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El tercer mercado

Robert Forney, presidente de la red mundial de bancos de alimentos, propone a la industria alimenticia crear productos para la población que no hace parte del ciclo comercial.

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Vanessa Molina Medina
14 de septiembre de 2008 - 05:32 p. m.
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Aunque América Latina es el productor más grande de alimentos del mundo, 55 millones de personas de la región tienen hambre. Y dado que el problema no es de escasez de alimentos sino de acceso, la solución al problema puede estar en garantizar que, entre quienes están fuera del mercado, se genere una dinámica comercial propia; un tercer mercado.

Esa es la propuesta de Robert Forney, presidente de la Red Global de Bancos de Alimentos, quien estuvo de visita en el país, invitado por La Alquería, la Compañía Nacional de Chocolates, Unilever, y la Fundación Éxito para participar en el encuentro nacional de Bancos de Alimentos.

Según Forney, el problema del hambre radica en el sistema económico de nuestros países, según el cual, tener acceso al alimento depende de la capacidad adquisitiva y, paradójicamente, de la distancia con los centros urbanos. Si en el sector rural, donde se cultivan los alimentos que consume la población urbana, la gente tuviera dinero para comprar comida, seguramente construirían supermercados en el campo. Pero la pobreza profundiza las distancias.

Por eso se creó la red global de bancos de alimentos, que en busca de que toda la comida que se produce se consuma, recibe donaciones de diferentes compañías en el mundo, con las que alimenta a 40 millones de personas al año. En 2007, la red distribuyó en los EE.UU. 3 mil millones de libras de comida, y 250 millones en México.

Sin embargo, el objetivo a largo plazo de la red global es posibilitar mecanismos para erradicar el hambre. Y en esa línea, una de las propuestas es fomentar entre las mujeres cabeza de familia iniciativas productivas, y a partir de ellas conformar una suerte de cooperativas, articuladas por el Banco de Alimentos, en las que la comunidad misma se autoabastezca y pueda distribuir equitativamente el excedente. Según Forney, la idea es ofrecer microcréditos para las mujeres, pero al mismo tiempo garantizarles los alimentos diarios, mientras los cultivos dan frutos.

Pero la apuesta más ambiciosa de la red es hacer que la gran industria de alimentos desarrolle productos alternos para la población que no está inscrita en el ciclo comercial. La clave es hacerle entender a las grandes empresas que no están perdiendo, sino que están ganando nuevos consumidores a los que nunca llegarían con su oferta tradicional, pues si una persona pobre tuviese en su bolsillo el dinero para comprar una caja de cereal, no lo haría, básicamente porque preferiría optimizar sus recursos. Estudios aseguran que las personas con ingresos mínimos gastan entre el 30% y el 60% del total de sus recursos en comida.

Pero es complicado hacer que este discurso llegue a los empresarios. No obstante, Forney aclara: “Las empresas inteligentes están muy interesadas. Si ellos calculan los millones que invierten en publicidad para tratar de vender un poco más, y lo comparan con el tamaño de la población que tiene hambre, que se constituye en un mercado muy grande al que pueden acceder sin gastar en publicidad, marca y distribución, pues ven que ahí hay una posibilidad de negocio interesante”.

“Es difícil pedir comida a las empresas productoras, pues eso es lo que venden, y en momentos de desaceleración, como la que atraviesa EE.UU., es más difícil conseguir donantes”, asegura Forney. La creación de un tercer mercado, con reglas de intercambio diferentes a las actuales, y productos creados de acuerdo con las necesidades, podría ser entonces la salida a un problema que actualmente aqueja a cerca del 25% de la población mundial.

Por Vanessa Molina Medina

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