Así marca la tecnología la distribución de la riqueza

Lo explica el presidente del Banco de Reserva de India (2013 -2016) y profesor de Finanzas en la Escuela de Negocios Booth de la Universidad de Chicago.

Raghuram G. Rajan. ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR - CHICAGO
27 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
Getty Images.
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El creciente predominio de las empresas líderes de tecnología ha generado un intenso debate sobre las contrapartidas entre eficiencia y poder de mercado, planteando a la vez interrogantes sobre qué implicará la estructura cambiante de los mercados para la innovación y la distribución de la riqueza en el futuro. El Simposio de Políticas Económicas de Jackson Hole que se realiza todos los años en Wyoming, organizado por el Banco de la Reserva Federal de Kansas City, ofreció un conjunto excelente de documentos y comentaristas sobre el tema.

Con respecto a la eficiencia y a la competencia, ya existen motivos de preocupación. John Haltiwanger, de la Universidad de Maryland, ha demostrado que la tasa de entrada de nuevas firmas al mercado ha caído marcadamente, en especial en los últimos 12 años; y Jay Ritter, de la Universidad de Florida, ha demostrado una caída igualmente profunda en las ofertas públicas iniciales anuales.

Estos resultados sugieren que las firmas jóvenes aceptan cada vez más ser compradas, en lugar de intentar crecer y convertirse en grandes firmas públicas. Al mismo tiempo, las tasas de salida dentro de muchas industrias se han mantenido relativamente planas a pesar de un incremento en la dispersión de la productividad. En otras palabras, los productores más débiles no están siendo expulsados del mercado, lo que implica una falta de dinamismo en muchos sectores de la economía.

Mientras tanto, en varias industrias de Estados Unidos existen medidas de concentración de mercado, como el porcentaje de ventas de las cuatro firmas más grandes, aunque todavía no está claro qué conclusiones podría uno extraer de esto. Existe un debate sobre si la concentración también está en aumento en Europa, donde existen políticas antimonopólicas bastante más ajustadas. Si no es el caso, entonces las políticas antimonopólicas podrían explicar la diferencia entre Europa y Estados Unidos en este sentido.

De la misma manera, la rentabilidad corporativa parece ser más alta en Estados Unidos que en Europa; pero, una vez más, no está claro qué es lo que esto significa. Algunos lo ven como una señal de una mayor monopolización en las industrias estadounidenses. Otros lo ven como un signo de que las empresas superestrellas predominantes en Estados Unidos están innovando más y recogiendo los beneficios de una mayor productividad. Pero si ese es el caso, de todos modos tenemos que enfrentar la realidad de un crecimiento bajo de la productividad general a escala mundial. Si la innovación es tan alta, ¿por qué el crecimiento de la productividad sigue siendo tan bajo?

Disrupción concentrada

Antes de llegar a esa pregunta, analicemos lo que ya sabemos. La investigación actual sugiere que la creciente concentración no es un reflejo del poder de mercado, sino de un giro en la cuota de mercado hacia empresas mejor manejadas y más innovadoras —las empresas que atraen a los mejores empleados. Al haberse congregado en unas pocas firmas superestrellas, los capaces se han vuelto súper capaces.

Esto parecería ser algo positivo, en la medida que sugiere que las empresas están ganando participación de mercado al volverse más eficientes y no simplemente al adueñarse de otras empresas mientras las autoridades antimonopolio hacen la vista gorda. Uno podría esperar que la concentración-monopolización de mercado se tradujera en precios más altos, pero no hay mucha evidencia de que eso esté sucediendo. Por supuesto, las empresas podrían estar mejorando la eficiencia sin transferencia de ahorro, en cuyo caso hasta los precios planos serían un motivo de preocupación.

Otra cosa que está pasando es la creciente importancia de los “intangibles” como el software y la propiedad intelectual que, en la opinión de Nicolas Crouzet y Janice C. Eberly, de la Universidad Northwestern, están impulsando un incremento en la concentración de mercado. Es más, haciendo una distinción entre industrias, demuestran que una mayor concentración está relacionada con una creciente productividad en algunos sectores, y con un creciente poder de mercado en otros. En las industrias de productos de consumo donde Crouzet y Eberly han detectado alzas en la productividad, Alberto F. Cavallo, de la Harvard Business School, sugiere que los consumidores se han beneficiado con precios más bajos. El punto más amplio es que no podemos afirmar categóricamente que la mayor concentración haya sido perjudicial para los consumidores.

Aun así, el sector de atención médica ofrece una moraleja. También está altamente concentrado, pero las empresas dominantes parecen decididas a exprimir a los consumidores y no todas demuestran altas cifras de productividad. La pregunta, entonces, es si las superestrellas altamente productivas de hoy en otros sectores terminarán recorriendo este mismo camino. Después de todo, aunque los líderes de mercado muy conocidos como Facebook y Google han venido ofreciendo muchos productos y servicios de manera gratuita (lo que obviamente beneficia a los consumidores), sus modelos de negocios han planteado una cantidad de interrogantes apremiantes.

Por ejemplo, debemos considerar si el intercambio de datos personales para el uso de estos servicios constituye un comercio justo. También está la cuestión de a quién les cobran estas compañías por sus servicios, y si estos costos (digamos, por los avisos que uno está obligado a ver) están siendo transferidos a los consumidores.

Está por verse si durará el acuerdo actual, por el cual los usuarios reciben servicios gratuitos a cambio de mirar avisos y entregar datos, las empresas les pagan a las plataformas para acceder a estos consumidores y las plataformas obtienen una gigantesca red de consumidores a cambio de sus servicios innovadores. Más importante, existe la pregunta todavía sin respuesta de si preservará el dinamismo en estos mercados en el largo plazo.

Las FAANG, afuera

El próximo interrogante importante es si la estructura de industrias clave está desacelerando la inversión, la investigación y el desarrollo o la difusión de innovación por parte de las empresas superestrellas. La mayoría de los economistas dirían que la innovación es impulsada mayormente por la competencia, tanto dentro de una industria como afuera, así como por la amenaza de una futura competencia. De manera que aun si uno no está demasiado preocupado por los efectos de la concentración en la innovación hoy, debe considerar de todos modos si eso podría plantear o no una amenazapara el dinamismo futuro.

Aquí, pienso que no hay motivos de preocupación, dada la caída en la tasa de nuevas entradas de mercado y la creciente tendencia entre las empresas más jóvenes a ser compradas. En muchas ocasiones, estas adquisiciones son utilizadas principalmente por las empresas dominantes para discontinuar o asimilar nuevos productos que podrían plantear un desafío competitivo en el futuro. Existen muchas evidencias de que esto está sucediendo en la industria farmacéutica; pero también sabemos que las FAANG (Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Google) recurrirán a este tipo de medidas si fuera necesario.

Además de sofocar la competencia, esta práctica también está desalentando el financiamiento por parte de los capitalistas de riesgo, que ahora hablan de una “zona de muerte” en torno de los principales productos de las grandes firmas tecnológicas. En este momento, los capitalistas de riesgo dudan sobre si financiar o no cualquier cosa que caiga en la zona de muerte, porque no existe allí ninguna perspectiva de crecimiento; solo adquisiciones de una vez y listo.

Otra ventaja importante para los actores dominantes es la capacidad de monopolizar el acceso a los consumidores o apalancar los datos de los consumidores. En un estudio de un millón de ofertas de tarjetas de crédito, Hong Ru y Antoinette Schoar, del MIT, han demostrado que las empresas pueden estar explotando la información basada en datos sobre el comportamiento de los individuos para que estos les generen ingresos. Otra ventaja obvia para los líderes de mercado de hoy es el bloqueo creado por los efectos de red, que tienden a producir resultados de ganadores absolutos.

A la luz de estos privilegios únicos, tal vez ya no veamos tanta competencia como en el pasado reciente, cuando las empresas todavía competían por una participación de mercado en sectores clave de la economía. Un temor relacionado es el que Adam Smith planteó hace 250 años. En la medida que la cantidad total de firmas decrezca, habrá un mayor riesgo de una connivencia implícita o incluso explícita, tanto en relación a los consumidores como en los mercados por mano de obra y productos intermedios.

Quizá la mayor preocupación de todas sea la desaceleración de la difusión tecnológica. Los datos actuales sugieren que las nuevas ideas no se están propagando de las firmas superestrellas al resto de la economía. Si bien algunas firmas muestran un crecimiento fuerte de la productividad, y la dispersión de la productividad dentro de las industrias está aumentando, también vemos un menor crecimiento de la productividad en general. Existe una cantidad de posibles razones para la baja difusión, desde protecciones de la propiedad intelectual (PI) hasta restricciones a la movilidad laboral entre empresas. Pero, más allá de cuál sea la causa, es evidente que deberíamos preocuparnos aún más por el futuro de la productividad que por su presente.

La mayoría lumpen

Una preocupación final es la desigualdad. A riesgo de hacer una simplificación excesiva, hemos alcanzado un punto en el que quienes más ganan están concentrados en unas pocas firmas, mientras que el resto esencialmente carece de ese tipo de oportunidades de ingresos. En otras palabras, no son los pocos en la cima en todas las empresas los que ganan salarios voluminosos, sino los muchos en unas pocas firmas superestrellas. El interrogante es si eso debería hacernos sentir mejor o no.

Obviamente, ninguno de los escenarios es muy atractivo. Cuanto más se congregue la gente muy calificada en unas pocas empresas superestrellas selectas, quienes se queden rezagados se preguntarán cada vez más por qué las “élites” siguen llevándose todo. No parece justo que quienes se quedan con la porción más grande de las recompensas también estén tan concentrados en unas pocas empresas y no estén distribuidos de manera más amplia entre empresas, sectores y regiones.

En cuanto a quienes se quedan rezagados, Alan B. Krueger, de la Universidad de Princeton, ha advertido que una variante del problema de Smith —a saber la connivencia entre unas pocas firmas en el mercado laboral— se ha vuelto cada vez más notoria. En ciertos mercados, al menos, tal vez seamos testigos del crecimiento de los monopsonios (un único comprador), en lugar de los monopolios (un único vendedor). En el caso del mercado laboral, una empresa que goza de una posición de monopsonio —o que implícitamente ha conspirado con otras empresas— puede ejercer presión en los salarios de modo generalizado.

Krueger sospecha que si bien el poder de monopsonio “probablemente haya existido en los mercados laborales… las fuerzas que tradicionalmente lo contrarrestaban… se han erosionado en las últimas décadas”. Al mismo tiempo que la afiliación a un sindicato ha decaído, las empresas cada vez más implementan prácticas que debilitan el poder de negociación de los trabajadores —desde cláusulas de prohibición de competencia hasta la contratación de personal tercerizado.

¿Qué se debe hacer?

Luego de analizar los datos sobre concentración de mercado, innovación y la distribución de ingresos, ahora deberíamos ver las implicaciones políticas de estas tendencias. En mi opinión, los hacedores de políticas públicas deberían estar particularmente preocupados por cómo el comportamiento actual de las empresas superestrellas podría afectar la competencia en sus industrias en el futuro. Políticos y reguladores deberían evaluar minuciosamente si la PI y las aglomeraciones patentadas de datos se están utilizando para sofocar la competencia o impedir la difusión de nuevo conocimiento y nuevas tecnologías entre sectores. Y deberían considerar instrumentos de políticas que vayan más allá del alcance del antimonopolio tradicional.

Por ejemplo, algunos han sugerido que los individuos deberían tener derecho a sus datos. Esto, potencialmente, podría mejorar la difusión, porque las empresas se convertirían en compradores de datos, en lugar de vendedores. Ya no atados a alguna plataforma, los individuos pueden distribuir sus datos a empresas que compiten entre sí. Los hacedores de las políticas públicas también pueden empezar a presionar por más interoperabilidad entre plataformas, lo que limitaría hasta qué punto los usuarios pueden estar atados a una estructura particular.

En términos de la mano de obra, los responsables de las políticas podrían intervenir de varias maneras. Por ejemplo, podría existir la posibilidad de una acción antimonopolio en contra de contratos de “prohibición de competencia”, que esencialmente imponen restricciones al comercio (de mano de obra, en este caso). De la misma manera, se podrían tomar medidas para disminuir el poder de los regímenes de licencias ocupacionales (como para los esteticistas o los plomeros), que tienden a estar dominados por las mismas personas que tienen el mayor interés en el proteccionismo. ¿Por qué quienes ya tienen una licencia deberían ser los que fijan las reglas de licenciamiento? Uno diría que un organismo más neutral debería determinar el alcance de la licencia ocupacional.

La tarea poco envidiable de los banqueros centrales

En todo caso, uno de los efectos más importantes de los cambios estructurales en marcha de la economía se ha producido en la economía política de la banca central. El miedo al cambio tecnológico, la caída de la calidad de los empleos y las disrupciones causadas por las empresas superestrellas le han dado a la gente infinidad de razones para sentirse desdichada. A pesar del bajo desempleo, muchos trabajadores están descontentos. Están atascados en empresas que no son superestrellas, donde albergan un resentimiento pos-Gran Recesión generalizado contra las élites y sus agendas políticas.

Y, de todas las élites, los banqueros centrales parecen ser el blanco de la mayor parte de los ataques. La mayoría tienen doctorados y hablan en un idioma que nadie más entiende. En su calidad de “ciudadanos prototípicos de ninguna parte”, se reúnen periódicamente a puertas cerradas en la lejana Basilea, donde discuten condiciones financieras globales y los efectos sistémicos de las políticas monetarias. De lo que no hablan, muchos creen, es del ciudadano promedio, excepto cuando aparece en las discusiones sobre inflación.

No es de extrañar que haya habido una caída tan importante en la confianza pública. Ya es un problema cuando el común de la gente apenas entiende la complicada contrapartida entre inflación y desempleo. Y es aun peor cuando se suman las quejas públicas por los rescates de Wall Street y la percepción de que los banqueros centrales están preocupados por las condiciones globales y no por los asuntos domésticos. Sí, es la tarea de cada banquero central pensar en estas cosas; pero esa tarea cada vez es vista con más sospecha por quienes no están en la sala.

La banca central ya es lo suficientemente difícil tal como es. Pero es aun más difícil cuando hay políticos que intentan ganar puntos políticos atacando a los demás. No hay nada que envidarles a los banqueros centrales mientras transitan el contexto de desconfianza y escarnio actual, que en sí mismo es producto de los cambios estructurales más grandes que ocurren en la economía.

¿Acaso los banqueros centrales pueden volver a ganarse la confianza de la población, mantener la estabilidad económica global y encontrar maneras de adaptarse a las disrupciones tecnológicas generalizadas, todo al mismo tiempo? Esa será una pregunta clave en 2019 —y después.

Copyright: Project Syndicate, 2018.www.project-syndicate.org

Por Raghuram G. Rajan. ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR - CHICAGO

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