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El hombre más rico en 1836 hoy sería el segundo potentado

Su nombre era Nathan Rothschild y murió en 1836. Sin embargo, aclara la publicación, un factor hace que esté incluso por encima de Carlos Slim o de Bill Gates: la inflación.

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John Kay / Financial Times
09 de noviembre de 2014 - 04:15 a. m.
 La inflación en la Eurozona ha caído a 0,3%, generando preocupaciones de que pueda producirse una deflación durante los próximos meses.  / Bloomberg
La inflación en la Eurozona ha caído a 0,3%, generando preocupaciones de que pueda producirse una deflación durante los próximos meses. / Bloomberg
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Nathan Rothschild fue el hombre más rico del mundo cuando murió en 1836. Una lista compilada por la revista Forbes lo ubica como el segundo hombre más rico de la historia. Más que John Rockefeller y mucho más que el gigante de las telecomunicaciones Carlos Slim, y que Bill Gates, de Microsoft. (El hombre más rico fue un general romano que era el poder detrás del trono de Julio Cesar). Las cifras empleadas por Forbes están, por supuesto, ajustadas con inflación.

¿Pero qué quiere decir según la inflación? Rothschild murió de septicemia luego de un absceso, a pesar de haber comprado la mejor atención médica disponible en Europa durante su tiempo. Nunca había estado en un tren o en un avión, ni visitó el Taj Mahal, ni escuchó música grabada, ni vio una película, ni hizo una llamada o empleó la luz eléctrica.

Ni, a pesar de las leyendas sobre la ganancia que logró por información privilegiada, pudo haber conocido el desenlace de la batalla de Waterloo hasta muchas horas después de que se ganara. Murió a la edad de 58 años, de una enfermedad que hoy puede curarse con un antibiótico que cuesta unos pocos dólares.

¿Fue Rothschild en realidad el segundo hombre más rico de la historia? ¿Fue, en realidad, más rico que yo? Es verdad, podía alquilar un ejército de carruajes y comer de un plato de oro, pero felizmente cambiaría los dos por seguir vivo. Y sospecho que Rothschild pensaría lo mismo.

La pregunta la suscita un evento considerablemente más mundano. La inflación en la Eurozona ha caído a 0,3%, generando preocupaciones de que pueda producirse una deflación durante los próximos meses y que Eurostat, la agencia de estadística de la Eurozona, pronto declare que los precios en la Eurozona son hoy más bajos que hace un año.

La preocupación se basa en la premisa de una diferencia cualitativa entre la inflación, es decir, el aumento de los precios así sea lentamente, y la deflación, es decir, la caída sin importar su velocidad. También en la premisa de que la deflación es indeseable y que el objetivo es un lento aumento de precios. Y, finalmente, en la creencia de que podremos saber en qué estado nos hallamos.

El tener en cuenta que en 1836 no existían los antibióticos genera un manto de duda sobre todas estas premisas. Generalmente se acepta que los costos médicos aumentan más rápidamente que la inflación general, y en los Estados Unidos, donde representan más del 20% de los gastos de consumo, han contribuido significativamente a esa inflación general, pero la medicina ha mejorado, y mucho, así sea demasiado tarde para Rothschild.

Los índices de precios se compilan midiendo los cambios en los costos de comprar una cantidad fija de bienes: los que se escogen para representar el consumo del hogar promedio. No obstante, lo que compra el hogar promedio cambia con la llegada de bienes nuevos; y con los cambios en los precios relativos, así como con las variaciones, buenas y malas, en la calidad.

Los antibióticos reemplazan a las sanguijuelas, los carruajes se vuelven más costosos, las computadoras más poderosas y el servicio de un call center se deteriora. Así es como las economías evolucionan y crecen.

Sin embargo, los índices de precios no están bien diseñados para lidiar con estos cambios. Los bienes fijos que Rothschild compró en su momento, pueden ahora ser prohibitivamente costosos, incluso para él (los carruajes y el plato de oro, por ejemplo), y ciertamente son muy distintos de los bienes fijos que Gates quisiera comprar. La diferencia en los patrones de consumo de un hogar promedio es todavía más dramática.

Hay técnicas para medir e incorporar las mejoras a la calidad, que se utilizan para muchos bienes de consumo. En el caso de la medicina, no obstante, es la cantidad de atención que se recibe lo que ha aumentado, en lugar del precio de los tratamientos.

En general, en la manera como se calcula la inflación, probablemente hay más sesgos que favorecen los aumentos. Pero el afirmar que sabemos que los precios han aumentado 0,3% en el último año implica un grado de precisión en nuestros estimativos al que no podemos aspirar, al menos si queremos ser realistas.

Por John Kay / Financial Times

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