia, entre otras, que reconocen su impacto y buscan soluciones.
María de los Ángeles Barrera es una de las confeccionistas que brinda soluciones a estas empresas desde el último piso de su casa ubicada en el barrio Yomasa, en la localidad de Usme (Bogotá). “Llevo siete años en la Corporación, comencé haciendo ropa deportiva, luego nos capacitaron y así fue como aprendí a hacer morrales, cartucheras y maletas con prendas en desuso”.
Según cuenta la confeccionista, quien se define como una apasionada por la costura, a los 10 años le hizo una camisa improvisada a su hermano recién nacido, pues en su familia no tenían recursos. Desde ese momento la confección estuvo presente en su vida. Durante 18 años lo hacía después de su trabajo en la industria de las flores, pero desde 1996 se convirtió en su fuente principal de ingresos.
Con una máquina de coser sacó adelante a sus hermanos y a sus hijos. También tuvo un taller satélite, pero asegura que desde que trabaja con la Corporación y con su propio taller sus condiciones laborales mejoraron. “Con las ganancias que me quedaron de unas loncheras que hicimos con piezas del D1 puse las tejas del patio y hace poco me compré la máquina eléctrica”, cuenta.
También genera empleos, pues dependiendo las producciones y la cantidad de trabajo a veces ha contratado hasta cinco personas en su taller. Sobre la diferencia de trabajar con telas nuevas y con prendas usadas dice que es un “gran reto” porque algunas piezas llegan a su taller deterioradas o descoloridas, así que deben pasar por un proceso de lavado y desmanche. “Uno las desarma, mira lo que sirve y lo que no. Luego nos entregan los moldes. No se pueden sacar prendas grandes, y a veces es difícil, porque el material cede o se rompe. Es un reto muy grande, pero sirve para la economía y el planeta”.
Según cifras de la CMMC, la iniciativa ha generado ventas por casi $2.000 millones gracias a la elaboración de más de 50.000 productos hechos a partir de la reutilización de dotación empresarial en desuso. Dicha cifra ha beneficiado a más de 274 comunidades y 148 personas directamente.
Marta Cecilia Ibáñez ayuda en las operaciones de confección, remate y empaque desde hace dos años en el taller de Barrera. “Hay momentos en que nos toca rehacer una prenda porque tenía un desgaste muy grande. Nos toca desbaratar y volver a empezar, eso es lo que más nos demora”, dice, y agrega que antes trabajaba en un taller satélite para El Madrugón. “Vivo a unas tres cuadras de este taller, me queda cerca y mejoraron mis ingresos porque el satélite es muy esclavizante y no deja ganancia”.
A unos 10 minutos en carro de la casa de Barrera está el apartamento de Cecilia García, quien vive con sus dos hijos y tiene habilitado un cuarto con su máquina de coser y equipos para trabajar. “Desde 2016 me dedico a la confección, antes trabajaba en un restaurante, pero preferí quedarme en la casa por mis hijos. Aprendí desde cero. Primero hice un curso para manejar las máquinas y luego me enseñaron a armar las prendas. En un taller satélite cerraba los sacos de hilo. En 2022 comencé con la Corporación, que es una buena alternativa de trabajo y mis hijos me ayudan”, explica.
Cecilia García tiene una hija de 17 años y un hijo de 22 con una discapacidad cognitiva. “Él me ayuda en el remate y en la etiquetada de productos, es muy exigente. Mi hija corta, marca y revisa los productos antes de enviarlos”.
Con este modelo la entidad brinda una solución a una problemática textil, pero también genera una oportunidad de empleo para emprendedores y microempresarios de las diferentes regiones del país. Además, les envía un importante mensaje, tanto a consumidores, como al Estado, sobre la importancia de tener presente que estamos rodeados de textiles, por lo que debemos saber de dónde vienen y en dónde terminan.
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