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La familia de Felipe Acosta, gerente general del acreditado restaurante El Tambor, situado en la vía al municipio de La Calera, siempre se ha movido en el campo de los negocios. Desde pizzerías y restaurantes hasta un campo de paintball fueron los espacios en los que creció y que determinaron su formación como líder. En sus propias palabras, el ejemplo de sus padres fue su inspiración a la hora de comprometerse y lograr sus sueños.
Cuando era estudiante de colegio no pasaba por su mente que llegaría a dirigir el negocio de su familia. En cambio tenía la obsesión de convertirse en tenista y jugar profesionalmente. En pos de ese objetivo, todos los días entrenaba desde las cinco de la mañana, y esta férrea disciplina le permitió ganar una beca académica y deportiva para estudiar finanzas y negocios internacionales en Saint Louis University, en Estados Unidos.
Durante sus días de universidad, cuando regresaba de vacaciones, laboraba en el restaurante La Hacienda Pipintá, proyecto surgido en 1999 por gestión de sus padres. Sin embargo, ese mismo año la crisis económica que golpeó al país lo hizo también a las arcas del negocio y fue necesario reorientarlo. “La gente no tenía dinero, se cayeron las ventas. Entonces redujimos costos y creamos El Tambor”, recuerda Julio Acosta Uscátegui, padre del hoy empresario
La estrategia fue además aprovechar los clientes y utilizar diversos objetos para readecuar el lugar. Por ejemplo, las piedras que habían servido como trincheras en un campo de paintball y que hoy constituyen un ícono del lugar, se transformaron en mesas. Después se puso en marcha la idea de servir la comida en canastos. Oficialmente, el restaurante El Tambor abrió sus puertas el Día de la Madre del año 2000.
La respuesta de los clientes fue inmediata. Como todo negocio tuvo dificultades, pero en familia aprendieron a sortearlos. Mientras sus padres posicionaban el restaurante, Felipe Acosta se dedicaba a amasar ideas. Tras evaluar las opciones de mercado se le ocurrió llevar asados a domicilio. “Mis amigos me decían: baje arepas, carne y chorizo y hacemos asado en Bogotá. Entonces vi el potencial de esa idea y la puse en marcha”, recuerda.
Con el propósito de concretar el proyecto reunió sus ahorros y le apostó a su liderazgo. Era una especie de tiro al blanco, pero tenía que arriesgarse. Compró una carpa, dos parrillas y una camioneta y empezó a llevar asados a las casas de la vía a La Calera. “Todos los días me colocaba el uniforme y yo mismo preparaba la parrilla. Al mismo tiempo aprendí de cocina y logística, hasta que empecé a crear relaciones de confianza con los clientes”.
Después de cuatro años de ir y venir de Colombia a Estados Unidos y viceversa, finalmente Felipe Acosta recibió su grado en Estados Unidos en 2007, con máxima distinción. Aunque le alcanzó a pasar por la cabeza la idea de radicarse en Chicago, regresó a Colombia. Primero quiso abrirse paso en una banca de inversión. Pero un fin de semana, viendo ríos de gente que no podían atender en El Tambor, decidió jugársela por su expansión.
“Demostró sus habilidades y decidimos apoyar su sueño de crecimiento”, recalca su padre. Con el mismo ímpetu con que puso en marcha su estrategia de domicilios, comenzó a consolidar el crecimiento del patrimonio familiar a través de dos ideas claras y específicas: garantizarles a los clientes una buena experiencia en el restaurante y un modelo de comunicación efectivo.
Un año después, aplicando estas directrices al pie de la letra, Felipe Acosta le dio vida a otra sede del restaurante en Multiparque, en el norte de Bogotá. Fue una época de vocación y trabajo en la que se dedicó a conocer las necesidades y dinámicas cotidianas de proveedores, empleados y clientes. “La experiencia me enseñó que ser líder es trabajar con todos, planear con la gente en todas las facetas del negocio y transmitir pasión”, destaca.
Hoy El Tambor cuenta con tres sedes y más de 300 empleados. Cada fin de semana los visitan más de 10.000 usuarios. Su filosofía es contundente: se trata de un restaurante para compartir. “Generalmente las personas van a un lugar, piden sus platos y se les atiende. En el nuestro todo gira en torno a una bandeja central y desde el primer pedido se busca que exista consenso, es decir, que haya integración entre amigos y familias”.
Por Alejandra Moreno Tinjacá
