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(Liderazgo - Gerencia - Management) Hace unos días corría con mi buen amigo Alfonso por la Carrera Séptima de Bogotá. Observábamos el despertar de la ciudad. Miles de ciudadanos: emprendedores, empleados, consumidores y proveedores que iban a las oficinas de la 72, las plantas y los cultivos en el occidente, los centros de distribución en la Zona Franca y los ministerios en el centro. Sentíamos cómo Bogotá se activaba a través de su gente, la energía que hace que el corazón de la economía, las empresas, se mueva.
Soy un optimista, y un fiel creyente del poder de la empresa para generar prosperidad. No ha habido una fuerza más creadora de bienestar en la historia de la humanidad que el capitalismo. Como nos educa Hans Rosling en su libro Factfulness, el mundo hoy es menos pobre, más saludable y menos peligroso que lo que alguna vez ha sido. Como ilustra Javier Milei en su reciente discurso en Davos, el mundo hasta alrededor del Siglo XVIII tuvo un PIB per cápita estable, y es a partir de la revolución industrial cuando este se dispara y la riqueza se multiplica. Es el caso de Colombia también. Es innegable que Colombia en los 2020’s es un mejor lugar para vivir que hace 100 años. Y comparado con el país de hace un siglo, en la Colombia moderna, aun siendo un país lleno de retos y oportunidades, hay mayor cobertura y calidad de educación, hay mayor y mejor cubrimiento de salud, hay menos pobreza y hay más prosperidad. Y, en parte, es por el poder generador de fortuna que genera una economía de mercado, en la que los ciudadanos estamos incentivados a crear patrimonio, a invertir y generar empleos.
Como nos educa Hans Rosling en su libro Factfulness, el mundo hoy es menos pobre, más saludable y menos peligroso que lo que alguna vez ha sido.
Mientras bajábamos por la calle 94 abordamos el caso de Hamdi Ulukaya, el carismático fundador de la marca de yogures Chobani. Originario de Turquía, de etnicidad kurda, quien creció en una pequeña granja lechera, y construyó hace casi 20 años una compañía que hoy vende más de 2 billones de dólares estadounidenses, emplea más de 2,000 personas y es reconocido por ser un líder enfocado en construir su negocio a través de su gente, enfatizando su bienestar y el de las comunidades en las que opera. Una historia ejemplar de cómo se puede estar bien haciendo el bien. Ser buen empresario y ser buena persona en un sistema indudablemente capitalista. Y nos preguntamos, ¿por qué no oímos más historias como las de Hamdi en Colombia?
Aparte de optimista, también soy un realista, y reconozco lo difícil que es ser empresario en Colombia. En un país poco formalizado en que el recaudo tributario es no solo menor al promedio de la OCDE, sino al de muchos países latinoamericanos, donde la carga impositiva recae en las compañías y en la clase media trabajadora. En un país con baja productividad laboral, donde los clientes buscan optimizar a través de la presión a sus proveedores, tanto en el precio, como en los tiempos de pago. Donde el flujo de dineros provenientes de negocios ilícitos permite a compañías inescrupulosas ofrecer precios superficialmente bajos que asfixian la competencia legal. En donde los empleados son escépticos de las buenas intenciones de un empresario, habiendo sufrido de condiciones laborales en muchos casos indecentes e ilegales. El emprendedor, lamentablemente, aunque es la bisagra en la creación de prosperidad en nuestro país, está entre la espada y la pared.
Como creo que el cambio viene de cada uno, multiplicado por la acción colectiva y potenciado con el tiempo, aspiro a que los colombianos seamos mejores ciudadanos y actuemos conscientemente, consistentemente, cada día. A que los empresarios se preocupen por pagar bien, por tratar bien, por crear comunidades que prosperan alrededor de sus empresas. Que los empleados conciban a sus empresas como suyas, que se preocupen por cuidarlas, por defenderlas, por ser creativos y por hacerlas más productivas. A que los compradores paguen el precio justo y lo hagan en tiempos razonables. A que los proveedores no apoyen la ilegalidad aceptando dineros mal habidos. A que el gobierno piense en cómo genera incentivos que procuran el crecimiento sostenible del tejido empresarial. Es patriotismo, es querer que nuestro país sea mejor a través de nuestras decisiones y acciones, individualmente, y en conjunto.
La prosperidad no se exige, se teje; y cada uno de nosotros tiene una aguja. Seamos buenos colombianos, tejamos empresa, tejamos prosperidad.
*Autor invitado y mentor Endeavor Colombia
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